La iglesia primitiva sin duda alguna sufrió grandes persecuciones por causa de predicar el evangelio de Jesucristo, pero esto nunca fue motivo para ellos dispersarse o que su fe se debilitara. El ser azotados por causa de su Señor lo tenían por bueno, y se gozaban en las aflicciones, porque sabían quién los había llamado. Esta es justamente la confianza que debemos tener hoy en día. Ellos comprendían que seguir a Cristo no era un camino de comodidad, sino de entrega y sacrificio, y aún así caminaban con gozo, porque tenían sus ojos puestos en la recompensa eterna y no en las dificultades temporales. En el libro de Hechos capítulo cinco leemos lo siguiente:
41 Los apóstoles, pues, salieron de la presencia del Concilio (Sanedrín), regocijándose de que hubieran sido considerados dignos de sufrir afrenta por Su Nombre.
42 Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y proclamar el evangelio (las buenas nuevas) de Jesús como el Cristo (el Mesías).
Anterior a estos versos nos damos cuenta de algunos padecimientos que sufrieron los apóstoles y, aun así, vemos estas palabras llenas de una confianza indescriptible hacia su Señor. ¿Alguna vez te has preguntado si en un momento así estarías gozoso en Cristo? Es increíble leer estas líneas y darnos cuenta de la valentía y fe de los apóstoles. Esto debería llenarnos de una esperanza viva y arraigar nuestra fe en nuestro Señor más y más. Ellos no sentían resentimiento ni desánimo, tampoco pensaban que habían sido abandonados, al contrario: se sentían fortalecidos, honrados y gozosos por el simple hecho de haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Cristo.
Hoy en día no en todos los países se vive una persecución abierta contra los cristianos, pero aún existen lugares donde confesar el nombre de Jesús implica riesgo de cárcel, discriminación o incluso la muerte. Nuestros hermanos en esas regiones son un ejemplo vivo de lo que significa perseverar en la fe bajo presión. Y nuestra oración debe ser que ellos experimenten el mismo gozo y fortaleza que tuvieron los apóstoles, y que nosotros también estemos preparados para mantenernos firmes si llegara el momento de sufrir por Cristo.
A lo largo de la historia, vemos un patrón repetido: cada vez que la iglesia es perseguida, lejos de desaparecer, se multiplica. Desde la iglesia primitiva, pasando por los años de la Reforma en 1500 y hasta el día de hoy, no podemos decir que la iglesia haya menguado por causa de las persecuciones. Al contrario, la sangre de los mártires siempre ha sido semilla de nuevos creyentes. El testimonio de hombres y mujeres fieles, dispuestos a dar su vida por Cristo, ha inspirado a muchos otros a abrazar la fe con convicción y valentía.
Mientras la iglesia de Cristo es más perseguida, más se multiplica.
Veamos otra cita en el libro de los Hechos capítulo 6:7:
Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.
En medio de una persecución fuerte, la iglesia primitiva no se detuvo, sino que continuó creciendo. El Espíritu Santo obraba con poder, y la predicación de la Palabra producía fruto abundante. Incluso sacerdotes judíos comenzaron a creer en Cristo, lo que muestra que ninguna oposición puede frenar el plan de Dios. Donde hay fidelidad y obediencia, Dios abre puertas y multiplica a su pueblo.
Sin embargo, ese crecimiento tenía un precio. El capítulo 8 de Hechos nos muestra el costo de seguir a Jesús en aquellos días:
1 En aquel día se desató una gran persecución en contra de la iglesia en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria, excepto los apóstoles.
2 Algunos hombres piadosos sepultaron a Esteban y lloraron a gran voz por él.
3 Pero Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel.
El martirio de Esteban y la persecución liderada por Saulo fueron duros golpes para la iglesia. Sin embargo, incluso esto sirvió para la extensión del evangelio. Los creyentes que fueron esparcidos llevaron consigo la Palabra de Dios y comenzaron a predicar en las ciudades a las que huían. Lo que parecía una tragedia se convirtió en una estrategia divina para que el mensaje llegara más lejos. Esto nos enseña que, aunque los hombres quieran destruir la iglesia, el propósito de Dios siempre prevalece.
La historia reciente confirma esta realidad. En países donde los cristianos han sido perseguidos, como China o Corea del Norte, el evangelio sigue avanzando de manera sorprendente. Allí donde se prohíbe reunirse en templos, surgen iglesias en casas. Allí donde se confiscan Biblias, los creyentes memorizan capítulos enteros para conservar la Palabra en su corazón. Todo esto es evidencia de que la iglesia no depende de circunstancias externas para sobrevivir, sino de la fidelidad de Dios y del poder del Espíritu Santo.
Conclusión
Nada puede detener la obra de Dios. Las persecuciones, las amenazas y los encarcelamientos han intentado callar la voz de la iglesia, pero el mensaje del evangelio sigue avanzando. La iglesia de Cristo, lejos de apagarse en medio de la adversidad, se fortalece y se multiplica. Como creyentes del siglo XXI, necesitamos aprender de este ejemplo y mantener nuestra confianza en el Señor, sabiendo que Él nunca nos abandona.
Nuestra oración debe ser que, si llega el momento de sufrir por Cristo, podamos gozarnos como los apóstoles, seguros de que el sufrimiento por su nombre es un honor. Y mientras tanto, debemos orar por nuestros hermanos perseguidos en el mundo entero y apoyar la obra misionera. Recordemos que el mismo Cristo prometió que las puertas del Hades no prevalecerán contra su iglesia. Hasta que Él venga, sigamos proclamando con valentía que Jesús es el Señor, confiando en que la victoria final ya está asegurada.