¿Qué es una batalla? Esto se puede definir como un combate entre dos o más contendientes en donde un grupo o una persona obtendrá la victoria. Las batallas suelen ser dolorosas y riesgosas, y nunca se sabe quién ganará, puesto que esto dependerá de las destreza de cada cual. Los soldados siempre terminan con mucho dolor y otros terminan horrorizados y traumados por ir a las guerra y no quedan con deseos de volver, pues es realmente doloroso.
Pero entre nosotros los que servimos no pasa exactamente igual. Nuestras batallas son dolorosas, pues no luchamos simplemente contra un mundo físico sino contra uno espiritual, y esto hace que nuestras batallas sean más dolorosas y peligrosas, a diferencia de aquellos soldados que van a la guerra en un mundo físico, los cuales muchas veces no saben si obtendrán la victoria. Nuestro caso es totalmente diferente, de antemano sabemos que la victoria es nuestra porque servimos al Rey del universo, el cual nos ayuda en cada una de nuestras batallas.
¿Es esta una batalla de la cual acongojarse o es esta una mala batalla? ¡No! Es la mejor de todas las batallas. Pablo le dijo al joven Timoteo:
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.
1 Timoteo 6:12
Pablo no ve esta gran lucha como una batalla mala, es increíble, lo ve como una buena batalla. ¿Sabes por qué? Porque es la única batalla donde recibimos una recompensa eterna, donde recibimos una corona incorruptible. Sin embargo, en el mundo podemos ganar otras batallas, pero ninguna de ellas nos garantiza la eternidad que esta buena batalla nos brinda. Y Pablo le continúa diciendo: «Echa mano de la vida eterna».
Al pelear la buena batalla de la fe echamos mano de la vida eterna. No te debilites, no importa cuán dura sea la batalla, cuán tedioso sea todo esto, ¡sigue luchando! porque un día recibiremos una recompensa la cual es eterna y esto debe ser lo más importante para nosotros, puesto que todo lo demás perece.
La buena batalla de la fe nos recuerda que no estamos solos en este caminar. El apóstol Pablo también dijo en otra ocasión que “nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, potestades y huestes de maldad en las regiones celestes”. Esto nos enseña que, aunque no podamos ver a nuestro enemigo con los ojos físicos, existe un combate real en el ámbito espiritual. Por eso necesitamos depender de Dios, fortalecernos en su Palabra y mantenernos firmes en la oración.
Un soldado terrenal puede contar con armas, estrategias y compañeros de batalla, pero nosotros contamos con la armadura de Dios. El apóstol nos exhorta en Efesios 6 a vestirnos con esa armadura espiritual: el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Esta es nuestra defensa y también nuestra arma de ataque para resistir y avanzar en la batalla de la fe.
Además, esta lucha espiritual no es en vano. Cada dificultad que atravesamos, cada tentación vencida, cada vez que permanecemos firmes en medio de la prueba, estamos acumulando una recompensa eterna. La Biblia nos habla de una corona incorruptible que el Señor entregará a aquellos que le son fieles hasta el final. A diferencia de las medallas o trofeos de este mundo, que con el tiempo se deterioran, la recompensa que Dios da es perpetua y nunca se acaba.
Muchos cristianos a lo largo de la historia han comprendido esta verdad. Por eso los vemos perseverar aun en medio de la persecución, la burla, las cárceles e incluso la muerte. Ellos tenían la certeza de que la buena batalla de la fe es la única que realmente vale la pena. Su ejemplo debe inspirarnos a nosotros hoy en día, cuando tal vez no enfrentamos cárceles, pero sí enfrentamos tentaciones, pruebas y un mundo que cada día se aleja más de los caminos de Dios.
Cuando entendemos esto, nuestra perspectiva cambia. Ya no vemos la vida cristiana como un simple esfuerzo humano, sino como una carrera con propósito, como un combate con un final glorioso. Y aunque a veces sintamos cansancio, la promesa del Señor es clara: “Mi gracia es suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. En esa promesa podemos descansar y seguir avanzando.
Por lo tanto, nunca olvides que estás peleando la buena batalla de la fe. No estás luchando en vano ni perdiendo tu tiempo. Cada oración, cada acto de obediencia, cada sacrificio por Cristo tiene valor eterno. Dios está viendo tu esfuerzo, conoce tus lágrimas y te dará la victoria. Así que levántate cada día con la confianza de que tu Capitán, Jesucristo, ya venció y te asegura la victoria final.
Conclusión: Pelear la buena batalla de la fe es un llamado para todo creyente. No es fácil, pero es la única batalla que vale la pena porque su recompensa no es temporal sino eterna. Mientras las guerras terrenales terminan dejando cicatrices y pérdidas, esta guerra espiritual nos conduce a la vida eterna y a una corona incorruptible. Sigamos firmes, echando mano de la vida eterna, porque el Señor mismo nos sostiene y garantiza nuestro triunfo.