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Cristo, nuestro abogado

Ser cristiano no es una visa para nunca pecar, en el sentido de que seguimos siendo pecadores por naturaleza. Somos herederos del mal por medio de la naturaleza adámica, y esto nos lleva a cometer errores en el día a día. A veces hacemos cosas que ni siquiera deseamos hacer, como bien lo explica el apóstol Pablo en Romanos 7. Momentos como esos muchas veces nos llevan a experimentar la «culpa». Sí, sentirnos culpables es lo correcto, porque el Espíritu Santo nos convence de pecado. Sin embargo, el problema aparece cuando dejamos que la culpa se convierta en condenación y creemos que Dios no nos perdonará jamás.

Muchas personas han cometido errores graves en su caminar con el Señor, y en lugar de acudir a Dios en arrepentimiento, han preferido alejarse por la vergüenza de lo que hicieron. El pecado es real, y la Biblia lo condena una y otra vez. Pero debemos entender que el problema mayor no es pecar —aunque es algo serio— sino permanecer en el pecado sin buscar restauración. Como dice la Escritura: «El que practica el pecado es del diablo» (1 Juan 3:8). Es decir, el verdadero peligro está en vivir habitualmente en el pecado, sin arrepentimiento ni búsqueda de perdón.

Es un alivio recordar que, cuando pecamos, tenemos un abogado que intercede por nosotros: Jesucristo el justo.

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

1 Juan 2:1

Lo primero que debemos comprender es que Dios nos manda a no pecar. Nuestra meta debe ser la santidad, no la complacencia en el pecado. El hecho de que Jesucristo sea nuestro abogado no significa que tengamos licencia para fallar sin consecuencias, sino que, al ser débiles por naturaleza, contamos con un mediador que nos defiende y nos limpia cuando caemos. Esta es una buena noticia para nuestra condición humana: no estamos solos en la lucha contra el pecado.

Recuerdo que un amigo cercano cayó en un pecado que lo destruyó emocionalmente. Las acusaciones en su mente fueron tan fuertes que se dejó vencer y se apartó de los caminos del Señor. Olvidó que Jesús es nuestro abogado fiel, y que cuando fallamos pero nos humillamos ante Él, encontramos perdón y restauración. Esa es precisamente la estrategia del enemigo: hacernos creer que no hay perdón para nosotros, cuando en realidad la gracia de Dios es mayor que cualquier error.

La Biblia también afirma:

Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.

Salmos 51:17

Este texto nos muestra que lo que Dios espera de nosotros no es perfección absoluta, sino un corazón arrepentido. Si hemos pecado, lo que debemos hacer es humillarnos delante de Dios con sinceridad. Él no rechaza a un corazón contrito, sino que lo recibe y lo transforma. Cristo es nuestro abogado, y es el único que tiene el poder de presentarnos limpios delante del Padre.

Si hoy estás afligido porque has pecado, no dejes que las acusaciones del enemigo sean más fuertes en tu mente que el deseo de Dios por levantarte. Desde Adán todos hemos pecado (Romanos 3:23), pero Dios en su infinita misericordia nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Jesús cargó con nuestra culpa en la cruz para que hoy podamos vivir en libertad.

¿Sabes cuánto nos amó el Padre? Tanto que entregó a su único Hijo por nosotros, no porque fuésemos perfectos, sino precisamente porque éramos pecadores necesitados de salvación. Esa es la mayor demostración de amor y la base de nuestra confianza: que siempre que caigamos, podemos volver al Padre a través de Cristo, nuestro abogado perfecto.

De manera que, nunca olvidemos esta verdad: si pecamos, tenemos un gran abogado, Jesucristo. Él no solo nos defiende, sino que nos limpia, nos restaura y nos da la fuerza para seguir adelante en el camino de la fe.

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