Dirás: El verdadero trabajo de la iglesia de Cristo es predicar el evangelio. ¡Claro que sí! Pero hasta en eso estamos fallando. El trabajo de la iglesia de Cristo no es solamente predicar el evangelio, hay otras áreas en las que también manifestamos el amor de Dios al mundo y creo que predicar el evangelio debe ser algo completo, no una parte y abandonar la otra. ¡El trabajo de la iglesia también es ayudar al necesitado!.
La predicación del evangelio es la base del cristianismo, pues a través de ella se transmite la Palabra de Dios que trae salvación, esperanza y vida eterna. Sin embargo, la iglesia no puede limitarse a solo predicar con palabras, sino que también debe respaldar el mensaje con hechos concretos que reflejen la compasión de Cristo. De nada serviría predicar un evangelio poderoso si en la práctica somos indiferentes al dolor humano. La Biblia nos enseña que la fe sin obras es muerta, y por tanto la iglesia debe mantener un equilibrio entre la enseñanza espiritual y la acción práctica en favor de los demás.
A veces nos vemos envueltos en tantas actividades que realmente no pertenecen al trabajo de la iglesia, invertimos mucho tiempo en actividades para nosotros mismos, en embellecer el templo, entre muchas otras cosas, pero muy pocas veces nos recordamos del pobre y necesitado, y debemos entender que el mundo nos ve como un lugar de refugio, no solo para sus necesidades espirituales, sino también para las materiales.
El problema surge cuando las prioridades de la iglesia se desvían hacia asuntos secundarios. No está mal cuidar el templo o tener actividades internas, pero cuando esto se convierte en el centro y olvidamos la misión de ayudar al que sufre, entonces estamos descuidando un área fundamental del evangelio. Jesús mismo dedicaba tiempo a sanar enfermos, dar de comer al hambriento y tener compasión de las multitudes. Siendo así, ¿cómo podemos decir que somos sus discípulos si no seguimos sus pasos de servicio y amor práctico? El cristiano debe ser reconocido no solo por lo que dice, sino por lo que hace en beneficio de los demás.
Jesús dijo lo siguiente:
Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.
Lucas 14: 12-14
Creo que este trabajo la iglesia lo debe tomar, no solamente como grupo, sino también cada uno de nosotros como personas individuales ayudar a los más necesitados, pues, no es una gran obra darle al que ya tiene para esperar una recompensa. Es muy diferente dar al que no tiene y saber que posiblemente nunca recibirás ninguna recompensa material, ¿Por qué? porque cuando damos al que no tiene no esperamos nada de vuelta, porque esa persona es pobre.
El pasaje que leímos nos recuerda que la verdadera generosidad no está en dar esperando reconocimiento, sino en dar de manera desinteresada. La iglesia como cuerpo de Cristo tiene la misión de extender sus brazos a los débiles, a los rechazados y a los que el mundo ha olvidado. De hecho, la historia del cristianismo está llena de ejemplos en los que hombres y mujeres dedicaron sus vidas a servir en hospitales, fundar orfanatos y socorrer a los desamparados, porque entendieron que esa también era una manera de predicar el evangelio.
Si hacemos esto como iglesia, entonces Cristo nos llama bienaventurados, nos llama dichosos, y lo más importante es que tenemos una recompensa garantizada al hacer esto, y no se trata de una recompensa terrenal, más bien de una celestial.
Cuando una congregación dedica esfuerzos a servir a los necesitados, no solo está cumpliendo un mandato bíblico, sino que también está mostrando al mundo un testimonio poderoso. No se trata de suplir todas las necesidades materiales de las personas, porque eso sería imposible, sino de reflejar el carácter compasivo de Cristo en cada oportunidad que se presente. Un alimento, una visita, una palabra de ánimo o un gesto de amor pueden abrir el corazón de alguien para recibir el mensaje de salvación.
Por eso, debemos entender que la labor de la iglesia es integral: predicar, enseñar, discipular y también servir. Cada creyente debe preguntarse: ¿qué estoy haciendo para mostrar el amor de Dios a quienes me rodean? No basta con asistir a los cultos o levantar las manos en adoración; la verdadera espiritualidad se demuestra en la manera en que tratamos a los demás, especialmente a los más débiles y necesitados.
Querido lector, te insto a que siempre y cuando puedas bendigas a los más necesitados, y les muestres el amor del Padre y de esta manera estarás haciendo una gran obra.
En conclusión, el trabajo de la iglesia va mucho más allá de los muros del templo. La verdadera iglesia se hace visible cuando se arremanga para servir, cuando comparte lo poco o lo mucho que tiene, y cuando refleja el amor de Cristo en acciones concretas. Predicar el evangelio y ayudar al necesitado son dos partes inseparables de una misma misión. Que el Señor nos conceda la gracia de ser no solo oidores de la Palabra, sino también hacedores de ella, para que nuestra fe sea viva y nuestro testimonio glorifique a Dios.