En la Biblia encontramos un texto donde Jesús habla a los fariseos sobre «el gran mandamiento», y es de suma importancia tomar en cuenta el adjetivo «gran», el cual expresa grandeza en potencia e importancia. Todos sabemos lo religiosos que solían ser los fariseos y escribas, a los cuales Jesús en cierta ocasión tuvo que reprenderles usando la palabra «hipócritas», reclamándoles que eran buenos limpiando lo de afuera pero por dentro eran sepulcros blanqueados.
Hoy en día tenemos muchas personas parecidas a estos religiosos, que solamente se interesan por ciertas normas y costumbres, pero se olvidan del mandamiento más importante, el cual es el que Jesús dedica en las siguientes palabras:
36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
38 Este es el primero y grande mandamiento.
Mateo 22:36-38
Sin duda alguna este es el gran mandamiento que Dios nos ha enseñado a través de su Palabra: Amar al Señor con todo nuestro ser y realmente esto es mucho mas que solo asistir a la iglesia (cosa que es necesaria) o realizar ciertas obras caritativas.
Es bueno hacer hincapié en por qué Jesús les responde de esta manera a los fariseos y escribas y para eso debemos tomar bien en cuenta lo mencionado en la introducción de este artículo, los fariseos estaban mucho más interesados en normas y costumbres, olvidándose y descuidando su interior, y por esto Jesús utiliza este comentario para darles a entender que no basta con mostrarse limpios por fuera si realmente no aman al Señor con todo su ser.
Amar a Dios es nuestro principal propósito como cristianos, puesto que si le amamos, todo lo demás será menos pesado. Amemos a Dios más que nuestra propia vida y de esta manera mostraremos una mejor versión de qué es realmente un verdadero cristiano o hijo de Dios.
Cuando Jesús hace referencia a amar a Dios con todo el corazón, se refiere a un amor que no está dividido, que no es superficial ni condicionado por lo que podamos recibir. Amar con el corazón significa entregarle a Dios nuestros sentimientos, nuestras intenciones y deseos más profundos. Este tipo de amor va más allá de una emoción pasajera, es una decisión firme de honrar a Dios en todo lo que hacemos.
Asimismo, cuando menciona amar a Dios con toda el alma, nos está mostrando la necesidad de rendir toda nuestra vida espiritual a Él. El alma es aquello que nos da identidad y sentido, por lo tanto, amar a Dios con toda el alma implica reconocer que fuimos creados para Él y que nuestra mayor plenitud está en vivir en su presencia. Amar con el alma significa también confiar en Él en medio de las pruebas y dificultades, sabiendo que su plan es perfecto.
Amar a Dios con toda la mente también es un punto esencial. Esto significa que nuestros pensamientos, razonamientos y decisiones deben estar alineados con la voluntad divina. No se trata de un amor ciego, sino de un amor que busca comprender, meditar y obedecer su Palabra. Cuando nuestra mente está ocupada en cosas vanas, nos desviamos del propósito de Dios; pero cuando meditamos en su ley de día y de noche, encontramos la sabiduría necesaria para caminar en el camino correcto.
En un mundo lleno de distracciones, donde las redes sociales, las preocupaciones económicas y el afán diario pueden robar nuestra atención, es fundamental recordar este mandamiento. Amar a Dios con todo nuestro ser nos ayuda a mantener la prioridad en lo eterno y no en lo pasajero. Nos motiva a vivir con gratitud, obediencia y esperanza, confiando en que Él tiene cuidado de nosotros.
También debemos reflexionar en que amar a Dios no se limita a palabras o a una confesión de labios, sino que se manifiesta en acciones concretas. La manera en que tratamos a los demás, la compasión que mostramos a los necesitados y la integridad con la que vivimos son pruebas visibles de cuánto amamos al Señor. Jesús mismo dijo que si le amamos, guardaremos sus mandamientos, y eso significa obediencia constante y sincera.
Finalmente, el gran mandamiento nos recuerda que antes de preocuparnos por normas externas, ritos o apariencias, debemos centrarnos en lo más importante: tener un corazón rendido a Dios. Si lo amamos con todo lo que somos, podremos amar a nuestro prójimo con un amor genuino, y así reflejaremos verdaderamente la luz de Cristo en este mundo que tanto lo necesita.
Conclusión: El gran mandamiento no es una simple sugerencia, sino la base de toda vida cristiana. Amar a Dios con todo el corazón, alma y mente es el fundamento que sostiene nuestra fe. Cuando ponemos en práctica este mandamiento, dejamos de vivir una religión superficial y comenzamos a experimentar una relación verdadera y transformadora con nuestro Creador. Ese amor nos impulsa a servir, perdonar, compartir y vivir con propósito, sabiendo que el Señor es el centro de todo.