Escasez, es un momento por el cual todos hemos pasado alguna vez en la vida. Es una experiencia sumamente difícil porque afecta nuestra estabilidad emocional, nuestra fe y muchas veces hasta la manera en que vemos la vida. Cuando falta lo básico, cuando no sabemos qué poner en la mesa, cuando la necesidad toca a la puerta, el corazón humano tiende a llenarse de temor e incertidumbre. Sin embargo, aun en tiempos así, debemos confiar en lo poderoso que es nuestro Dios para suplir nuestras necesidades. Él ha prometido ser nuestro proveedor fiel. En la Biblia podemos encontrar varias historias que nos hablan de la escasez y de cómo Dios ha mostrado su poderosa mano en medio de esas circunstancias. Una de las más impactantes es la historia de la viuda de Sarepta, a la cual quiero invitarte a reflexionar en este momento.
Esta historia se encuentra en el primer libro de Reyes capítulo 17. En ese tiempo había una gran sequía en la tierra. Dios envió a Elías a Sarepta, donde una mujer viuda estaba viviendo en extrema necesidad. Dios mismo le dio instrucciones a Elías:
«Levántate, vete a Sarepta de Sidón y vive allí; ahí le he dado orden a una mujer viuda que te sustente.»
1 Reyes 17:9
Al leer este pasaje, nos damos cuenta de que muchas veces los caminos de Dios parecen ir en contra de nuestra lógica humana. ¿Cómo es posible que Dios mande a su profeta a buscar sustento en la casa de una mujer que apenas tenía para sobrevivir? Sin embargo, debemos recordar que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros, y sus planes superan nuestro entendimiento. La mano de Dios llega más lejos que cualquier esfuerzo humano. Esta historia es perfecta para enseñarnos que no debemos vivir bajo nuestra lógica limitada, sino bajo la confianza en la provisión divina.
Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Cuando llegó a la puerta de la ciudad, había allí una mujer viuda que estaba recogiendo leña. Elías la llamó y le dijo:
Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso para que beba. Cuando ella iba a traérsela, él la volvió a llamar y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tus manos. Ella respondió: ¡Vive Jehová, tu Dios, que no tengo pan cocido!; solamente tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en una vasija. Ahora recogía dos leños para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo. Lo comeremos y luego moriremos.
1 Reyes 17:10-12
La situación de esta mujer era desesperante. Solo tenía un puñado de harina y un poco de aceite. Su plan era preparar un último bocado para ella y su hijo, comerlo y luego resignarse a la muerte. Humanamente hablando, no había esperanza. Y en ese mismo escenario aparece Elías pidiéndole un poco de pan. No podemos juzgar a esta mujer por su reacción, porque probablemente nosotros hubiéramos sentido lo mismo en una situación así: temor, incredulidad y desesperanza. Pero lo hermoso de esta historia es que Dios siempre llega con una respuesta fresca y poderosa en los momentos más oscuros.
Elías le respondió con palabras que cambiaron por completo la perspectiva de aquella viuda:
Elías le dijo: —No tengas temor: ve y haz como has dicho; pero hazme con ello primero una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela. Después la harás para ti y para tu hijo.
Porque Jehová, Dios de Israel, ha dicho así: “La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.”
1 Reyes 17:13-14
¡Qué palabras tan llenas de poder y esperanza! Elías no la regañó por su falta de fe ni la criticó por dudar, sino que la animó con la promesa de Dios: la harina no se acabaría y el aceite no disminuiría hasta que llegara la lluvia. Y así sucedió. Dios cumplió su palabra y la viuda y su hijo fueron sustentados milagrosamente. De la escasez pasaron a experimentar la abundancia de la provisión divina. Esta historia nos recuerda que cuando entregamos lo poco que tenemos en las manos de Dios, Él lo multiplica y lo convierte en bendición.
El mensaje central de esta enseñanza es claro: en medio de la escasez, la fe en la palabra de Dios es nuestra mayor riqueza. No importa lo poco que tengamos, si lo ponemos en manos del Señor, Él hará lo imposible. La viuda no tenía grandes recursos, pero tenía disposición de obedecer, y eso bastó para que Dios se glorificara. De la misma manera, en nuestra vida, Dios no nos pide lo que no tenemos, sino lo que tenemos. Si ofrecemos nuestro corazón, nuestra fe y lo poco que poseemos, Él se encargará de lo demás.
Querido lector, tal vez estés atravesando un momento de escasez, quizá falte el pan en tu mesa o estés enfrentando deudas y preocupaciones. No olvides que el mismo Dios que multiplicó la harina y el aceite en la casa de la viuda de Sarepta es el mismo que cuida de ti hoy. Nunca desmayes. Más bien, espera firmemente en que la mano de Dios te sustentará. Él es fiel para cumplir sus promesas y jamás abandona a los que confían en Él.