Inclina tus oídos a mis razones

Hay momentos difíciles en los cuales vamos ante la presencia de Dios y le pedimos que nos escuche. Esto ocurre porque muchas veces nuestra mente está turbada por algo que nos pasó o que nos está pasando. Los problemas, las pérdidas, las injusticias o las enfermedades pueden hacer que nuestro corazón se sienta abatido. En esos momentos necesitamos derramar nuestra alma delante del Señor y suplicarle que incline su oído a nuestras oraciones. Así como un hijo corre a los brazos de su padre buscando consuelo, así también nosotros acudimos al Padre celestial en busca de ayuda.

La Escritura nos asegura que Dios nunca desatiende a sus hijos. Él siempre escucha sus clamores, inclina sus oídos y responde conforme a su perfecta voluntad. El salmista David constantemente pedía al Señor que le escuchara, y en el Salmo 40:1 dice: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”. Esta imagen es poderosa, porque nos muestra a un Dios cercano, que no ignora las súplicas de su pueblo, sino que las atiende con compasión. Recordemos que el Señor siempre está presto para ayudarnos, aunque no siempre lo haga de la manera o en el tiempo que esperamos, porque sus pensamientos son más altos que los nuestros.

Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.

Proverbios 4:20

Este versículo de Proverbios nos recuerda que Dios, como Padre amoroso, nos llama a estar atentos a su voz. Él siempre tiene la razón en todo, porque es el único que conoce el principio y el fin, lo visible y lo invisible. Conoce incluso cada uno de nuestros movimientos y pensamientos más profundos. Por eso es necesario estar atentos a su Palabra y ser obedientes en todo lo que el Señor nos mande. Escuchar sin obedecer es como mirar un mapa y negarse a seguir la ruta marcada. Solo la obediencia nos asegura caminar en el sendero de vida que Él nos ha preparado.

Nuestra obediencia debe estar dirigida únicamente a Dios. Muchas voces pueden querer guiarnos, pero solo el Señor sabe lo que saldrá bien o mal. Nada se le escapa de su control, porque Él observa constantemente nuestro caminar. Si nuestro camino está torcido, el Señor lo ve y nos corrige. Hebreos 4:13 afirma: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Esta verdad nos debe llevar a vivir con reverencia y dependencia de Dios.

No se aparten de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;

Proverbios 4:21

Salomón sabía por qué daba esta instrucción. La Palabra de Dios es fiel y verdadera, y en ella encontramos lo que jamás hallaremos en otro lugar. Es una lámpara que alumbra nuestro camino y nos libra de caer en tinieblas. Cuando nos apartamos del Señor, su Palabra nos corrige y nos redirige a la senda correcta. Por eso no debemos permitir que se aleje de nuestros ojos ni de nuestro corazón. Guardarla significa atesorarla como un tesoro precioso, no solo en la mente, sino en lo más profundo del ser. Es allí donde produce fruto y transforma nuestras vidas.

No podemos apartarnos de este camino maravilloso que el Señor nos ha trazado. Él es nuestra salvación, nuestro amparo y fortaleza, y quien nos levanta en medio de las dificultades. Aun cuando andamos por lugares tenebrosos, Él está con nosotros como Pastor fiel, guiándonos y cuidándonos. El salmo 23 lo expresa con claridad: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Esta promesa es una fuente inagotable de paz para el creyente, porque nos asegura que nunca estaremos solos.

Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a todo su cuerpo.

Proverbios 4:22

La Palabra de Dios es vida para quienes la hallan. No es un libro más, es el aliento mismo de Dios transmitido a la humanidad. Su mensaje tiene poder para transformar corazones, sanar heridas emocionales y dar esperanza al que está cansado. También es medicina para el cuerpo, porque quien vive conforme a la instrucción divina encuentra paz, y la paz trae salud. Proverbios 14:30 dice: “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. Así, la obediencia a la Palabra no solo bendice el espíritu, sino que impacta la vida entera.

Por eso es de suma importancia que nuestra confianza esté enteramente depositada en Dios, nuestro libertador. Él nos invita a estar atentos a sus mandamientos y a llevar su Palabra con rectitud. Vivir conforme a la Escritura es caminar en fidelidad y esperar confiadamente en las promesas del Señor. Jesús mismo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). Quien se aferra a esta verdad puede atravesar los momentos más oscuros sabiendo que la voz de Dios sigue siendo su guía, su refugio y su esperanza segura.

Inclina mi corazón a tus testimonios
Las riquezas no duran para siempre