¿Son un problema los sermones largos?

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¿Cuánto debe durar un sermón?

La duración de los sermones ha sido un tema de debate dentro de las iglesias cristianas modernas. Muchos opinan que con veinte minutos es suficiente para exponer un mensaje, mientras que otros entienden que un sermón sólido necesita mayor tiempo para desarrollarse con profundidad. Este debate refleja cómo, en ocasiones, buscamos que la Palabra de Dios se acomode a nuestras agendas, cuando en realidad deberíamos disponer nuestro corazón para recibirla sin importar el reloj.

Hoy en día no es extraño escuchar quejas sobre la extensión de los mensajes. Algunos creyentes incluso llegan a decir que se aburren o que “ya fue demasiado”. Pero, curiosamente, esas mismas personas pueden pasar horas frente a una pantalla viendo series, disfrutando de un partido de fútbol o navegando en redes sociales sin mostrar el mismo cansancio. Esto revela que el problema no es necesariamente el tiempo, sino nuestra disposición espiritual frente al sermón.

Revisando en el internet encontré la siguiente anécdota ilustrativa:

Un pastor pasó al frente a predicar y notó que solo había llegado un granjero. El pastor le preguntó: “Estimado caballero, si no es mucha molestia voy a predicar mi sermón a pesar de que solo está usted.” El granjero respondió: “Cuando una sola de mis gallinas viene a mí nunca le niego el alimento”. El pastor entendió que debía continuar.
Predicó por una hora y media y luego preguntó: “¿Qué le pareció mi sermón?”. El granjero contestó: “Cuando una sola de mis gallinas viene a mí… ¡Nunca le doy de comer todo el balde!

Esta anécdota suele utilizarse para señalar que los sermones muy largos pueden cansar al oyente. No obstante, también nos deja otra lección: no es lo mismo predicar con prudencia que limitar la predicación al mínimo. Un mensaje demasiado corto apenas alcanza a presentar la idea principal sin profundizar en la aplicación bíblica, y la iglesia necesita alimento sólido que fortalezca su fe.

El apóstol Pablo nos da un ejemplo llamativo en las Escrituras:

“Y un joven llamado Eutico que estaba sentado en una ventana, tomado de un sueño profundo, como Pablo predicaba largamente, postrado del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue alzado muerto.” (Hechos 20:9)

Aquí vemos que Pablo predicaba largamente. No hablaba por unos minutos, sino que dedicaba horas a enseñar la Palabra. Aunque Eutico se durmió, el propósito del apóstol era edificar a los creyentes antes de continuar su viaje. Este pasaje no se presenta como una crítica a la duración del mensaje, sino como testimonio de la pasión de Pablo por instruir a la iglesia en todo el consejo de Dios.

Por tanto, los creyentes debemos preguntarnos si realmente valoramos el tiempo de la predicación. ¿Acudimos al culto con hambre de la Palabra o simplemente con el deseo de cumplir un compromiso social? Un sermón que nos confronta con el evangelio, que nos guía al arrepentimiento y que nos muestra la grandeza de Cristo, vale mucho más que cualquier otra actividad en la que podamos invertir nuestro tiempo.

Conclusión

Los cristianos no deberíamos buscar mensajes cortos solo por la prisa de regresar a casa. El mejor sermón no se mide por su duración, sino por su fidelidad a la Palabra de Dios. El predicador debe hablar con sabiduría y claridad, y el oyente debe escuchar con un corazón dispuesto y atento.

Escuchar pacientemente la Palabra nunca es una pérdida de tiempo, sino una inversión para la vida eterna. Más allá de los minutos, lo que realmente importa es si estamos siendo edificados por el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. La próxima vez que escuchemos un sermón extenso, en lugar de quejarnos, pensemos que cada minuto es un regalo de Dios para nuestro crecimiento espiritual.

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