Grandes cosas ha hecho el poderoso

Hablar de las maravillas de Dios es detenernos a contemplar la grandeza de Aquel que lo hizo todo. El ser humano, limitado en tiempo y conocimiento, apenas puede describir una pequeña parte de lo que el Señor ha hecho desde el principio de los tiempos. Sin embargo, cada obra de Dios refleja su poder y su amor, y por eso debemos dedicar tiempo a meditar en ellas, a dar gracias y a reconocer que sin Él nada de lo que existe tendría sentido o propósito.

¿Cuántas maravillas ha hecho Dios? Lo primero que debemos reconocer es que son incontables. Sería imposible para el hombre enumerarlas todas, pero sí podemos mencionar algunas que nos muestran su grandeza y poder. Desde el inicio de la creación vemos sus obras gloriosas: Dios formó los cielos y la tierra, el sol y la luna que alumbran nuestros días y nuestras noches, las estrellas que adornan el firmamento, los mares y sus profundidades, los animales de toda especie y, finalmente, al ser humano hecho a su imagen y semejanza. Solo un Dios todopoderoso puede realizar semejantes maravillas que sobrepasan nuestra comprensión.

La creación misma es el primer testimonio de la majestad de Dios. Cuando miramos la naturaleza, desde la complejidad de una flor hasta la inmensidad de una galaxia, descubrimos que nada ha sido hecho al azar. Todo responde a un diseño perfecto que habla de la sabiduría del Creador. Incluso la ciencia, aunque intenta dar explicaciones, no puede negar que existe un orden en el universo, un orden que solo puede proceder de Dios.

Las Escrituras también nos narran cómo Dios sacó con mano fuerte a su pueblo Israel de la esclavitud en Egipto. Abrió el Mar Rojo para que pasaran en seco, los sostuvo durante cuarenta años en el desierto, les dio maná del cielo para alimentarse y agua que brotó de la roca. Incluso, la ropa y el calzado de ellos no envejecían durante ese tiempo, porque el cuidado de Dios era constante. Además, el Señor les concedió innumerables victorias sobre sus enemigos: envió plagas, confundió a ejércitos enteros y hasta hizo descender rocas y granizo del cielo para defender a su pueblo. Todo esto muestra que nuestro Dios es poderoso en batalla y fiel en su pacto.

Este testimonio del pueblo de Israel no es solo una historia antigua, sino una demostración de que Dios interviene en la historia de los hombres. Él no abandona a quienes le buscan, y sigue siendo el mismo que abre caminos donde no los hay, que provee en medio de la escasez y que protege en tiempos de peligro. Cada generación puede contar sus propias experiencias del cuidado de Dios, confirmando que sus maravillas no han cesado.

El cántico de María, cuando recibió la noticia de que sería la madre del Salvador, resume muy bien esta verdad:

49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;
Santo es su nombre,
50 Y su misericordia es de generación en generación
A los que le temen.
Lucas 1:49-50

Así como María reconoció las maravillas de Dios en su vida, nosotros también podemos proclamar lo mismo. Cada uno de nosotros ha sido testigo de su misericordia. No solo en los milagros externos que vemos, como la provisión diaria, la salud, la protección en momentos de peligro o la respuesta a nuestras oraciones, sino sobre todo en la obra más grande que ha hecho en nosotros: cambiar nuestro corazón de piedra en uno de carne, darnos una nueva vida en Cristo y hacernos sus hijos por gracia.

El mayor milagro que podemos experimentar no es simplemente ver lo material, sino la transformación espiritual que Dios hace en quienes creen en Él. La salvación es la obra más gloriosa, porque nos libra de la condenación eterna y nos concede vida abundante y eterna en Cristo Jesús. Esa es la maravilla suprema que ningún ser humano puede realizar por sí mismo. El perdón, la paz, la esperanza y la alegría que tenemos en Cristo son muestras tangibles de que Dios sigue obrando en nosotros con poder.

La Biblia está llena de testimonios de sus maravillas, pero también nuestra vida diaria debería ser un reflejo de ellas. Cada amanecer es una muestra de su fidelidad, cada provisión es un recordatorio de su cuidado, cada victoria sobre la tentación es una evidencia de su Espíritu en nosotros. Por eso debemos hablar de estas cosas, compartirlas con quienes nos rodean y anunciar que Dios sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos. Él no ha cambiado, y sus maravillas se siguen manifestando de generación en generación.

Que estas grandes obras que contemplamos a través de su Palabra nos llenen de fe cada día más, y que nuestro corazón no se canse de confiar en el Dios todopoderoso. Al meditar en sus maravillas, nuestra esperanza se fortalece y nuestra boca se llena de alabanza. Recordemos siempre que el mismo Dios que abrió mares, derribó murallas y levantó muertos, es el mismo que hoy escucha nuestras oraciones, sostiene nuestra vida y promete estar con nosotros hasta el fin del mundo. ¡A Él sea toda la gloria por siempre!

Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios
La nación que tiene a Jehová como Dios es bienaventurada