¿Alguna vez usted ha escuchado frases como: «así te dice Dios», «así te dice Jehová» o «Dios me dijo que te diga»? Estas y otras expresiones se han vuelto muy populares en la actualidad, especialmente en algunos círculos religiosos de Latinoamérica y Estados Unidos. Personalmente, he escuchado esas frases una y otra vez en boca de cientos de predicadores en mi país, y cada vez me surge la misma inquietud: ¿realmente Dios les habló, o están hablando de acuerdo a sus propias emociones?
El famoso «así dice Dios» se ha convertido en algo casi «esencial» en muchos cultos pentecostales y en iglesias bautistas de corte carismático. Siempre hay alguien que afirma haber tenido una «revelación», un «sueño», o una «visión» que supuestamente viene directamente de Dios. El problema es que, en medio de tanta supuesta voz profética, casi nunca se escucha lo más importante: «la Biblia dice».
El peligro es evidente. Cuando la iglesia reemplaza la Palabra de Dios por supuestas revelaciones personales, corre el riesgo de olvidarse de la verdad inspirada e infalible de las Escrituras. Pablo le escribió a Timoteo recordándole la suficiencia absoluta de la Palabra:
“Así dice el Señor DIOS: ¡Ay de los profetas necios que siguen su propio espíritu y no han visto nada!” (Ezequiel 13:3)
“Entonces el Señor me dijo: Mentira profetizan los profetas en mi nombre. Yo no los he enviado, ni les he dado órdenes, ni les he hablado; visión falsa, adivinación, vanidad y engaño de sus corazones ellos os profetizan.” (Jeremías 14:14)
“Pero el profeta que hable con presunción en mi nombre una palabra que yo no le haya mandado hablar, o que hable en el nombre de otros dioses, ese profeta morirá.” (Deuteronomio 18:20)
Estos pasajes muestran lo delicado que es poner palabras en la boca de Dios. Decir «Dios dijo» cuando Dios no ha hablado es una mentira peligrosa, comparable a la de los falsos profetas del Antiguo Testamento. Allí vemos cómo muchos engañaban al pueblo con visiones falsas, y Dios mismo pronunció un «¡Ay!» sobre ellos. Hoy, aunque los contextos culturales sean diferentes, el peligro es el mismo: la iglesia puede ser desviada por voces humanas que se presentan como divinas.
El Nuevo Testamento también nos exhorta a tener discernimiento. Juan escribió: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» (1 Juan 4:1). El criterio para discernir no es la elocuencia del predicador, ni la emoción que produce el mensaje, sino si lo que se dice está conforme a la Escritura.
En nuestra época, es común escuchar a quienes utilizan frases como «Dios me dijo» para manipular a la congregación, buscar prestigio o incluso obtener beneficios económicos. La Biblia nos advierte que algunos harían «mercadería de la fe» (2 Pedro 2:3). Frente a esto, debemos recordar que Dios ya nos ha dado todo lo necesario en su Palabra. Ella es la “palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19).
En conclusión, la iglesia no necesita nuevas revelaciones privadas para conocer la voluntad de Dios. Ya contamos con la Biblia, la cual es suficiente, clara y perfecta. No es un libro anticuado, sino la Palabra viva y eficaz de Dios que permanece para siempre (Hebreos 4:12). Aferrémonos a ella, confiemos en lo que está escrito, y no nos dejemos llevar por frases que buscan impresionar pero carecen de fundamento bíblico. Recordemos siempre: más importante que decir “Dios me dijo” es proclamar con convicción “la Biblia dice”.