Un refugio en tempestad

Nadie en esta tierra está exento de los problemas, de las enfermedades y de todo tipo de dificultad que se pueda vivir. Tarde o temprano, todos enfrentamos circunstancias que nos sacuden. A veces pensamos que podemos controlarlo todo, pero de repente ¡boom!, ahí están las pruebas delante de nosotros y solo queda afrontarlas. Esconderse nunca será la solución, porque los problemas no desaparecen por ignorarlos. Más bien, debemos aprender a enfrentarlos con sabiduría y con la ayuda de Dios, quien promete ser nuestro amparo y fortaleza en todo tiempo.

Nosotros los cristianos no estamos exentos de las dificultades. El impío se enferma, y nosotros también; el impío pierde el trabajo, y a nosotros puede pasarnos lo mismo. Los problemas económicos, las pérdidas familiares, las luchas emocionales y las enfermedades no distinguen entre creyentes y no creyentes. En resumen, solo se necesita ser humano para experimentar el dolor y la adversidad. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: la manera en que enfrentamos las pruebas. Esa diferencia no está en nuestra fuerza, sino en quién es nuestro refugio. Los cristianos confiamos en un Dios que nunca nos abandona.

La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres de Dios que atravesaron pruebas intensas. Abraham tuvo que esperar años por la promesa de un hijo, José fue vendido por sus propios hermanos y encarcelado injustamente, Daniel fue lanzado al foso de los leones, y los apóstoles padecieron persecuciones. Todos ellos vivieron situaciones que parecían imposibles de superar, pero se mantuvieron firmes en la fe. Lo que los sostuvo fue la confianza en el Dios vivo, el mismo Dios que hoy sigue siendo nuestro refugio en medio de la tormenta. Ellos entendieron que el sufrimiento no era el final, sino una oportunidad para ver el poder de Dios obrando en sus vidas.

El salmista lo expresó con profunda convicción al decir:

Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios,
y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares…

Salmos 46:1-2

Estas palabras son un recordatorio eterno de que, sin importar la magnitud de la prueba, siempre tenemos dónde refugiarnos. La diferencia entre el pueblo de Dios y los no creyentes está en que nosotros sabemos que no estamos solos. Cuando todo se derrumba, tenemos una Roca firme que nunca se mueve. Nuestra fortaleza no está en lo material ni en las soluciones humanas, sino en un Dios que tiene el control de todo. Así, no importa si la tierra se abre en dos o si los árboles no dan fruto, nuestro corazón puede descansar en la seguridad de que Dios sigue siendo nuestro refugio.

El mundo, en cambio, busca refugios falsos. Muchos recurren al alcohol, a las drogas, a las fiestas, a los entretenimientos o a las distracciones pasajeras para tratar de olvidar su dolor. Pero esas soluciones nunca resuelven el problema de raíz. El dolor sigue ahí, y cada día puede crecer más. Lo que al principio parece un escape se convierte en una cadena. La diferencia es que el refugio que ofrece Dios no es temporal ni ilusorio, es real, eterno y seguro.

Por eso creemos en la Palabra que Dios le dio a Israel en medio de la desesperación, cuando estaban acorralados por el ejército egipcio frente al mar Rojo. Moisés les recordó con firmeza:

Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.

Éxodo 14:14

Querido lector, quizá hoy estés enfrentando una prueba dura, una enfermedad, un problema familiar o una carga que parece insoportable. Recuerda que no estás solo. Ve en oración a Dios, escóndete en Su presencia, confía en Él, porque Él es nuestro refugio en medio de la tempestad. No hay lucha demasiado grande para el Dios que abrió el mar Rojo y que sostuvo a Sus hijos a lo largo de la historia. Ese mismo Dios está contigo hoy, y puedes tener la certeza de que nunca te abandonará.

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