Dónde encontrar la revelación de Dios

Muchos cristianos andan buscando fervientemente encontrar una revelación y utilizan diferentes métodos para intentar descubrir esa revelación divina. Algunos incluso llegan a ayunar con el propósito de escuchar una voz audible del cielo, otros buscan sueños especiales, señales en la naturaleza o confirmaciones místicas en circunstancias cotidianas. Y gran parte de ellos desean aún llegar más lejos: escuchar la voz del mismo Dios de manera clara y directa. La pregunta que debemos hacernos es si esto es realmente lo que Dios quiere para nosotros hoy o si ya nos ha dado algo mucho más seguro, estable y completo: Su Palabra escrita.

Verdaderamente, en la antigüedad hubo hombres de Dios que escucharon Su voz de manera literal y personal. Uno de los ejemplos más claros es Moisés, a quien Dios le hablaba directamente en el monte. Allí recibió instrucciones, promesas y mandamientos, no solo para él mismo, sino para todo el pueblo de Israel:

2 Después de salir de Refidín, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon en el desierto. Acamparon allí, delante del monte. 3 El Señor llamó a Moisés desde el monte, y Moisés subió para hablar con Dios. Y Dios le dijo:

«Habla con la casa de Jacob. Diles lo siguiente a los hijos de Israel: 4 “Ustedes han visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo los he tomado a ustedes y los he traído hasta mí sobre alas de águila. 5 Si ahora ustedes prestan oído a mi voz, y cumplen mi pacto, serán mi tesoro especial por encima de todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. 6 Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo. Estas mismas palabras les dirás a los hijos de Israel.”»

Este relato nos muestra un Dios que se revelaba a su siervo Moisés con palabras claras y específicas. El pueblo debía obedecer esa voz como la máxima autoridad. Este patrón de revelación directa lo vemos repetido en otros hombres de Dios del Antiguo Testamento.

También tenemos el caso de Samuel, quien escuchó la voz de Dios de niño, aunque al principio no pudo reconocerla hasta que Elí le explicó lo que debía hacer. Esto refleja que escuchar a Dios no era algo natural, sino un privilegio excepcional:

1 El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia…

10 Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.

1 Samuel 3:1-10

Otro ejemplo lo encontramos en Gedeón. Aunque tuvo una manifestación visible del ángel de Jehová, dudó y pidió tres señales para confirmar que realmente Dios lo estaba enviando. Su historia nos enseña que incluso los que recibían revelaciones extraordinarias podían luchar con incredulidad:

Entonces Gedeón dijo a Dios: “Si has de salvar a Israel por mi mano, como has dicho, he aquí que yo pondré un vellón de lana en la era…”

Jueces 6:36-40

Podríamos citar muchos más ejemplos: Abraham escuchando el llamado de Dios a salir de su tierra, Isaías viendo al Señor en su trono alto y sublime, Jeremías recibiendo la Palabra del Señor desde su juventud, Ezequiel contemplando visiones del cielo, y Daniel interpretando sueños por revelación divina. Todos ellos muestran que en el Antiguo Testamento Dios se comunicaba de maneras extraordinarias con sus siervos.

Sin embargo, al llegar al Nuevo Testamento encontramos un cambio fundamental. Ya no vemos al Señor hablando de la misma manera directa y frecuente. El propósito de las revelaciones anteriores había sido preparar el camino para Cristo y establecer el fundamento de la fe. Una vez cumplida esa misión y confirmada por los apóstoles, ya no era necesario que Dios continuara hablando de la misma forma. Hebreos 1:1-2 lo resume claramente: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”.

Cristo es la revelación suprema de Dios. En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9). Ya no necesitamos buscar voces nuevas porque en Jesús tenemos la Palabra viva de Dios. Además, lo que Cristo enseñó fue confirmado y preservado en las Escrituras por medio de los apóstoles. Así, lo que antes eran revelaciones parciales y fragmentadas ahora se ha consolidado en una revelación completa y suficiente: la Biblia.

Esto nos lleva a una conclusión fundamental: la Palabra escrita de Dios es hoy la revelación plena y suficiente para el creyente. Toda enseñanza, todo milagro, toda historia inspirada que necesitamos está registrada en la Biblia. Allí encontramos la maravilla de la creación, la promesa hecha a Abraham, la liberación de Israel de Egipto, la entrada a la tierra prometida, la fidelidad de Dios en medio de la desobediencia de su pueblo, la venida de Cristo, su muerte, su resurrección y la esperanza gloriosa de su regreso. Todo esto es más que suficiente para nuestra fe.

No obstante, muchos cristianos caen en la trampa de menospreciar lo que ya está escrito. Algunos quieren “nuevas revelaciones”, “nuevas profecías” o “nuevas experiencias” como si la Biblia no fuera suficiente. Pero la Escritura nos advierte contra eso. Pedro dice en 2 Pedro 1:19 que tenemos “la palabra profética más segura” y que hacemos bien en estar atentos a ella como a una lámpara que alumbra en lugar oscuro. Esto significa que no necesitamos agregar nada más; la Biblia es suficiente para guiarnos en fe y vida.

Esto no significa que Dios no pueda guiar a sus hijos de manera personal en decisiones específicas mediante su Espíritu Santo. El Espíritu sigue iluminando la Palabra, aplicándola a nuestro corazón y ayudándonos a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas. Pero esto es muy diferente de esperar una voz audible o una nueva revelación doctrinal. El Espíritu nunca contradirá lo que ya está escrito; siempre nos llevará a Cristo y a obedecer su Palabra.

Por eso, debemos tener cuidado con quienes aseguran recibir revelaciones que van más allá de la Escritura. Muchas sectas han nacido de “nuevas voces” y “nuevos mensajes” que supuestamente provenían de Dios, pero que en realidad desviaron a miles del evangelio verdadero. El apóstol Pablo advierte en Gálatas 1:8 que, si alguien predica un evangelio diferente del que ya hemos recibido, sea anatema, aunque sea un ángel del cielo. ¡Cuán serio es esto!

Hermanos, la fe viene por el oír, y el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17). No viene por sueños extraños ni por señales místicas, sino por la proclamación clara de la Escritura. Por eso, nuestro llamado es a valorar, amar y estudiar la Biblia cada día. Allí está todo lo que necesitamos para conocer a Dios y vivir para su gloria.

Aplicación práctica

En lugar de buscar voces nuevas, dediquémonos a profundizar en la voz que ya tenemos: la Biblia. Organicemos nuestro tiempo para leerla diariamente, meditar en sus verdades, memorizar versículos y poner en práctica lo aprendido. Invirtamos en buenos comentarios, diccionarios bíblicos y materiales que nos ayuden a entender mejor el contexto de la Palabra. Oremos antes de leer, pidiendo al Espíritu que nos ilumine y nos guíe a toda verdad. Recordemos que el objetivo no es acumular conocimiento, sino ser transformados a la imagen de Cristo.

Cuando enfrentemos dudas, pruebas o decisiones, volvamos a la Palabra. Allí encontraremos principios eternos que nos guiarán. Cuando busquemos consuelo, allí hallaremos promesas firmes. Cuando queramos crecer, allí encontraremos exhortaciones, ejemplos y enseñanzas suficientes. La Biblia no es un libro muerto, sino vivo y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hebreos 4:12). Es la voz de Dios para nosotros hoy.

Conclusión

En el Antiguo Testamento, Dios habló de muchas maneras: a través de visiones, sueños, ángeles y voces audibles. Pero en el Nuevo Testamento, Dios ha hablado de manera definitiva por medio de su Hijo Jesucristo, y esa revelación ha quedado registrada en las Escrituras. No necesitamos más voces, porque tenemos la voz más segura: la Biblia. En lugar de buscar revelaciones fuera de ella, dediquémonos a conocerla profundamente, pues allí está revelada la voluntad de Dios para nuestra vida.

Así que, amados hermanos, sigamos estudiando la Biblia con reverencia y constancia. Dejemos de buscar voces externas y aprendamos a oír la voz de Dios en las páginas de Su Palabra. Solo así creceremos en madurez espiritual, seremos guardados de los engaños y viviremos para la gloria de Aquel que ya nos ha dado todo lo que necesitamos en Cristo Jesús.

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