Hacer el bien es uno de los llamados más importantes que encontramos en la Palabra de Dios. Sin embargo, muchas veces nos resulta un verdadero desafío mantenernos firmes en esta práctica en un mundo donde abunda la injusticia, la indiferencia y la maldad. La sociedad actual parece estar arropada por la violencia, la mentira y la falta de amor, lo que lleva a muchas personas a cuestionarse si realmente vale la pena actuar con bondad. A pesar de todo esto, los creyentes estamos llamados a vivir de manera diferente, reflejando el carácter de Cristo en cada una de nuestras acciones.
«Hacer el bien», ¿cómo podemos hacer esto en medio de una sociedad arropada por la maldad? Esto en cierto modo se ha vuelto complicado, por la forma en que se muestran muchas personas, por las habilidades que quieren usar frente a los demás para sacar ventaja de su condición, pero, nosotros como cristianos, ¿cómo debemos actuar frente a esta realidad? ¿Debemos olvidarnos de hacer el bien por la maldad que encontramos hasta dentro de la iglesia? Veamos qué nos dice la Biblia sobre esto.
El apóstol Pablo escribe a la iglesia de Galacia y en el capítulo seis de su carta les escribe prácticamente sobre cómo debemos ser bondadosos con nuestros hermanos en la fe, de cómo tenemos que tenderle la mano a nuestros hermanos, considerarnos a nosotros mismos, ya que estamos de igual manera en la condición de humanos.
El consejo de Pablo no era simplemente un llamado a la solidaridad, sino a una actitud constante de compasión. La iglesia primitiva enfrentaba dificultades, persecuciones y diferencias internas, y aun así se les exhortaba a no dejar de hacer el bien. Esto nos enseña que la bondad no depende de las circunstancias externas, sino de la obediencia al Señor y del fruto del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Si entendemos perfectamente nuestra parte humana no tendríamos problemas con hacer el bien a los demás, puesto que todos tendemos a cometer errores, pero, ¿cómo podemos dejar de cometer errores? Somos humanos, y eso nos hace vulnerables a hacer cosas inapropiadas.
Es aquí donde entra la importancia del perdón y la empatía. Cuando comprendemos que cada persona enfrenta luchas internas y que todos fallamos de una u otra manera, resulta más sencillo extender gracia en lugar de juzgar. Hacer el bien implica también saber perdonar, levantar al caído y brindar apoyo al que lo necesita, aun cuando esa persona no lo merezca desde nuestra perspectiva humana.
Pablo le dijo a los Gálatas:
No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.
Gálatas 6:9
«No nos cansemos de hacer el bien», en medio de todo lo que nosotros vemos en el día a día debemos tener esta frase muy pendiente en nuestros corazones. En medio de todas las debilidades que vemos, en medio de nuestros hermanos de la fe y su manera de comportarse debemos considerar fuertemente esto que dijo el apóstol Pablo. Es decir, esto de hacer el bien no se trata de pagar bien por bien, no se trata tampoco de tener favoritismo con aquellas personas que nosotros creemos que son más aptas, hacer el bien es una gracia que debemos usarla con «todos».
El mundo nos invita constantemente al egoísmo, a buscar solo lo que nos conviene y a responder al mal con más mal. Pero Cristo nos muestra otro camino: amar incluso a nuestros enemigos, orar por quienes nos persiguen y servir sin esperar nada a cambio. Ese es el verdadero sentido de hacer el bien, pues refleja la naturaleza misma de Dios, quien nos amó primero aun cuando estábamos lejos de Él.
Otra cosa que debe alentarnos a hacer el bien es que al tiempo de Dios, segaremos aquello que hemos plantado. Digo al igual que Pablo: «No te canses de hacer el bien», no mires las cosas malas de los demás, solamente mira el carácter maravilloso de Dios, que nos ama sin nosotros haberle amado a Él.
Cada acto de bondad, por más pequeño que parezca, tiene un impacto eterno. Tal vez en el momento no veamos los frutos, pero la Biblia nos asegura que, si perseveramos, recogeremos la cosecha a su debido tiempo. Esa promesa debe sostenernos cuando sintamos que no vale la pena, cuando el cansancio nos abrume o cuando la ingratitud de otros intente apagar nuestro ánimo.
Hagamos el bien con todas las personas que podamos y sobre todo con nuestros hermanos en la fe, pues algún día recibiremos una recompensa por ello.
En conclusión, el llamado a hacer el bien es más que una recomendación; es una orden que refleja la esencia misma del evangelio. No debemos cansarnos, aunque el camino sea difícil, porque Dios recompensa a los que permanecen fieles. Recordemos que nuestro ejemplo puede inspirar a otros a seguir a Cristo y que cada acción bondadosa es una semilla que, en su tiempo, dará fruto. Por lo tanto, sigamos haciendo el bien sin mirar a quién, porque al final será el Señor quien nos recompense abundantemente.