Más que vencedores

«Más que vencedores» es una frase muy usada entre los cristianos, especialmente cuando atravesamos pruebas difíciles. Pero siempre es bueno recordar quién dijo esas palabras y en qué contexto. No fueron palabras dichas a la ligera, sino que las pronunció el apóstol Pablo, un hombre que conocía en carne propia lo que era sufrir por Cristo. Por eso, cuando repetimos esta frase debemos hacerlo con plena conciencia de lo que significa.

Pablo fue antes un perseguidor de la iglesia, enemigo acérrimo de los cristianos, pero la gracia de Dios lo alcanzó en el camino a Damasco. De ser el que azotaba y encarcelaba a los creyentes, pasó a ser el más perseguido por causa de Cristo. Él habló a los corintios sobre los padecimientos que había enfrentado, y al leerlos comprendemos la profundidad de su afirmación: en todas estas cosas somos más que vencedores. Pablo no hablaba desde la comodidad, sino desde la experiencia del dolor, las cadenas y la persecución.

El apóstol escribió a los Romanos estas palabras llenas de esperanza:

37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,

39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Romanos 8:37-39

Cuando Pablo escribió esto, la iglesia estaba enfrentando una de las persecuciones más intensas de su tiempo. Ser cristiano no era un título de prestigio, era una sentencia de peligro. Predicar a Cristo era considerado una herejía por los fariseos y una amenaza para el poder romano. Los creyentes eran azotados, apedreados, escupidos, echados a la cárcel, despojados de sus bienes e incluso llevados a la muerte. Y, sin embargo, en medio de todo ese sufrimiento, Pablo proclamó con seguridad que nada podría separarnos del amor de Cristo.

Si miramos un poco más adelante en la historia, descubrimos que la iglesia ha seguido enfrentando pruebas similares. En los años 1400 y 1500, los grandes reformadores pagaron un alto precio por sostener la fe en Cristo y proclamar la verdad de las Escrituras. Muchos de ellos fueron perseguidos, encarcelados y hasta martirizados. Aun así, la llama de la fe no se apagó, porque la promesa de Jesús seguía en pie: “las puertas del hades no prevalecerán contra la iglesia”.

Aunque Satanás ha intentado a lo largo de los siglos debilitar, dividir o desaparecer la fe cristiana, simplemente no ha podido. El Evangelio ha seguido avanzando, cruzando fronteras, culturas y generaciones. Y la razón es sencilla: el amor de Dios en Cristo es inconmovible. Por eso Pablo dice con tanta seguridad: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Esta es la base de nuestra victoria. No se trata de que los cristianos nunca enfrentemos problemas o que no sintamos dolor. La diferencia está en que, a pesar de todo lo que enfrentemos, sabemos que el amor de Dios permanece firme. No somos más que vencedores porque evitamos las pruebas, sino porque, al atravesarlas, salimos fortalecidos por la gracia de Cristo. Nuestra victoria no es superficial ni pasajera, sino que apunta hacia la vida eterna. Esa es la victoria suprema: la seguridad de que estaremos para siempre con el Señor.

Cristo nos hace ser más que vencedores. En Él tenemos la certeza de que la última palabra no la tiene la enfermedad, la pobreza, la persecución ni la muerte. La última palabra la tiene el amor de Dios manifestado en la cruz y confirmado en la resurrección. Por eso podemos vivir confiados, perseverar en la fe y proclamar con valentía que, sin importar lo que venga, somos más que vencedores en Cristo Jesús.

Jehová no te dejará
El camino de Jehová es fortaleza al perfecto