Podemos ver la desesperación de las personas hoy en día, que siempre quieren hacer todo de prisa aún cuando tienen la posibilidad de hacerlo despacio y bien. Es común ver a personas corriendo detrás de metas, tareas, compromisos y deseos, como si el tiempo nunca alcanzara. Pero la misma Palabra del Señor nos recuerda que no debemos vivir de esa manera, sino que debemos hacer todo tranquilo, con paciencia y sobre todo con amor. La prisa nunca ha sido buena consejera, y menos cuando se trata de cosas que marcan nuestra vida espiritual y personal. Vivir apresurados es como intentar correr sin dirección: se gasta energía, pero no siempre se llega al destino correcto.
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Eclesiastés 3:1
El escritor de este libro, llamado Salomón, no se equivocó cuando dijo que todo tiene su tiempo. Él había experimentado de primera mano la sabiduría, las riquezas, los placeres y también las frustraciones de la vida. Llegó a la conclusión de que el hombre debe reconocer los ritmos que Dios mismo ha establecido. Esta frase no es un simple consejo filosófico, es una verdad absoluta: cada cosa tiene su momento perfecto bajo la voluntad del Señor. Dios es un Dios de orden, no de confusión, y cuando respetamos ese orden, nuestra vida encuentra paz.
Cuando le damos paso a la desesperación, desordenamos nuestro estilo de vida. La prisa nos lleva a actuar sin pensar, a tomar decisiones sin consultar a Dios, y a vivir sin medir las consecuencias. Así, lo que podría haberse hecho con calma y en bendición, termina trayendo dolor y cansancio. La impaciencia no solo afecta nuestro espíritu, también afecta nuestro cuerpo. Muchas enfermedades modernas están relacionadas con el estrés, la ansiedad y la prisa en la que vivimos. Nuestro cuerpo, aunque fuerte, tiene un límite. Si lo llevamos constantemente al extremo, llegará un momento en que no podrá más.
Salomón lo explica de una manera poética y profunda en los siguientes versículos:
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;
tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Eclesiastés 3:2-8
Cada uno de estos versos refleja la realidad de la vida. Son recordatorios de que la existencia humana no es lineal ni estática, sino que pasa por diferentes estaciones. Así como la naturaleza tiene primavera, verano, otoño e invierno, nuestra vida tiene tiempos de alegría y de tristeza, de abundancia y de escasez, de silencio y de palabras. El error está en querer forzar las estaciones, en pretender cosechar cuando aún no hemos sembrado, o en querer reír cuando todavía es tiempo de llorar y aprender.
Cuando ignoramos estos consejos divinos, las consecuencias llegan. Muchas veces la muerte prematura, el agotamiento, la frustración y las rupturas en nuestras relaciones se deben a que no hemos aprendido a esperar. La Biblia nos enseña que la paciencia es un fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22), y quien no cultiva la paciencia terminará pagando un precio alto. Por eso es necesario detenerse, respirar, y recordar que si Dios estableció un tiempo para cada cosa, entonces debemos confiar en Su soberanía.
Este mensaje no es una invitación a la pereza ni a la inactividad, sino a reconocer que Dios tiene el control. Significa aprender a descansar en Su voluntad, trabajar con diligencia, pero sin ansiedad. Significa aceptar que no siempre tendremos lo que queremos en el momento que deseamos, pero que cuando llegue el tiempo correcto, será perfecto. Como dice Habacuc 2:3: “Aunque la visión tardare, espérala; porque sin duda vendrá, no tardará”. Esa es la confianza que nos libra de la desesperación.
Amado lector, si hoy estás viviendo con prisa, si sientes que el tiempo no te alcanza y que tu vida es un torbellino, haz una pausa. Escucha la voz de Dios que te recuerda que todo tiene su tiempo. Confía en que lo que Él ha prometido llegará en el momento preciso. Aprende a valorar el presente, a disfrutar el proceso y a descansar en Su gracia. Así tu cuerpo se fortalecerá, tu mente hallará paz, y tu espíritu se renovará cada día. Recuerda: no corras más de lo que Dios te manda. Vive con calma, y permite que el Señor sea quien marque tus pasos.