No Debemos Transigir

http://www.spurgeonaudio.com/audios/No%20Debemos%20Transigir.mp3 Génesis es a la vez el libro de los comienzos y el libro de […]
charles spurgeon 2

Génesis es a la vez el libro de los comienzos y el libro de las dispensaciones. Ustedes saben qué uso hace Pablo de Sara y Agar, de Esaú y Jacob, y de casos semejantes. Génesis es, de principio a fin, un libro que instruye al lector en cuanto a las dispensaciones de Dios para con el hombre.

Pablo dice en un determinado lugar: «Lo cual es una alegoría», y con esto no quería significar que no eran hechos literales, sino que, siendo hechos literales, pueden ser utilizados también instructivamente como una alegoría.

Lo mismo puedo decir de este capítulo. Registra lo que en realidad fue dicho y hecho; pero a la vez, contiene una instrucción alegórica con relación a las cosas celestiales. El verdadero ministro de Cristo es semejante a este damasceno Eliezer, pues es enviado para encontrar una esposa para el Hijo de su Señor. Su gran deseo es que muchos sean presentados para Cristo en el día de Su venida, como la novia, la esposa del Cordero.

El fiel siervo de Abraham, antes de partir, tuvo comunión con su señor; esto es una lección para los que salimos a cumplir los encargos de nuestro Señor. Antes de involucrarnos en el servicio mismo, hemos de ver el rostro del Señor, y hablar con Él, y comentarle cualquier dificultad que se presentare a nuestras mentes. Antes de ponernos a trabajar, hemos de saber en qué estamos ocupados, y a qué nos dedicamos. Oigamos de la propia boca de nuestro Señor qué es lo que espera que hagamos, y cuánto nos ayudará en el desempeño de nuestras funciones.

Los exhorto, siervos compañeros, a que no salgan nunca a suplicarles a los hombres en nombre de Dios mientras no hayan suplicado a Dios en favor de los hombres. No intenten entregar un mensaje que no hayan recibido antes que nada de Su Santo Espíritu. Salgan del aposento de la comunión con Dios y vayan al púlpito del ministerio en medio los hombres, y habrá una frescura y un poder en ustedes que nadie será capaz de resistir.

El siervo de Abraham hablaba y actuaba como alguien que se sentía obligado a hacer exactamente aquello que su señor le ordenaba, y a decir lo que su señor le decía; por esta razón, su única ansiedad era conocer la esencia y la medida de su cometido. Durante la conversación con su señor, él mencionó un pequeño punto acerca del cual podría haber una complicación, pero su señor pronto resolvió la inquietud de su mente.

Es acerca de ese tropiezo, que se ha presentado últimamente en una muy grande escala, y que ha trastornado a muchos siervos de mi Señor, que voy a hablar esta mañana: ¡que Dios nos conceda que pueda ser de beneficio para su iglesia en general!

I. Al comenzar nuestro sermón les pediremos, primero, que PIENSEN EN LA TAREA PLACENTERA PERO TRASCENDENTAL DEL SIERVO.

Era una tarea placentera pues las campanas matrimoniales tañían a su alrededor. El matrimonio del heredero era un jubiloso evento. Para el siervo era algo muy honorable que se le confiara la responsabilidad de encontrar una esposa para el hijo de su señor. Y, sin embargo, en todos los sentidos, era un asunto de trascendental responsabilidad y nada fácil de cumplir.

Algunos desaciertos podrían presentarse fácilmente antes de que se diera cuenta; él necesitaba estar muy alerta, y estar algo más que alerta para un asunto tan delicado. Tenía que viajar muy lejos atravesando tierras que no contaban con veredas ni caminos; necesitaba buscar a una familia que no conocía, e identificar en esa familia a una mujer que no conocía, y que, a pesar de ello, debía ser la persona idónea para ser la esposa del hijo de su señor: todo esto exigía un gran servicio.

El trabajo que este hombre asumió era un asunto en el que su señor tenía puesto su corazón. Isaac tenía ahora cuarenta años de edad, y no había dado señales de casarse. Isaac poseía un espíritu dócil y apacible, y necesitaba ser estimulado por un espíritu más activo. La muerte de Sara le había privado del solaz en su vida que había encontrado en su madre, y, sin duda, lo había conducido a desear una tierna compañía.

El propio Abraham ya era viejo, y muy entrado en años, y muy naturalmente deseaba ver que la promesa comenzara a cumplirse, pues en Isaac le sería llamada descendencia. Por tanto, con gran ansiedad, -manifestada por el hecho que juramentó a su siervo con un juramento del tipo más solemne- le dio el encargo de ir a su tierra y a su parentela en Mesopotamia, y de tomar de allí mujer para Isaac. Aunque esa familia no era todo lo deseable, era lo mejor que conocía; y como alguna luz celestial permanecía allí todavía, esperaba encontrar en ese lugar la mejor esposa para su hijo. Sin embargo, el asunto que encomendó a su siervo era muy serio.

Hermanos míos, esto no es nada comparado con el peso que se cierne sobre el verdadero ministro de Cristo. Todo el corazón del Grandioso Padre está puesto en dar a Cristo una iglesia que será Su amada para siempre. Jesús no debe estar solo: Su iglesia debe ser Su amada compañera. El Padre ha de encontrar una esposa para el grandioso Esposo, una recompensa para el Redentor y un solaz para el Salvador: por tanto, impone sobre todos aquellos a quienes llama, la obligación de proclamar el Evangelio, de buscar almas para Jesús, y de no descansar hasta que los corazones estén unidos en matrimonio con el Hijo de Dios. ¡Oh, necesitamos gracia para cumplir con esta comisión!

Esta misión era aún más seria debido a la persona para quien había de encontrarse una esposa. Isaac era un extraordinario personaje; en verdad, para el siervo, Isaac era único. Era un hombre nacido conforme a la promesa; no según la carne, sino por el poder de Dios; y ustedes saben cómo en Cristo, y en todos aquellos que son uno con Cristo, la vida viene por la promesa y el poder de Dios, y no dimana del hombre.

Isaac era a la vez el cumplimiento de la promesa y el heredero de la promesa. ¡Infinitamente glorioso es nuestro Señor Jesús como el Hijo del hombre! ‘Mas su generación, ¿quién la contará?’ ¿Dónde se podrá encontrar una ayuda idónea para Él, un alma adecuada para que sea desposada con Él? Isaac había sido sacrificado; él había sido colocado sobre el altar, y aunque no murió de hecho, la mano de su padre había desenvainado el cuchillo con el que iba a matarlo. Abraham había ofrecido en espíritu a su hijo; y ustedes saben sobre Quién predicamos, y para Quién predicamos, es decir, Jesús, que puso Su vida como sacrificio por los pecadores. Él ha sido presentado como un holocausto delante de Dios. ¡Oh!, por las heridas, y por el sudor sangriento, les pregunto: ¿dónde encontraremos un corazón apto para ser desposado con Él? ¿Cómo encontraremos hombres y mujeres que pudieran recompensar dignamente un amor tan admirable, tan divino, como el de aquel que murió la muerte de la cruz?

Isaac también había sido levantado de los muertos, en sentido figurado. Para su padre, Isaac estaba «ya casi muerto», como dijo el apóstol; y le fue devuelto de los muertos. Pero nuestro bendito Señor ha resucitado realmente de una muerte real, y está delante de nosotros en este día como el Vencedor de la muerte, el Destructor del sepulcro. ¿Quién será unido a este Conquistador? ¿Quién es apto para morar en la gloria con este Ser glorioso?

Uno habría pensado que todo corazón aspiraría a tal felicidad, y daría saltos ante la esperanza de tan incomparable honor, y que nadie retrocedería excepto por un sentido de gran indignidad. ¡Ay!, tristemente no es así, aunque debería ser así.

¡Qué misión tan importante hemos de cumplir procurando encontrar a los que han de ligarse para siempre en santa unión con el Heredero de la promesa, con el Hombre sacrificado y resucitado! Isaac lo era todo para Abraham. Abraham le habría dicho a Isaac: «todo lo que poseo es tuyo.» Lo mismo sucede con nuestro bendito Señor, a quien Él ha hecho heredero de todas las cosas, por quien también hizo los mundos, por cuanto «agradó al Padre que en él habitase toda plenitud».

¡Qué dignidad será conferida sobre cualquiera de ustedes que sea desposado con Cristo! ¡A qué altura de eminencia serán alzados al volverse uno con Jesús! ¡Oh predicador, qué trabajo tienes que hacer hoy, para encontrar a aquellos a quienes darás el brazalete, y sobre cuya faz colgarás la joya! Para encontrar a aquellos a quienes preguntarás: «¿entregarás tu corazón a mi Señor? ¿Recibirás a Jesús para que sea tu confianza, tu salvación y tu todo en todo? ¿Estás anuente a convertirte en Suyo para que Él sea tuyo?»

¿Acaso no dije con toda verdad que era una misión gozosa pero grave, cuando piensan lo que ha de ser la dama con la que el hijo de su señor ha de ser desposada? Por lo menos, ha de estar dispuesta y ha de ser hermosa. En el día del poder de Dios, los corazones reciben la voluntad de querer. No puede haber un desposorio con Jesús sin un corazón de amor. ¿Dónde podemos encontrar este corazón dispuesto? Solamente donde la gracia de Dios haya obrado esa disposición.

¡Ah, entonces, yo veo cómo puedo encontrar belleza en los corazones de los hombres! Desfigurada como está nuestra naturaleza por el pecado, únicamente el Espíritu Santo puede impartir esa belleza de santidad que le permitirá al Señor Jesús ver hermosura en Sus elegidos.

¡Ay!, en nuestros corazones hay una aversión hacia Cristo, y una renuencia a aceptarlo, y al mismo tiempo una terrible inadecuación e indignidad! El Espíritu de Dios implanta un amor que es de origen celestial, y renueva el corazón mediante una regeneración de lo alto; y entonces buscamos ser uno con Jesús, pero no antes. Vean, pues, cómo nuestra misión requiere la ayuda del propio Dios.

Piensen en lo que se convertirá la que se despose con Isaac. Ella será su deleite; su amante amiga y compañera. Ella será partícipe de toda su riqueza; y especialmente habrá de ser partícipe de la gran promesa del pacto, que fue peculiarmente legado a Abraham y a su familia.

Cuando un pecador viene a Cristo, ¿qué hace Cristo con él? Su deleite está en él: tiene comunión con él; escucha su oración, acepta su alabanza; obra en él y con él, y se glorifica a Sí mismo en él. Convierte al creyente en un heredero conjunto de todo lo que Él posee, y lo introduce a la casa del tesoro del pacto, donde están almacenadas las riquezas y la gloria de Dios para Sus elegidos.

¡Ah, queridos amigos! Predicar el Evangelio es un asunto muy insignificante en la opinión de algunos; y, sin embargo, si Dios está con nosotros, nuestro servicio es mayor que el servicio de los ángeles. De una manera humilde ustedes están hablando de Jesús a los niños y niñas de sus clases; y algunos los despreciarán como «simples maestros de la escuela dominical»; pero su trabajo contiene un peso espiritual desconocido para los cónclaves de senadores, y ausente de los consejos de los emperadores. De lo que ustedes dicen penden la muerte, y el infierno, y mundos desconocidos. Ustedes están ocupados en los destinos de espíritus inmortales, encauzando a las almas para que salgan de la ruina y vayan a la gloria, que salgan del pecado y caminen a la santidad.

«No es una obra de poca relevancia
La que requiere de su amoroso cuidado;
Pues llena el corazón de un ángel,
Y llenó las manos del Salvador.»

En el cumplimiento de su misión, este siervo no ha de escatimar ningún esfuerzo. Se requería de él que viajara una gran distancia, contando sólo con una indicación general de la dirección, pero sin conocer el camino. Él necesitaba tener la guía y la protección divinas. Cuando llegara a su destino, debía hacer uso de gran sentido común, y al mismo tiempo había de ejercitar una dependencia confiada en la bondad y en la sabiduría de Dios.

Sería una maravilla de maravillas si pudiera encontrar a la mujer elegida, y sólo el Señor podría hacer que eso sucediera. Él tenía todo el cuidado y la fe que se requerían. Hemos leído la historia de cómo viajó, y oró, y suplicó. Él debió haber clamado: «Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?» Pero vemos que el Señor Jehová lo hizo suficiente, y su misión fue cumplida felizmente.

¿Cómo nos podemos poner nosotros en la posición correcta para llegar a los pecadores, y ganarlos para Cristo? ¿Cómo podemos aprender a decir las palabras apropiadas? ¿Cómo podremos adecuar nuestra enseñanza a la condición de sus corazones? ¿Cómo podremos adaptarnos a sus sentimientos, sus prejuicios, sus aflicciones y sus tentaciones?

Hermanos, nosotros que predicamos el Evangelio haríamos bien en clamar: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.» Buscar perlas en el fondo del mar es un juego de niños en comparación con buscar almas en esta perversa ciudad de Londres. Si Dios no está con nosotros, podríamos buscar hasta perder la vista, y desgastar nuestras lenguas en vano. Únicamente conforme el Todopoderoso Dios nos guíe, e influencie e inspire, podemos desempeñar nuestro solemne encargo; sólo mediante la ayuda divina regresaremos gozosamente, trayendo con nosotros a los elegidos del Señor.

Nosotros somos los amigos del Esposo, y nos regocijamos grandemente en Su gozo, pero suspiramos y gemimos mientras no encontremos los corazones escogidos en los que Él se deleitará, a quienes alzará para que se sienten con Él en Su trono.

II. En segundo lugar, quiero que CONSIDEREN EL RAZONABLE TEMOR EXPRESADO POR EL SIERVO.

El siervo de Abraham dijo: «Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra.» Este es un problema muy serio, grave y común. Si la mujer no quisiera, no podría hacerse nada; la fuerza y el fraude están fuera de toda consideración; debe existir una verdadera voluntad, o no podría haber matrimonio en este caso. Allí se encontraba precisamente la dificultad, pues estaba de por medio una voluntad con la que había que tratar. ¡Ah, hermanos míos!, esta es todavía nuestra dificultad. Permítanme describir esta dificultad en detalle como se le presentó al siervo y como se nos presenta a nosotros.

Ella podría no creer mi anuncio, o podría ser indiferente al mismo. Cuando la encuentre y le diga que soy enviado por Abraham, podría mirarme al rostro y decir: «hay muchos engañadores en nuestros días». Si yo le dijera que el hijo de mi señor es inigualablemente bello y rico, y que gustosamente quiere tomarla para sí, ella podría responder: «los relatos y los romances extraños son comunes en estos días; pero las personas prudentes no abandonan sus hogares.»

Hermanos, en nuestro caso este es un triste hecho. El gran profeta evangelista clamaba antaño: «¿Quién ha creído a nuestro anuncio?» Nosotros también clamamos con las mismas palabras. A los hombres no les importa el anuncio del gran amor de Dios para con los rebeldes hijos de los hombres. Ellos no creen que el infinitamente glorioso Señor ande buscando el amor del pobre hombre insignificante, y para conseguirlo, haya entregado Su vida. El Calvario, con sus tesoros de misericordia, dolor, amor, y mérito, es despreciado.

En verdad, anunciamos una historia maravillosa, y podría parecer demasiado buena para ser cierta; pero es verdaderamente triste que la multitud de hombres siga sus caminos tras nimiedades, y considere como simples sueños estas grandes realidades. Yo estoy sumido en la consternación ante el hecho de que el gran amor de mi Señor, que lo condujo a morir por los hombres, no sea considerado digno de su atención, y mucho menos de su fe. Se trata de un desposorio celestial, y verdaderas nupcias reales son puestas al alcance de ustedes; pero con una mirada de desprecio desechan todo eso y prefieren las fascinaciones del pecado.

Hay otro problema: se esperaba que ella sintiera un amor por alguien que nunca había visto. Ella acababa de conocer la existencia de una persona con la descripción de Isaac, y, sin embargo, tenía que amarle lo suficiente para dejar su parentela e ir a una tierra lejana. Esto sólo podía suceder si ella reconocía la voluntad de Jehová en el asunto.

¡Ah, mis queridos lectores! Todo lo que nosotros les decimos está vinculado a cosas que todavía no son vistas; y aquí radica nuestro problema. Ustedes poseen ojos, y quieren verlo todo; ustedes tienen manos, y quieren manejarlo todo; pero hay Uno, a quien todavía no pueden ver, que ha ganado nuestro amor por causa de lo que creemos concerniente a Él. En verdad podemos decir de Él: «A quien amamos sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veamos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso.»

Yo sé que ustedes responden a nuestros ruegos así: «ustedes exigen demasiado de nosotros cuando nos piden que amemos a Cristo a quien nunca hemos visto.» Yo sólo puedo responderles: «en efecto, así es: en verdad pedimos más de ustedes de lo que esperamos recibir.» A menos que Dios el Espíritu Santo obre un milagro de gracia en sus corazones, no los podríamos persuadir para que abandonen sus antiguas asociaciones, y para que se unan a nuestro amado Señor. Y, sin embargo, si en efecto vinieran a Él, y le amaran, Él haría algo más que contentarlos; pues en Él encontrarían descanso para sus almas, y paz que sobrepasa todo entendimiento.

El siervo de Abraham pudo haber pensado: Ella podría resistirse a hacer un cambio tan grande como salir de Mesopotamia para ir a Canaán. Ella había nacido y se había criado allí en un país establecido y todas sus asociaciones eran con la casa de su padre; debía arrancarse de Mesopotamia para casarse con Isaac.

De la misma manera tú no puedes tener a Jesús y tener también al mundo: debes romper con el pecado para ser unido a Jesús. Debes salir del mundo licencioso, del mundo de moda, del mundo científico, y del así llamado mundo religioso. Si te conviertes en un cristiano, debes abandonar los viejos hábitos, los viejos motivos, las viejas ambiciones, los viejos placeres, las viejas jactancias y los viejos modos de pensar. Todas las cosas han de volverse nuevas. Debes dejar las cosas que has amado, y buscar muchas de esas cosas que hasta aquí has despreciado. Debes experimentar tal cambio como si hubieses muerto y hubieses sido hecho de nuevo.

Tú respondes: «¿he de soportar todo esto por Alguien que nunca he visto, y por una herencia sobre la que nunca he puesto mi pie?» Así es. Aunque me aflige que te alejes, no me sorprende en lo más mínimo, pues no les es dado a muchos verlo a Él que es invisible, o elegir el camino angosto y estrecho que conduce a la vida. El hombre o la mujer que siguen al mensajero de Dios para ser desposados con un Esposo tan extraño son un pájaro raro.

Además, podría representar un gran problema para Rebeca, -si experimentó alguna dificultad- pensar que a partir de ese momento había de llevar la vida de un peregrino. Ella tenía que dejar hogar y hacienda a cambio de una tienda y vida de gitana. Abraham e Isaac no encontraron ciudad en la que habitar, sino que vagaron de lugar en lugar, habitando solos, caminando con Dios.

Su modo externo de vida era típico del camino de la fe, en el cual los hombres viven en el mundo, pero no pertenecen a él. Para todos los fines y propósitos, Abraham e Isaac estaban fuera del mundo, y vivían en su superficie sin una conexión permanente con él. Ellos eran los hombres del Señor, y el Señor era su posesión. Él se apartó para ellos, y ellos fueron apartados para Él.

Rebeca muy bien pudo haber dicho: «eso no servirá para mí. Yo no puedo proscribirme a mí misma. No puedo dejar las comodidades de una residencia permanente para vagar por los campos dondequiera que los rebaños requieran que ande errante.»

A la mayor parte de la humanidad no le daría la impresión que sería algo muy bueno estar en el mundo y, sin embargo, no ser del mundo. Ellos no son extraños en el mundo, y más bien anhelan ser admitidos más plenamente en su «sociedad». Ellos no son extranjeros aquí que tengan sus tesoros en el cielo, sino que anhelan tener una suma redonda en la tierra, y encontrar su cielo pasándosela muy bien y enriqueciendo a sus familias. Siendo lombrices de la tierra, la tierra los satisface. Si alguien se vuelve desapegado del mundo y hace de las cosas espirituales su único objeto, lo desprecian como un entusiasta soñador.

Muchas personas piensan que las cosas de la religión tienen meramente el propósito de ser leídas y predicadas; pero vivir por ellas sería desperdiciar una existencia en ensoñaciones y cosas carentes de valor práctico. Pero lo espiritual es, después de todo, la única cosa real: lo material es, en la realidad más profunda, lo visionario e insustancial.

Sin embargo, cuando la gente se aleja debido a la dureza de la guerra santa, y a la espiritualidad de la vida de fe, no nos quedamos sorprendidos, pues difícilmente podríamos esperar que fuese diferente. A menos que el Señor renueve el corazón, los hombres preferirán siempre el pájaro en la mano de esta vida que los cien volando de la vida venidera.

Además, podría ser que a la mujer no le importara el pacto de la promesa. Si ella no tuviera ninguna estimación por Jehová y Su voluntad revelada, no era probable que fuera con el hombre, y se desposara con Isaac. Él era el heredero de las promesas, el sucesor de los privilegios del pacto que el Señor había prometido mediante juramento. Su elegida se convertiría en la madre de esa simiente elegida en quien Dios había establecido bendecir al mundo a lo largo de todas las edades, es decir, el Mesías, la simiente de la mujer, que habría de herir la cabeza de la serpiente.

Acaso la mujer no viera el valor del pacto, ni apreciara la gloria de la promesa. Las cosas que tenemos que predicar, tales como la vida eterna, la unión con Cristo, la resurrección de los muertos, el reinado con Él por siempre y para siempre, parecen cuentos ociosos a los ofuscados corazones de los hombres. Háblales de altas tasas de interés para su dinero, de grandes propiedades que pueden ser obtenidas mediante especulación, o de honores que pueden ser ganados prontamente, e inventos que pueden ser descubiertos, y abrirán mucho sus ojos y sus oídos, pues allí hay algo que vale la pena conocer; pero las cosas de Dios, eternas, inmortales, ilimitadas, esas cosas no son de importancia para ellos. Ellos no podrían ser inducidos a ir desde Ur hasta Canaán por tales nimiedades como la vida eterna, y el cielo, y Dios.

Ustedes ven nuestra dificultad. Muchos descreen por completo, y otros cavilan y objetan. Un mayor número ni siquiera querrá escuchar nuestra historia; y entre aquellos que escuchan, la mayoría son indiferentes y otros pierden el tiempo y posponen la consideración seria. ¡Ay!, nosotros hablamos a oídos renuentes.

III. En tercer lugar, QUISIERA ABUNDAR EN SU MUY NATURAL SUGERENCIA. Este prudente mayordomo dijo: «Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Si ella no quiere venir a Isaac, ¿habrá de ir Isaac a ella?

Esta es la sugerencia de la hora presente: si el mundo no quiere venir a Jesús, ¿ha de suavizar Jesús el tono de Sus enseñanzas para el mundo? En otras palabras, si el mundo no quiere elevarse hasta la iglesia, ¿no debería descender la iglesia al mundo? En vez de convidar a los hombres a que se conviertan, y salgan de entre los pecadores, y se aparten de ellos, unámonos al mundo impío, entremos en unión con él, y así penetrémoslo con nuestra influencia permitiéndole que nos influencie a nosotros. Tengamos un mundo cristiano.

Con este propósito, revisemos nuestras doctrinas. Algunas de ellas son pasadas de moda, inflexibles, severas e impopulares; eliminémoslas. Usemos todavía las viejas frases para agradar a los que son obstinadamente ortodoxos, pero démosles nuevos significados para ganar a los infieles filosóficos, que merodean por los alrededores. Cercenemos las aristas de las verdades desagradables, y moderemos el tono dogmático de la revelación infalible: digamos que Abraham y Moisés cometieron errores, y que los libros que han sido tenidos en reverencia por tanto tiempo, están llenos de errores. Socavemos la vieja fe, e introduzcamos la nueva duda, pues los tiempos han cambiado, y el espíritu de la época nos sugiere el abandono de todo lo que sea demasiado severamente recto, y demasiado seguro de parte de Dios.

La engañosa adulteración de la doctrina es acompañada de una falsificación de la experiencia. Ahora se les dice a los hombres que eran buenos cuando nacieron, o que fueron hechos buenos por el bautismo infantil, y por tanto la gran sentencia: «Os es necesario nacer de nuevo», es privada de su fuerza. El arrepentimiento es ignorado, la fe es una droga en el mercado comparada con la «duda honesta», y se prescinde de la lamentación por el pecado y de la comunión con Dios, para dar paso a los entretenimientos, y el socialismo, y la política de diversos matices.

Una nueva criatura en Cristo Jesús es considerada como una amarga invención de los intolerantes puritanos. Esto es cierto, aunque a renglón seguido exaltan a Oliver Cromwell; pero, claro, ahora estamos en 1888 y no en 1648. Lo que fue bueno y grandioso hace trescientos años es simple mojigatería el día de hoy. Eso es lo que el «pensamiento moderno» nos está diciendo; y bajo su guía se le está suavizando el tono a toda la religión. La religión espiritual es despreciada, y una moralidad de moda es colocada en su lugar. Acicálate prolijamente el domingo; compórtate; y, por sobre todo, cree en todo, excepto en lo que leas en la Biblia, y te irá bien. Tienes que estar a la moda, y pensar como aquellos que profesan ser científicos: este es el primero y grande mandamiento de la escuela moderna; y el segundo es semejante: no seas singular, sino sé tan mundano como tus vecinos. De esta forma Isaac desciende hacia Padan-aram: de esta manera la iglesia está descendiendo al mundo.

Los hombres parecieran decir: no tiene caso proseguir al viejo estilo, trayendo a uno de por aquí y a otro de por allá, procedentes de la gran masa. Necesitamos una manera más rápida de hacer las cosas. Esperar hasta que la gente sea nacida de nuevo, y se vuelva seguidora de Cristo, es un largo proceso: debemos abolir la separación entre regenerados y no regenerados. Vengan a la iglesia, todos ustedes, convertidos e inconversos. Puesto que ustedes tienen buenos deseos y buenas resoluciones, eso será suficiente: no se preocupen por algo más. Es cierto que no creen en el Evangelio, pero nosotros tampoco creemos. Ustedes creen en una cosa u otra. Vengan, si no creen en nada, no importa; su «duda honesta» es mucho mejor que la fe.

«Pero» – dirás- «nadie habla así». Posiblemente no usen las mismas palabras, pero este es el significado real de la religión del presente día; esta es la tendencia de los tiempos. Yo puedo justificar esta amplia afirmación que estoy haciendo basándome en la acción o en el lenguaje de ciertos ministros, que están traicionando arteramente a nuestra santa religión bajo la pretensión de adaptarla a esta era progresiva.

El nuevo plan es asimilar la iglesia al mundo, y de esta manera incluir un área más extensa dentro de sus límites. Mediante actuaciones semidramáticas hacen que las casas de oración se asemejen a un teatro; convierten sus servicios en exhibiciones musicales, y sus sermones los transforman en arengas políticas o ensayos filosóficos; de hecho, convierten al templo en un teatro, y a los ministros de Dios los convierten en actores cuyo oficio es divertir a los hombres.

¿Acaso no es cierto que el día del Señor se está volviendo cada vez más un día de recreación o de holgazanería, y la casa del Señor es, ya sea un templo lleno de ídolos chinos, o un club político, donde hay más entusiasmo por un partido que celo por Dios?

¡Ay de mí! Los vallados están aportillados, derribados son sus muros, y para muchos, a partir de este momento, no hay iglesia excepto como una porción del mundo, y no hay Dios excepto como una fuerza imposible de conocer por la cual operan las leyes de la naturaleza.

Esta, entonces, es la propuesta. Para ganar al mundo, el Señor Jesús debe someterse Él mismo y someter a Su pueblo y Su Palabra al mundo. No voy a detenerme por más tiempo en esta propuesta tan aborrecible.

IV. En cuarto lugar, NOTEN EL REPUDIO FRANCO Y LLENO DE CONVICCIÓN DE LA PROPUESTA. Él dice, breve y puntualmente: «Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá.»

El Señor Jesucristo encabeza ese grandioso grupo emigrante que ha salido del mundo. Dirigiéndose a Sus discípulos dice: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.» No somos del mundo por nacimiento, no somos del mundo en vida, no somos del mundo en propósitos, no somos del mundo en espíritu, no somos del mundo en ningún aspecto.

Jesús, y quienes están en Él, constituyen una nueva raza. La propuesta de regresar al mundo es detestable para nuestros mejores instintos; sí, es mortal para nuestra más noble vida. Una voz del cielo clama: «Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá.» La gente que el Señor sacó de Egipto no ha de regresar a la casa de servidumbre, y más bien, los hijos han de salir, y apartarse, y el Señor Jehová será un Padre para ellos.

Noten cómo Abraham formula el asunto. En efecto, él lo argumenta así: esto sería abandonar el orden divino. «Pues» -dice Abraham- «Jehová, Dios de los cielos, me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela.» Entonces, si sacó a Abraham, ¿cómo habría de regresar Isaac? Eso no puede ser. Hasta aquí el camino de Dios con Su iglesia ha sido apartar a un pueblo del mundo para que sea Su elegido, un pueblo formado para Sí, que publicará Su alabanza.

Amados, el plan de Dios no se ha alterado. Él continuará llamando a aquellos que predestinó. No desafiemos descaradamente ese hecho suponiendo que podemos salvar a los hombres en una mayor escala ignorando la distinción entre los muertos en pecado y los vivos en Sion. Si Dios hubiese querido bendecir a la familia en Padan-aram permitiendo que Sus elegidos habitaran en medio de ellos, ¿por qué pidió a Abraham que saliera? Si Isaac hiciera bien habitando allí, ¿por qué salió Abraham? Si no hay necesidad de una iglesia apartada ahora, ¿qué es lo que hemos estado haciendo todos estos años? ¿Acaso la sangre de los mártires ha sido derramada por pura necedad? ¿Han estado locos los confesores y los reformadores al contender por doctrinas que, -daría la impresión- no son de gran importancia?

Hermanos, hay dos simientes: la simiente de la mujer, y la simiente de la serpiente, y la diferencia será mantenida hasta el fin; y no debemos ignorar la distinción para agradar a los hombres.

Si Isaac descendiera a la casa de Nacor en busca de esposa, eso equivaldría a colocar a Dios por debajo de una esposa. Abraham comienza con una referencia a Jehová, «Dios de los cielos»; pues Jehová era todo para él, y también para Isaac. Isaac no renunciaría nunca a su caminata con el Dios vivo con el objeto de encontrar una esposa. Sin embargo, esta apostasía es bastante común en nuestros días. Hombres y mujeres que profesan piedad, abandonarán lo que profesan creer con el objeto de conseguir esposas o esposos más ricos para sí o para sus hijos.

Esta conducta mercenaria no tiene excusas. «Mejor sociedad» es el clamor, queriendo decir más riqueza y elegancia. Para el hombre verdadero Dios está primero: sí, todo en todo; pero Dios está de sobra y todo lo demás es puesto antes que Él por el ruin profesante. En el nombre de Dios, exhorto a aquellos que son fieles a Dios y a Su verdad, que permanezcan firmes, sin importar lo que pudieran perder, y no se aparten, sin importar lo que pudieran ganar. Tengan por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de Egipto. Necesitamos el espíritu de Abraham en nosotros y lo tendremos cuando tengamos la fe de Abraham.

Abraham pensó que esto sería renunciar a la promesa del pacto. Vean cómo lo expresa: «el Dios que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela, me habló y me juró diciendo: A tu descendencia daré esta tierra.» Entonces, ¿debían ellos dejar la tierra, y regresar al lugar del cual el Señor los había llamado?

Hermanos, nosotros somos también herederos de la promesa de cosas que aún no se ven. Por causa de esto caminamos por fe, y por esto nos apartamos de aquellos que nos rodean. Habitamos entre los hombres como Abraham habitó entre los cananeos; pero somos de una raza distinta: hemos nacido con un nuevo nacimiento, vivimos bajo diferentes leyes, y actuamos por diferentes motivos.

Si regresáramos a los caminos de los mundanos, y nos contáramos entre ellos, habríamos renunciado al pacto de nuestro Dios, la promesa ya no sería nuestra, y la herencia eterna estaría en otras manos. ¿Acaso no saben esto? El momento en que la iglesia dice: «seré como el mundo», se ha condenado a sí misma con el mundo. Cuando los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas; entonces vino el diluvio, y los barrió a todos.

Lo mismo sucedería otra vez si el mundo tomara a la iglesia en sus brazos: entonces vendría un juicio abrumador, y, podría ser, un diluvio de fuego devorador. La promesa del pacto y la herencia del pacto no serían ya nuestras si descendiéramos al mundo y abandonáramos nuestra morada con el Señor.

Además, queridos amigos, ningún bien puede provenir de tratar de conformarse al mundo. Supongan que la estrategia del siervo pudiese haber sido adoptada, e Isaac hubiese descendido a la casa de Nacor, ¿cuál habría sido el motivo? Ahorrarle a Rebeca el dolor de separarse de sus amigos, y el problema de viajar. Si esas cosas hubieran podido retenerla en su tierra, ¿cuál habría sido su valía para Isaac? La prueba de la separación era completa, y de ninguna manera habría de ser omitida. Habría sido una pobre esposa que no emprendería un viaje para alcanzar a su esposo.

Y todos los convertidos que la iglesia lograría por medio de suavizar su doctrina y volverse mundana, no valdrían la pena ni regalados. Cuando los recibiéramos, la siguiente pregunta sería, «¿cómo podremos deshacernos de ellos?» No serían de ninguna utilidad terrenal para nosotros. El hecho de que un gran número de egipcios de un orden inferior salió con los israelitas, infló el número de ellos. Sí, pero esa mezcla de gentes se convirtió en la plaga de Israel en el desierto, y leemos que «la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo.»

Los israelitas eran lo suficientemente malos, pero fue la gente extranjera la que siempre guió el camino de la murmuración. ¿Por qué hay hoy tal muerte espiritual? ¿Por qué la falsa doctrina es tan próspera en las iglesias? Es porque tenemos gente impía en la iglesia y en el ministerio. La avidez de números y especialmente la avidez de incluir a gente respetable, ha adulterado a muchas iglesias, y las ha hecho laxas en doctrina y práctica, y adictas a diversiones necias. Esta es la gente que desprecia una reunión de oración pero que se apresura a ver «colecciones de figuras de cera» presentadas en sus salones de clases.

¡Que Dios nos libre de convertidos que son fabricados al rebajar el estándar y mancillar la gloria espiritual de la iglesia! No, no; si Isaac ha de tener una esposa digna de él, ella dejará a Labán y al resto de ellos, y no le importará un viaje a lomo de camello. Los verdaderos convertidos nunca son atemorizados por la verdad o la santidad; estas, en verdad, son las cosas que les encantan.

Además, Abraham pensaba que no podría haber ninguna razón para llevar a Isaac hasta allá, pues el Señor le encontraría una esposa con toda seguridad. Abraham dijo: «Él enviará su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo.» ¿Tienes miedo que la predicación del Evangelio no pueda ganar almas? ¿Sientes desaliento en cuanto al éxito en las formas que Dios utiliza? ¿Es esta la razón por la que deseas con vehemencia la oratoria impresionante? ¿Es esta la razón por la que necesitas tener música, y arquitectura, y flores, y mitras? Después de todo, ¿es por la fuerza y por el poder, y no por el Espíritu Santo de Dios? Es exactamente así en la opinión de muchos.

Hermanos amados, hay muchas cosas que yo podría permitir a otros adoradores pero que me he negado a mí mismo al dirigir la adoración de esta congregación. Durante mucho tiempo he llevado a cabo el experimento de la fuerza de atracción del Evangelio de Jesús. Nuestro servicio es severamente simple. Nadie viene aquí jamás para gratificar su ojo con arte, o su oído con música. He presentado delante de ustedes, todos estos años, solamente a Cristo crucificado, y la simplicidad del Evangelio; sin embargo, ¿dónde podrían encontrar una multitud tal como la que está congregada aquí esta mañana? ¿Dónde podrían encontrar tal muchedumbre de personas semejante a esta reunión, domingo tras domingo, durante treinta y cinco años? No les he mostrado nada, sino la cruz, la cruz sin las flores de la oratoria, la cruz sin las luces celestes de la superstición o de la excitación, la cruz sin los diamantes de los rangos eclesiásticos, la cruz sin los contrafuertes de una ciencia jactanciosa. ¡La cruz es abundantemente suficiente para atraer a los hombres primero hacia sí misma, y luego a la vida eterna! En esta casa hemos demostrado exitosamente, todos estos años, esta grandiosa verdad: que el Evangelio sencillamente predicado habrá de ganar una audiencia, convertir a los pecadores, y construir y sostener una iglesia.

Le rogamos al pueblo de Dios que note que no hay necesidad de probar recursos dudosos y métodos cuestionables. Dios todavía salvará por medio del Evangelio: únicamente hemos de dejar que sea el Evangelio en su pureza. Esta grandiosa y vieja espada se abrirá paso hasta la columna vertebral del hombre y partirá una roca en dos mitades. ¿A qué se debe que haga tan poco de su antigua labor conquistadora? Yo les diré. ¿Pueden ver esa funda de trabajo artístico, tan maravillosamente elaborada? Muchísimas personas conservan la espada en esta vaina, y por tanto su filo nunca es puesto a trabajar. Desháganse de esa vaina. Arrojen ese magnífico estuche al Hades, y luego vean cómo, en las manos del Señor, esa gloriosa espada de dos filos habrá de segar campos enteros de hombres como los segadores cortan el pasto con sus guadañas. No hay necesidad de descender a Egipto en busca de ayuda. Es vergonzoso invitar al diablo a ayudar a Cristo. Dios quiera que todavía veamos prosperidad, cuando la iglesia de Dios esté resuelta a no buscarla excepto a la manera de Dios.

V. Y ahora, en quinto lugar, observen SU JUSTA ABSOLUCIÓN DE SU SIERVO. «Y si la mujer no quisiere venir en pos de ti, serás libre de este mi juramento; solamente que no vuelvas allá a mi hijo.»

Cuando estemos al borde de la muerte, si hemos predicado fielmente el Evangelio, nuestra conciencia no nos acusará por habernos mantenido cercanos a él: no lamentaremos por no haber hecho el papel del insensato o del político para hacer crecer nuestra congregación. ¡Oh, no!, nuestro Señor nos dará plena absolución aunque pocos se hubieren unido, en tanto que hayamos sido fieles a Él. «Si la mujer no quisiere venir en pos de ti, serás libre de este mi juramento; solamente que no vuelvas allá a mi hijo.»

No intenten los regateos que falsifican a la religión. Apéguense al simple Evangelio; y si la gente no es convertida por él, ustedes no tendrán responsabilidad.

Mis queridos lectores, ¡cuánto anhelo verlos salvados! Pero yo no falsearía a mi Señor, ni siquiera para ganar sus almas, si pudieran ser ganadas de esa manera. El verdadero siervo de Dios es responsable por su diligencia y fidelidad; pero no es responsable por el éxito o por el fracaso. Los resultados están en las manos de Dios.

Aunque ese querido niño de tu clase no sea convertido, si has puesto delante de él el Evangelio de Jesucristo con denuedo amoroso y con oración, no te quedarás sin recompensa. Si yo predico desde el fondo de mi alma la grandiosa verdad que la fe en el Señor Jesucristo salvará a mis oyentes, y si los persuado y les suplico a que crean en Jesús para vida eterna, y no lo hicieran, su sangre será sobre sus propias cabezas.

Cuando yo regrese a mi Señor, si he expuesto fielmente Su mensaje de gracia inmerecida y amor agonizante, yo estaré limpio. Con frecuencia he pedido en oración que pueda ser capaz de decir al final lo que George Fox pudo decir en verdad: «¡estoy limpio, estoy limpio!» Mi mayor ambición es estar limpio de la sangre de todos los hombres. He predicado la verdad de Dios, en la medida en que la conozco, y no me he avergonzado de sus peculiaridades. Para evitar degenerar mi testimonio, me he apartado de aquellos que se descarrían de la verdad, e inclusive de aquellos que se asocian con ellos. ¿Qué más puedo hacer para ser honesto con ustedes? Si, después de todo, los hombres no reciben a Cristo, ni a Su Evangelio, ni Su gobierno, es de su propia incumbencia.

Si Rebeca no hubiese venido a Isaac, habría perdido su lugar en la santa línea sucesoria. Mi querido lector, ¿aceptarás a Cristo o no? Él vino al mundo para salvar a los pecadores, y no rechaza a ninguno. ¿Lo aceptarás? ¿Confiarás en Él? «El que creyere y fuere bautizado, será salvo.» ¿Creerás en Él? ¿Quieres ser bautizado en Su nombre? Si así fuera, la salvación es tuya; pero si no, Él mismo ha dicho: «Mas el que no creyere, será condenado.»

¡Oh, no se expongan a esa condenación! Pero si están decididos a exponerse a ella, entonces, cuando el gran trono blanco sea visto en aquellos cielos, y venga el día de la ira, háganme justicia en reconocer que yo les pedí que huyeran a Jesús, y que no los divertí con teorías novedosas. No he traído ni flauta, ni arpa, ni trompeta, ni salterio, ni panderos, ni ningún otro tipo de música para agradar sus oídos, sino que he puesto delante de ustedes a Cristo crucificado, y les he pedido que crean y vivan.

Si rehusaran aceptar la sustitución de Cristo, habrían rehusado sus propias misericordias. Exonérenme en aquel día de toda complicidad con las novedosas invenciones de hombres engañados. En cuanto a mi Señor, le pido gracia para ser fiel hasta el fin, tanto a Su verdad como a las almas de ustedes. Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Génesis 24.

Compártelo usando uno de los siguientes iconos: