El Señor es mi ayudador

Todo el tiempo tenemos a nuestro Señor como nuestro ayudador. Dios es quien nos sostiene en momentos buenos y malos, y aun cuando atravesamos situaciones de necesidad, Él nunca nos deja solos. Su cuidado es constante y siempre está atento a todo lo que necesitamos. Esta verdad debe darnos confianza y paz, pues aunque los problemas se multipliquen, sabemos que detrás de cada circunstancia está la mano de un Dios que cuida de sus hijos y que nunca falla.

Por eso, no debemos tener envidia de las demás personas cuando vemos que prosperan o reciben bendiciones que nosotros todavía no hemos experimentado. Antes bien, gocémonos y demos gracias a Dios por lo que Él hace en la vida de otros. Esa actitud nos libra de la amargura y del egoísmo. Cuando celebramos la bendición ajena, mostramos que hemos entendido que Dios, en su infinita misericordia, reparte sus dones de acuerdo a su perfecta voluntad. Él es soberano y sabe en qué momento y de qué manera quiere obrar en cada uno de nosotros.

Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré;

Hebreos 13:5

Este pasaje nos recuerda que debemos aprender a vivir con contentamiento. No despreciemos ni tengamos en poco lo que poseemos, sino que valoremos cada provisión como un regalo de la gracia de Dios. Ser agradecidos y buenos administradores de lo que tenemos es un acto que agrada al Señor. Administrar sabiamente lo poco o lo mucho que nos ha dado demuestra que entendemos que todo proviene de Él y que le pertenece a Él. La avaricia y la codicia nunca llenan el corazón, pero el contentamiento nos acerca a la verdadera riqueza espiritual.

El Dios que adoramos jamás nos abandona. Aunque no lo veamos con nuestros ojos físicos, su presencia está siempre con nosotros. Su misma creación proclama su gloria y su grandeza de generación en generación. Él observa atentamente a sus hijos, y no importa dónde nos encontremos, allí estará para ayudarnos, sostenernos y protegernos de toda asechanza del maligno. Esta seguridad es una fortaleza para nosotros en tiempos de temor y debilidad.

de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.

Hebreos 13:6

El salmista David expresó muchas veces esta misma verdad. En los Salmos encontramos sus clamores llenos de angustia, pero también de fe. Cuando se encontraba rodeado de enemigos, su refugio era Dios todopoderoso. Aun en sus peores momentos, David sabía que el Señor vendría en su auxilio. Esa confianza en medio de la adversidad es la que nosotros debemos cultivar. No importa qué tan grande sea la batalla, podemos levantar nuestra voz y decir con seguridad: “El Señor es mi ayudador”.

Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.

Hebreos 13:7

Este recordatorio también nos llama a ser agradecidos con aquellos que han dedicado sus vidas a enseñarnos la Palabra. Debemos observar su ejemplo, aprender de su testimonio y seguir la misma fe que ellos vivieron. Como hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de dar por gracia lo que por gracia hemos recibido. Si hemos recibido salvación, amor y misericordia, eso mismo debemos compartir con los demás. Ese testimonio visible de nuestra fe es una de las maneras más poderosas de predicar a Cristo.

Por último, seamos sabios, pero no en nuestra propia opinión. La sabiduría humana es limitada, pero la sabiduría que viene de lo alto es pura, pacífica y eterna. Pidamos a Dios que nos conceda discernimiento para vivir en obediencia a su Palabra y para tomar decisiones agradables delante de Él. Así nuestra fe crecerá día tras día, y nuestra confianza en el Señor será cada vez más firme. Que podamos caminar con la certeza de que Dios es nuestro ayudador y que jamás nos dejará, hasta que llegue el día glorioso en que estemos cara a cara con nuestro Salvador.

Dios guardará en completa paz al que en Él confían
Bendecid y no maldigáis