En la Biblia no se menciona de manera explícita la masturbación. Sin embargo, el hecho de que las Escrituras no hablen directamente de ella no significa que sea una práctica permitida o agradable a Dios. Por esta razón, es necesario hacer un recorrido bíblico para encontrar principios que nos ayuden a sacar una conclusión sobre este tema tan delicado y que, lamentablemente, suele ser poco abordado en las iglesias. Nuestro propósito es reflexionar a la luz de la Palabra y comprender cómo debe conducirse el cristiano en relación con su cuerpo y sus pensamientos. El primer pasaje que debemos considerar es Efesios 5:3:
Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos.
El apóstol Pablo exhorta a los creyentes a vivir en pureza, evitando incluso que se mencione entre ellos cualquier práctica de inmundicia. Si somos honestos, la masturbación es un tema que produce vergüenza mencionarlo en público. La pregunta es: ¿por qué causa vergüenza? Muy probablemente porque nuestra conciencia nos recuerda que no es un acto santo ni edificante, sino algo que se practica en secreto y que no glorifica al Señor. Cuando un cristiano no se siente libre para compartir una práctica ante su congregación, es señal de que esa conducta no es conforme a la santidad de Dios. Otro texto fundamental se encuentra en 1ª Corintios 10:31:
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.
Este versículo nos recuerda que todas nuestras acciones deben tener como objetivo glorificar a Dios. La gran pregunta es: ¿puede un creyente glorificar a Dios mientras se masturba? La respuesta bíblica es no. La masturbación es un acto centrado en uno mismo, en el placer personal, y generalmente va acompañado de pensamientos impuros o lujuriosos, lo cual está en oposición al llamado de vivir en pureza. No es posible relacionar este acto con la adoración ni con el propósito divino de nuestro cuerpo. Pablo también enseña en 1ª Corintios 6:19-20 lo siguiente:
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Estos versículos dejan en claro que nuestro cuerpo ya no nos pertenece, sino que ha sido comprado por la sangre de Cristo. Por lo tanto, debemos usarlo para glorificar a Dios. Practicar la masturbación es usar el cuerpo para un fin contrario al diseño divino, pues Dios nos ha dado la sexualidad como un regalo que debe ser disfrutado en el contexto del matrimonio, no en la soledad y en pensamientos impuros. La masturbación no es un acto neutral, porque inevitablemente está ligada a la imaginación pecaminosa, la pornografía o el deseo desordenado.
Además, Romanos 14:23 declara: “Todo lo que no proviene de fe, es pecado”. Esto implica que cualquier práctica que no tenga como base la confianza en Dios y la obediencia a su Palabra, se convierte en pecado. ¿Podría alguien afirmar que masturbarse es un acto de fe? Evidentemente no. Más bien, es un acto que se esconde, que se practica en secreto y que produce vergüenza. Por lo tanto, no puede agradar a Dios.
Podemos concluir que la masturbación es pecado, no porque la Biblia la nombre directamente, sino porque atenta contra los principios bíblicos de pureza, dominio propio y santidad. Es un acto en el cual Dios no se glorifica y en el que el creyente no da buen uso al templo del Espíritu Santo, que es su propio cuerpo. Al final, se convierte en un acto egoísta que alimenta la carne y debilita el espíritu.
Hermanos, Dios nos dio nuestros cuerpos para que los usemos en su servicio y para su gloria, no para satisfacer los deseos carnales. La masturbación, aunque sea común en el mundo, no debe tener cabida en la vida del creyente. En lugar de justificar esta práctica, debemos buscar al Señor en oración, depender de su Espíritu Santo y vivir conforme a la santidad a la cual hemos sido llamados. La verdadera satisfacción y la verdadera pureza se encuentran en Cristo, quien nos ha dado la victoria sobre el pecado.
Por tanto, alejémonos de todo lo que contamina y recordemos que, aunque el mundo normalice este tema, nosotros debemos obedecer la Palabra de Dios. Vivamos como hijos de luz, cuidando nuestros pensamientos, guardando nuestros cuerpos y presentándonos como sacrificios vivos, santos y agradables a Dios. Esa es nuestra adoración racional.