Hemos leído muchas historias en el Antiguo Testamento de hombres que vivieron una íntima comunión con Dios. Ellos escuchaban la voz de Dios como un hombre suele escuchar a otro hombre, como es el caso de Moisés, Elías, Ezequiel y muchos otros santos del Señor. Estos relatos son reales y verídicos, y los creemos porque las Escrituras los registran con claridad. Sin embargo, surge una pregunta clave para nosotros hoy: ¿Sigue Dios tratando con el hombre de esa misma forma en la actualidad?
Uno de los problemas más comunes en muchas iglesias modernas es el mal uso de expresiones como “así dice el Señor” o “Dios me dijo”. Estas frases, muchas veces, son empleadas con ligereza, sin un respaldo bíblico sólido, y se convierten en una especie de muletilla para impresionar a los oyentes. Junto con esto, abundan los testimonios de supuestas “visiones”, “sueños” y “revelaciones” que, en muchos casos, carecen por completo de contenido evangélico. Tristemente, el mensaje de quienes continuamente dicen escuchar la voz de Dios o recibir sueños proféticos suele estar vacío de la Palabra. Abren la Biblia por mero requisito, pero no predican de Cristo, no confrontan con la verdad y terminan entreteniendo a los oyentes con anécdotas y experiencias personales.
La gran pregunta que deberíamos hacernos es: ¿por qué Dios habría de hablar por medio de sueños y visiones a personas que ni siquiera proclaman el Evangelio bíblico, que no conocen a fondo al Dios de las Escrituras? La respuesta nos conduce a reflexionar sobre la centralidad de la Palabra escrita y la revelación completa que ya tenemos en la Biblia.
Lo que más necesitan nuestras iglesias hoy no son supuestos visionarios que viven de experiencias subjetivas, sino predicadores y maestros fieles que se encierren en sus estudios a escudriñar la Palabra de Dios. Necesitamos hombres y mujeres que no dependan de emociones o “revelaciones privadas”, sino que conozcan profundamente al Señor a través de las Escrituras inspiradas. Eso es lo que verdaderamente edifica al pueblo de Dios.
Por supuesto, no negamos que en su soberanía Dios pueda hablar al hombre de diferentes formas. La Biblia misma lo reconoce. En Job 33:14-15 leemos:
“Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. Por sueño, en visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres, cuando se adormecen sobre el lecho”.
Esto nos enseña que Dios puede hablar como Él quiera. No obstante, el problema es que muchos creyentes se obsesionan con escuchar la voz de Dios en formas extraordinarias, mientras descuidan lo más importante: conocerlo por medio de las Escrituras. Miles de cristianos dicen anhelar una “palabra profética” o una “visión celestial”, pero no dedican tiempo a leer la Biblia, que es la revelación segura, suficiente y confiable del Señor.
El apóstol Pablo nos recuerda en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Aquí vemos un principio fundamental: la fe no viene por “ver” ni por experimentar fenómenos extraordinarios, sino por escuchar la Palabra. Y esa Palabra es la Biblia. Por lo tanto, la principal manera en que Dios alimenta nuestra fe no es a través de sueños o revelaciones privadas, sino mediante la lectura, la meditación y la predicación fiel de las Escrituras.
Esto nos lleva a una conclusión esencial: Dios ya se ha revelado plenamente a nosotros a través de su Palabra. No necesitamos nuevas visiones o mensajes extra bíblicos para conocer su voluntad, porque todo lo que necesitamos para la vida y la piedad está contenido en las Escrituras. El Antiguo Testamento muestra ejemplos de cómo Dios se comunicaba en tiempos de revelación progresiva, pero ahora contamos con la revelación completa en Cristo y en su Palabra escrita.
En resumen, si bien Dios puede hablar de distintas maneras, su voluntad principal para nosotros está revelada en la Biblia. En lugar de buscar voces externas y experiencias emocionales, debemos sumergirnos en la Palabra de Dios, estudiarla, memorizarla y aplicarla. Allí encontramos la verdadera voz del Señor. Así evitaremos el engaño de doctrinas humanas y falsas revelaciones, y podremos afirmar con seguridad que conocemos al Dios vivo por medio de las Escrituras inspiradas. Que nuestro clamor sea siempre: “Señor, háblanos por tu Palabra”.