Si en tu iglesia se manifiestan demonios debes leer esto

Así como la iglesia está experimentando una gran reforma y estamos viendo como muchos se están volviendo a las doctrinas bíblicas, por otro lado también estamos viendo otro grupo que va hacia el declive.

Quizá usted ha tenido la oportunidad de ver en iglesias como a personas se le manifiestan demonios o quizás lo ha visto en Youtube. Muchos predicadores llaman desde el púlpito a los demonios para que se manifiesten y luego echarlos fuera. ¿Es bíblico pedir la manifestación de un demonio en un cuerpo? No encontramos en la Biblia ni un solo ejemplo de los apóstoles donde pidan manifestaciones de demonios para luego pedir liberación y eso es muy practicado al día de hoy por muchos predicadores que dicen tener la «unción».

y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Juan 8:32

Lo único que puede hacer libre a un ser humano de su estado pecaminoso es conocer la verdad y ¿cuál es la verdad? Reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador. No necesitamos invocar la presencia de un demonio como si la iglesia fuese para invocar demonios o hacer ritos satánicos. La iglesia es para invocar el nombre del Señor y ser enseñados o edificados los unos a los otros.

¿En tu iglesia se invocan demonios y ves manifestaciones de demonios? Pues hay un gran problema allí, no es de ningún provecho para la iglesia de Jesucristo pasar por este tipo de cosas y concluyo diciendo que en ninguna parte del nuevo testamento veremos invocaciones de demonios.

Si examinamos el Nuevo Testamento con cuidado, vemos que cuando Jesús o los apóstoles se toparon con la actividad demoníaca, actuaron con autoridad, sobriedad y enfoque en el evangelio, nunca promoviendo espectáculos ni “llamando” a los demonios a manifestarse. En Marcos 1 y Lucas 4, el Señor reprende y expulsa sin convertirlo en un rito público que distraiga del propósito central: anunciar el reino de Dios y traer arrepentimiento y fe. En Hechos 16, Pablo, molesto por la perturbación de la muchacha con espíritu de adivinación, la libera en el nombre de Jesús; no organiza una convocatoria a los espíritus ni convierte la adoración en un teatro.

La norma bíblica para el pueblo de Dios es la edificación reverente y “todo decentemente y con orden” (1 Co. 14:40). Cuando los cultos derivan en caos, gritos y prácticas que buscan provocar manifestaciones, el foco deja de ser Cristo crucificado y resucitado, y pasa a ser la experiencia sensacional. La genuina presencia del Espíritu se evidenciará, no por desórdenes, sino por el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Gá. 5:22–23). Estas marcas no pueden fabricarse mediante técnicas emocionales; son el resultado de la obra soberana de Dios en corazones transformados por la verdad.

Ahora bien, ¿qué hacer pastoralmente cuando alguien sufre opresión o confusión espiritual? La respuesta reformada y bíblica es volver a los medios de gracia: la predicación fiel de la Palabra, la oración, el acompañamiento pastoral y la comunión de la iglesia. Se debe llamar al arrepentimiento de pecados concretos, a renunciar a prácticas ocultistas pasadas, a perseverar en obediencia, y a abrazar por la fe la obra consumada de Cristo. La armadura de Dios (Ef. 6:10–18) no es un protocolo místico, sino una vida saturada de verdad, justicia, evangelio, fe, salvación, Palabra y oración constante.

También es necesario discernimiento. La Escritura nos manda “probad los espíritus” (1 Jn. 4:1). No toda manifestación extraordinaria es evidencia del Espíritu Santo, ni toda aflicción es demoníaca; hay luchas del corazón, heridas, hábitos pecaminosos y aun problemas mentales que requieren cuidado integral, consejo bíblico y, cuando corresponde, la evaluación de profesionales capacitados. La iglesia hace bien cuando evita diagnósticos ligeros y, en cambio, aplica con paciencia la medicina de la Palabra, apuntando a Cristo y su suficiencia.

Invocar demonios desde el púlpito no añade poder al evangelio; más bien lo oscurece. La autoridad de la iglesia reside en la Escritura proclamada y aplicada, no en rituales improvisados ni en “uniones” que prometen control sobre el mundo espiritual. Cuando el centro es Cristo y su evangelio, los pecadores son verdaderamente libres, los santos son edificados y Dios es glorificado. Por ende, alejémonos de prácticas que entretienen la carne pero empobrecen el alma, y comprometámonos con una adoración bíblica, sobria y llena de verdad, donde la libertad no es una escena, sino el fruto palpable de conocer y seguir al Señor Jesucristo.