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La recompensa que viene de Dios

La Biblia nos enseña repetidamente acerca de la importancia de la generosidad y del dar limosna a los pobres. Sin embargo, no se limita únicamente a decirnos que debemos dar, sino que también nos instruye en cómo hacerlo correctamente. El acto de dar, cuando se hace con un corazón sincero, glorifica a Dios y bendice al necesitado, pero cuando se hace con vanagloria o buscando la aprobación de los hombres, pierde su verdadero valor espiritual.

Lamentablemente, vivimos en una época donde muchos quieren que todo lo que hacen sea visto. Recuerdo una ocasión en la que vi una publicación en Facebook de un pastor que organizaba donativos de alimentos y ropa para los presos. En lugar de mantener ese acto de misericordia en secreto, lo publicaba en las redes sociales con fotografías y comentarios. Para muchos puede parecer normal o incluso correcto, pues algunos dicen que es para demostrar a las organizaciones donantes que el trabajo se está haciendo. Sin embargo, Jesús nos advierte claramente en su Palabra que hasta esas acciones pueden y deben mantenerse en privado.

El evangelio de Mateo nos da una enseñanza muy clara sobre esto:

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.

2Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.

3Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,

4para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Lo primero que debemos entender aquí es que Jesús no condena el hecho de dar, sino la manera en que muchos lo hacían. Había personas que anunciaban a viva voz lo que habían entregado, hacían alarde de sus “buenas obras” y buscaban aplausos de los demás. Jesús llama a esas personas hipócritas, porque su intención no era ayudar al necesitado ni glorificar a Dios, sino obtener reconocimiento y fama personal. Hoy en día, lo mismo sucede cuando las personas suben fotos de cada acto de caridad a las redes sociales para mostrar lo que hacen. ¿De qué sirve la ayuda si en realidad lo que se busca es exaltación propia?

Jesús nos da una instrucción radical: “Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”. Es decir, el acto de dar debe ser tan íntimo y discreto que ni siquiera tú mismo busques recordarlo o enorgullecerte. La verdadera generosidad no necesita publicidad, porque el único que debe verla es Dios. Y aquí encontramos algo maravilloso: cuando das en secreto, Dios promete recompensarte en público.

Ahora bien, ¿qué tipo de recompensa es esa? Jesús no especifica si es material, espiritual, física o emocional, pero sí garantiza que vendrá de parte de Dios. Y toda recompensa que viene de nuestro Padre celestial es perfecta y buena. Puede ser paz, provisión inesperada, gozo espiritual, puertas abiertas o simplemente la satisfacción de haber obedecido al Señor. De cualquier manera, la recompensa de Dios es mucho mejor que los aplausos pasajeros de los hombres.

Querido lector, debemos reflexionar: ¿cómo estamos dando? ¿Buscamos que nos vean, que nos aplaudan, que nos reconozcan? ¿O damos con la humildad de saber que nuestro Padre ya lo ve todo? La Biblia nos enseña que la verdadera generosidad se mide por la intención del corazón, no por la cantidad entregada ni por la publicidad que se le dé.

De esto podemos aprender que dar con discreción no significa dar con indiferencia. Al contrario, significa hacerlo con amor, compasión y fe, confiando en que Dios multiplica lo que ofrecemos. Recordemos siempre que el Señor mismo se entregó en la cruz en lo secreto de la obediencia al Padre, sin necesidad de demostrarlo a multitudes, y ese acto de humildad fue la mayor expresión de amor jamás vista.

Por lo tanto, sigamos el consejo de Jesús: si vamos a dar, hagámoslo en secreto, sabiendo que Dios que ve lo oculto nos recompensará. No busquemos el aplauso de los hombres, porque ese aplauso es momentáneo y vacío, pero la recompensa de Dios es eterna. ¡Aleluya!

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