Los Buscadores, Encaminados y Alentados

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charles spurgeon 4

Esta fue una parte de la instrucción que dio Dios a los cautivos de Babilonia, por medio de Su siervo. Debían permanecer pacientes en Babilonia hasta que se cumpliera el tiempo establecido para su liberación, y entonces se les concedería una visitación llena de la gracia de Dios, que los conduciría al arrepentimiento y los incitaría a la oración. Cuando buscaran al Señor de todo su corazón, entonces podrían estar seguros que el tiempo para su liberación había llegado. Es un principio general que una bendición del Dios Todo-Misericordioso está por llegar, cuando somos inducidos a orar por ella de todo nuestro corazón. El Señor de gracia nos puede enviar bendiciones antes de que nosotros las busquemos, pues Él es soberano, y muchas veces sobrepasa lo que nosotros habríamos esperado, pero su promesa ofrece: «buscad, y hallaréis,» y es con la promesa con la que tendremos que ver mayormente. Una seguridad alentadora es dada a quienes buscan con sinceridad de corazón, y al requerimiento de sinceridad debemos prestar atención de corazón.

En este momento no intentaré dar instrucción, sino que voy a esforzarme por recalcar la verdad para que penetre en el corazón y en la conciencia: suplico al Espíritu Santo que me ayude, y pido las oraciones de quienes tienen poder ante Dios, para que la palabra sea como una aguijada para mover, sacudir y exhortar a seguir adelante, a aquellos a quienes les sea predicada.

Nuestro mensaje será, en primer lugar, para los inconversos; en segundo lugar, para los rebeldes; y en tercer lugar, para esta iglesia, o para cualquier otra congregación de cristianos.

I. Y primero PARA LOS INCONVERSOS. Nuestro texto tiene una palabra para ustedes. «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.»

Han perdido a su Dios: están distanciados de Él; sus pecados los han separado de su Hacedor, y nunca estarán bien (realmente bien) mientras no regresen a su Dios. Ustedes son ovejas que ahora están lejos de su pastor; cada de uno de ustedes es un hijo pródigo lejos de su padre; y nunca estarán bien, lo repito, mientras que como ovejas, no regresen al redil, y como hijos que se han rebelado no sean reconciliados con su Padre. Ustedes necesitan a su Dios, y nunca estarán bien, hasta que lo encuentren. Entonces el texto los incita a «buscarle.» Ustedes no deben quedarse quietos con los brazos cruzados, diciendo, «Él vendrá si quiere.» El hijo pródigo dijo: «Me levantaré e iré a mi padre,» y un espíritu semejante debe prevalecer en ustedes, o no podremos tener una sólida esperanza en cuanto a ustedes. Deben buscar al Señor.

En esta búsqueda nos les será de utilidad escarbar en su corazón, pues está vacío y desprovisto de cualquier cosa divina y totalmente apartado de Dios. No esperen encontrar el remedio en la enfermedad. Nadie busca en su bolsillo vacío, esperando que supla sus necesidades, pues la pobreza no es la fuente de las riquezas. En vano sería buscar a los vivos entre los muertos, por tanto, no busquen la gracia y la salvación en ustedes mismos. Esforzarse por realizar buenas obras salidas de ustedes tampoco será el sendero de la sabiduría, esperando tener paz por medio de sus propios esfuerzos para ganar méritos. Hombre, todo el mal consiste en que estás separado de Dios, y debes volver a Dios; las mejores obras realizadas cuando estás enemistado con tu Dios y Rey, son únicamente una parte y porción del orgulloso pecado presuntuoso que rechaza al Salvador, colocándose es Su lugar. Habría sido muy correcto que el hijo pródigo se lavara, y dejara de estar apacentando cerdos; era sumamente deseable que abandonara a las rameras y la vida perdida a la que se había entregado; pero si sólo hubiese hecho eso, no se habría curado del grave mal, pues la maldad radical consistía en que estaba alejado de la casa de su padre. Ese es el extravío esencial en tu caso, oh hombre inconverso. Nunca serás perfectamente feliz ni estarás en paz mientras no seas reconciliado con Dios.

Se les concede que le busquen y cuán grande privilegio es. Cuando Adán pecó, no pudo regresar al Paraíso, pues con una espada encendida en su mano, estaba el querube enviado para guardar el camino para que no tomara del árbol de la vida. Pero Dios, en lo relativo al huerto de Su misericordia, ha quitado ese fiero centinela y Jesucristo ha puesto ángeles de amor para que te den la bienvenida a la puerta de la misericordia. Tú puedes venir a Dios, pues Dios ha venido a ti. Él ha asumido tu naturaleza, y Su nombre es Emanuel, Dios con nosotros. Sí, el Infinito se hizo hombre, y Aquél que construyó ese arco del cielo y lo cubrió con esas lámparas de estrellas, descendió hasta aquí, para sujetarse a humildes padres, para trabajar en un taller de carpintería, y para morir como reo en un patíbulo, «el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.» Si le buscan, deben encontrarle, pues Su propia palabra lo dice: «Me buscaréis y me hallaréis.»

El texto, sin embargo, demanda que nuestra búsqueda de Dios sea de todo nuestro corazón. Hay diversas maneras de buscar a Dios que seguramente llevarán al fracaso. Una es buscarlo pero no de todo nuestro corazón. Esto lo hacen quienes toman su libro y leen oraciones, sin pensar jamás en lo que dicen; o que asisten a un lugar de adoración de disidentes, y oyen a otra persona que está orando, pero no se unen a esa oración. Esto lo hacen quienes doblan su rodilla a la caída de la tarde, y musitan palabras piadosas, pero no reflexionan nunca; quienes se levantan por la mañana y repiten frases sagradas, pero sin considerarlas; quienes en lo relativo a las cosas divinas prestan tan poca atención, como si el Evangelio fuera una leyenda o una fábula de ancianas, indigno de meditarse ni siquiera una hora.

Durante mis viajes he visto algunas jovencitas que leen ávidamente esas novelas despreciables compradas en los puestos de la estación del ferrocarril, y las he visto desperdiciar sus lágrimas por causa de alguna heroína imaginaria o de algún héroe; y sin embargo, ellas y otros oyen sin emoción acerca de la majestad y del amor de Dios, y leen sobre el cielo y el infierno y sobre Cristo y Dios, sin dedicarles algún pensamiento o una lágrima. Querido amigo, nunca encontrarás al Señor si le buscas de una manera pusilánime y descuidada. Dios no puede ser burlado. Si cualquiera de ustedes ha caído en una religión formal, y busca al Señor sin involucrar su corazón, su búsqueda es vana.

Algunas personas buscan a Dios con un falso corazón. Arden en celo, y quisieran que sus amigos lo supieran, pues dicen como Jehú le dijo a Jonadab: «Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová.;» pero su corazón no es recto para con Dios. Su piedad es una afectación de sentimiento, y no es una obra profunda en el alma; es sentimentalismo y no la obra del grabado del Espíritu de Dios en su corazón. Cuídense de un falso estímulo religioso: de ser elevados por un gas religioso, como lo han experimentado algunos, siendo inflados como globos por un avivamiento sólo para reventarse unos instantes después, en el momento en que más necesitan un apoyo. El Señor nos conceda estar libres de mentira en el corazón, pues es una gangrena mortal y fatal para toda esperanza de encontrar al Señor.

Algunos le buscan, también, con doblez de corazón: un corazón y un corazón, como es expresado en el hebreo. Tienen un corazón para Dios, y un corazón para el pecado: tienen un corazón orientado hacia el perdón, pero también un corazón volcado sobre la transgresión. Desean vehementemente servir a Dios y a Mamón (las riquezas): quieren construir un altar para Jehová, pero a la vez mantener a Dagón en su lugar. Si tu corazón está dividido, serás hallado falto. Las oraciones que sólo vuelan con un ala, nunca llegarán al cielo. Si un remo rema hacia la tierra y el otro hacia el cielo, la barca del alma dará vueltas en un círculo de insensatez, pero nunca alcanzará la feliz costa. Cuídense de la doblez de corazón.

Y algunos buscan a Dios con un corazón a medias. Tienen un poco de preocupación, y no son totalmente indiferentes; verdaderamente piensan cuando oran, o leen, o cantan, pero el pensamiento no es muy intenso. Superficial en todas las cosas, la semilla sembrada cae en pedregales, y pronto se marchita, porque no tenía profundidad de tierra. Que el Señor nos salve de esto.

Ahora, ustedes que están buscando a Cristo, recuerden que si quieren encontrarle, no deben buscarle sin corazón, ni con un corazón falso, ni con doblez de corazón, ni con un corazón a medias, sino que «Me hallaréis,» dice Jehová, «porque me buscaréis de todo vuestro corazón.»

Nadie progresa en el mundo con un corazón a medias. Si un hombre necesita dinero debe buscarlo mañana, tarde y noche. Si un hombre anhela el conocimiento, no puede tomar un libro y vaciarlo en su cerebro con una cuchara: si piensa ser un erudito debe leer y estudiar. Si un hombre desea progresar en una época como esta, no puede hacerlo sin una labor tenaz. Grandes descubridores, artistas eminentes y poderosos oradores, todos ellos han sido hombres que han trabajado duro. Handel, que compuso una música tan majestuosa, practicaba tan a menudo en su clavicordio que las teclas se hundieron como cucharas, por el constante uso que hacía de ellas. No puede hacerse nada sin entrega, y no deben esperar que Dios pueda ser encontrado, y el perdón pueda ser recibido, y la gracia pueda ser obtenida, mientras tengan solamente un ojo abierto, y se hayan despertado a medias del sueño.

¿Qué dijo Jesús? «El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.» Los bastiones divinos del cielo deben ser tomados por asalto mediante una radical importunidad. Deben asirse de la aldaba de la puerta del cielo, y no deben soltarla de sus dedos después de un suave llamado, sino que tienen que martillar en la puerta de la misericordia una y otra vez, hasta que hagan resonar las profundidades infernales de la desesperación con sus llamados desesperados, y hagan que el cielo les sirva de eco a su esperanzada determinación que entrarán, o sepan la razón del por qué no. Oh, llamen y llamen y llamen y llamen, una y otra vez, pues la puerta se abrirá cuando ustedes llamen de todo su corazón.

Ciertamente, queridos amigos, si hay hombres que tienen motivos para poner enteramente su corazón en acción, ustedes, inconversos, son esos hombres. Yo estoy seguro que si les intimara que cien libras de pólvora estaban almacenadas bajo aquel asiento del centro, y que la probabilidad era que la pólvora explotaría pronto, no se quedarían por mucho tiempo en este Tabernáculo, sino que se apresurarían a salir de todo corazón. Pero cualquiera que fuera la destrucción causada por la pólvora, en lo relativo a sus efectos en la tierra, no es nada comparada con la sobrecogedora destrucción que vendrá sobre el cuerpo y el alma para quienes están bajo la ira de Dios. La ira de Dios permanece sobre cada uno de ustedes que son inconversos. Dios está cada día airado con el pecador, y si esa es su presente condición, es la condición más peligrosa que alguien pueda concebir.

Pronto morirás. No te molestes si te lo recuerdo. Nosotros estamos obligados a verlo, algunos de nosotros, que velamos sobre grandes congregaciones. Nunca se reúne la misma congregación dos veces en este lugar. Y yo supongo que entre un domingo y otro, casi invariablemente sucede que alguno de mis oyentes parte para rendir cuentas. Ciertamente, en esta iglesia, perdemos amigos a lo largo de un año, a un promedio mayor de uno por semana. Es verdad, entonces, que pronto tendrán que morir, y ¿cómo soportarán cerrar sus ojos a todas las cosas mortales, sin la esperanza de un gozo inmortal? Ir ante el terrible tribunal de su Hacedor y su Redentor, sin haber sido lavados con la sangre preciosa, con todos sus pecados cometidos desde el primer día de su vida hasta ahora colgados alrededor de su cuello, como piedras de molino, para ser hundidos para siempre: ¿cómo pueden soportar eso? Piensen en esto, por favor, y si así lo hacen, tendrán una buena razón para buscar a su Dios de todo su corazón.

Recuerden, también, que después de la muerte viene el juicio. Todos debemos comparecer ante el trono del juicio de Cristo: y después del juicio viene la recompensa final, que, para aquellos que han rechazado a Cristo será la destrucción eterna lejos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder. Les suplico que no desafíen la ira de Dios y que no provoquen Su descontento infinito. Él mismo lo ha dicho: «Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre.» Ciertamente cualquier hombre en sus cabales, que sepa que está expuesto a un riesgo inminente como éste, buscará al Señor de todo su corazón.

Pero ¿por qué, cuando los hombres buscan de todo su corazón, encuentran a Dios? Les diré. El único camino en que podemos encontrar a Dios, es en Jesucristo. Allí Él se encuentra con los hombres, y en ninguna otra parte, y para ir a Jesucristo no hay nada en la tierra que se pueda hacer, excepto simplemente creer en Él. Es un asunto que no quita ni un momento. Crean en el testimonio de Dios acerca de Jesucristo, y confíen en Jesucristo, y la salvación será suya. La palabra salvadora está cerca de ustedes, en su boca, y en su corazón, y es por eso que, cuando los hombres buscan al Señor de todo su corazón, le encuentran, pues antes de que llamaran el Señor estaba presto a responder. Jesús siempre estuvo listo; pero otros deseos y otros pensamientos indispusieron al buscador. Los pecados estaban allí, y las concupiscencias de la carne, y todo tipo de trabas, para estorbar al hombre. Cuando un hombre se pone a buscar a Dios de todo su corazón, abandona todas esas cosas, y pronto ve a Jesús. Entonces, también, un hombre se vuelve susceptible de ser enseñado, pues cuando un hombre está decidido a escapar del peligro, se alegra cuando cualquier persona le ayuda a hacerlo.

Si me hubiera extraviado en mi camino y temiera que podría caer en un precipicio, me alegraría que aun el niño más pequeño me dijera cuál es mi camino correcto. Y es más susceptible de aprender el hombre que está anuente a ser enseñado. Cuando busca a Dios de todo su corazón, el hombre entiende con rapidez. Antes era un necio, porque su corazón no estaba en ello, como un niño en la escuela que no quiere aprender. Cuando el hombre busca a Dios de todo su corazón, no necesitas predicarle excelentes sermones; no apetece ni elegancia ni elocuencia; no, dile que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y «que hay vida en una mirada al Crucificado,» y se apresurará a hacerlo. «Eso es lo que necesito,» dice. El Espíritu de Dios lo ha vuelto deseoso de aprender y por tanto recibe de inmediato el mensaje bendito y cree en Jesús. Un corazón a medias, o ningún corazón, o la doblez de corazón, impedirán ver lo que es tan evidente, y no aceptarán un Evangelio que es tan glorioso para Dios como sencillo para el hombre. Los exhorto, entonces, a ustedes que buscan al Señor, que involucren todo su corazón en ello, pues no pueden esperar paz ni gozo en el Espíritu Santo hasta que esos efectos estranguladores y esos deseos aberrantes sean amarrados en un nudo, y su ser entero se dedique a la búsqueda de Dios en Cristo Jesús.

II. No puedo dedicarle más tiempo al buscador, pues necesito dedicarle cinco minutos AL REBELDE. Rebeldes, ustedes han dejado a su Señor.

Tal vez han dejado la iglesia, o la iglesia los ha dejado a ustedes, colocándolos fuera de su grupo; y merecidamente, pues eran una deshonra para ella. Me alegra que vengan con nosotros para adorar. Ustedes tuvieron que ser cortados de nuestra comunión por causa de su triste conducta, pero todavía siguen con nosotros, y me alegra verlos. Siempre tengo una esperanza en ustedes en tanto que amen la vieja casa. Me alegra que, aunque no sean reconocidos como hijos en ella (y no siento que deban ser reconocidos), a pesar de ello ustedes aguardan bajo la ventana para escuchar a la familia cuando canta. Cuando los hijos de Dios están festejando juntos a la mesa, los he observado mirando y anhelando entrar de nuevo al feliz hogar. Yo no sé si ustedes sean hijos de Dios o no; no puedo juzgar sus corazones. Les llamo rebeldes, no porque esté seguro de que realmente lo sean, pero es posible que hayan hecho una falsa profesión de fe, y después hayan hecho lo que era natural que hicieran, y se quebraron tratando de implementar una falsedad práctica. No voy a tratar de juzgar eso. En verdad, si hay alguien en el mundo que debería estar entregado de todo corazón a buscar a Dios, son ustedes. Si voy a perderme, ruego a Dios que no perezca como un apóstata o un rebelde.

Oh, ustedes, que una vez hicieron una profesión de religión, no puedo entender cómo pueden atreverse a pensar en el día del juicio, pues no podrían argumentar ignorancia, ya que conocían la verdad y profesaban creer en ella. Allí serán incapaces de decir, «nunca escuché acerca de estas cosas.» No, sino que vinieron a la mesa de la comunión, y se unieron a la iglesia; inclusive predicaron a otros, o enseñaron en la escuela dominical: pues su boca desbordaba cosas divinas aunque en su corazón estaban vacíos. ¡Cuán mudos se quedarán en aquel último día terrible, con sus viejos uniformes militares guindando sobre ustedes para probar que fueron desertores! Serán incapaces de levantar un dedo o proferir una palabra en defensa propia. Y ¿qué harán cuando bajen al infierno? El profeta describe al rey de Babilonia yendo allí, y conforme descendía, los pequeños príncipes insignificantes a quienes hizo morir, que estaban allí en sus calabozos en la prisión del infierno, se levantaron, e inclinándose sobre sus codos, lo miraban diciendo, «¿llegaste a ser como nosotros?» Me parece que oigo al borracho que se levanta diciéndote: «Cómo, ¿después de todo estás aquí? Solías predicarme la sobriedad, y advertirme de la perdición del borracho.» Ah, mis lectores, los hipócritas son condenados al igual que los borrachos. Luego hablará la mujer a quien le hablaste acerca de la reivindicación, y con qué mirada de desprecio se encontrará contigo y dirá: «¡tú mismo necesitabas un refugio, hipócrita!» Luego, también, hablarán tus vecinos que nunca asistieron a un lugar de adoración, a quienes considerabas muy perversos, porque tú si ibas allí aunque olvidabas lo que habías oído. Dirán: «¡este es el resultado de tus idas al Tabernáculo, de escuchar a Spurgeon! ¿Es este el fin de unirte a la iglesia, y de ir a la mesa de la comunión?» ¿Qué respuesta podrás dar cuando esos ojos te miren de reojo y esos labios murmuren el escarnio que mereces? Otros dirán: «yo nunca tuve las oportunidades que tú tuviste; yo nunca fui advertido como tú lo fuiste; nunca rechacé a Cristo como lo has hecho tú: nunca manché el manto de Su iglesia ni le causé una nueva herida en la casa de Sus amigos, como tú lo has hecho.» Entonces te insultarán y triunfarán sobre ti.

Si un príncipe de alcurnia fuera enviado a una cárcel común, cuán miserable sería. Yo siento piedad por todos los hombres que tienen que trabajar en el molino, en la medida en que merezcan piedad. Especialmente siento mayor piedad por el hombre que ha sido educado finamente y escasamente sabe lo que significa el trabajo, pues debe ser muy duro para él. Ah, ustedes, delicados hijos e hijas de Sion, cuyas bocas nunca se vieron manchadas con una maldición, y cuyas manos nunca fueron ensuciadas con pecados externos, si sus corazones no son rectos para con Dios, ustedes deben tomar su lugar en medio de los profanos y compartir con ellos. ¿Qué dicen a esto? ¿Dicen: «desearía vehementemente regresar y encontrar aceptación en Cristo»? El texto les habla expresamente a ustedes. Entonces «me hallaréis, cuando me hayáis buscado de todo vuestro corazón.»

III. Mi última palabra es para ustedes, hermanos míos en Cristo, y especialmente PARA USTEDES, LOS MIEMBROS DE ESTA IGLESIA. Así dice el Señor:

«Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.» Nosotros necesitamos que el Señor esté siempre con nosotros. Hemos tenido Su presencia llena de gracia, pero siempre me preocupa que algún pecado nuestro lo induzca a partir. Tengo miedo de cosas como un declinar en el celo, y el ardor, y la generosidad, y la práctica de la oración, y la vida santa en cualquiera de nosotros, para que la gloria no sea traspasada y se escriba en todas nuestras paredes ‘Icabod.’ Tenemos hambre de nuestro Dios, pues confío que podamos decir que le amamos. ¿Pueden decir eso?

Escuché (la semana pasada) una historia acerca de ese poderoso predicador, Robert Hall, que me conmovió cuando la oí. Un amigo relató que Robert Hall iba a caballo un día atravesando una pequeña aldea, camino a predicar en un pueblito. Nevaba intensamente, y el señor Hall pasaba por esa aldea, desconociendo el estado del camino más adelante. Un cristiano que lo conocía muy bien, le gritó «señor Hall, no debe seguir adelante; la nieve está muy profunda y no podrá proseguir; entre y pase adelante.» El señor Hall se detuvo en la casa y descansó por un momento. Miró por la ventana, y comprobó que seguía nevando. Volvió a mirar, y nevaba más intensamente que antes, y su amigo le dijo: «señor Hall, no puede ir; no podrá llegar allá.» Pero él respondió: «amigo, debo ir.» «Señor,» dijo el buen hombre, «no puede, es imposible. No podrá llegar a ese lugar; los caminos están bloqueados.» Así que el gran predicador estuvo de acuerdo en quedarse sólo si podía predicar allí su sermón. «Debo predicar, señor; debo predicar, señor. No puedo quedarme a menos que predique.» Entonces su anfitrión fue por toda la aldea, golpeando a las puertas de las casas, y congregó a unas cuantas personas en su casa. El señor Hall predicó un sermón maravilloso. El buen hombre pareció remontarse al cielo cuando predicó sobre las palabras, «Y no vi en ella templo.» Cuando la gente se hubo marchado a casa, le dijo a su amigo: «mi querido señor, me temo que no soy un hijo de Dios.» «Cómo, señor Hall, cómo puede decir algo así?» «Me temo que soy un hipócrita, señor.» «Vamos, nadie más piensa eso de usted, señor Hall, y no puedo concebir cómo usted da cabida a una idea así.» «Ah, pero quiero hacerle una pregunta, señor. ¿Cuál cree usted que sea una señal segura de que un hombre es un hijo de Dios?» «Señor Hall,» respondió el buen hombre, «usted lo sabe mejor que yo. No puedo intentar instruirlo a usted.» «Yo quiero saber, amigo, y le estaré muy agradecido por su opinión,» dijo el señor Hall. «Bien,» respondió el hombre, «esta es la que considero una señal segura: si un hombre realmente ama a Dios, debe ser un hijo de Dios, y tiene que haber un cambio en él.» «Gracias, señor; gracias, señor, por esa palabra,» dijo el señor Hall; eso es justamente lo que necesitaba. ¿Amar a Dios, amigo? Le amo con toda mi alma.» «Y,» dijo el buen anfitrión, hablando con mi amigo, «deberías haber oído cómo hablaba el señor Hall acerca de Dios; era maravilloso escucharlo. Le exaltaba por encima de todo, decía todo lo que es bueno de Dios, y repetía, ‘no puedo evitar amar a un ser como Dios es, y si eso prueba que soy salvo, entonces estoy seguro de ello, pues necesito amarle.'»

Ahora, hermanos míos, nosotros amamos a Dios con todo nuestro corazón, y por tanto deseamos que Él sea glorificado en medio de nosotros. ¿Acaso no desean vehementemente esto, hermanos míos? Yo sé que lo desean. ¿Cómo, entonces, será honrado el Señor? Él puede ser glorificado con una vida más santa. ¿Cómo se hará eso? El texto dice que le encontraremos si le buscamos de todo nuestro corazón, y al encontrarle, encontraremos la santidad. He renunciado a la idea que alguna vez tendré una iglesia en la que todos los corazones busquen a Dios con denuedo. Yo sé que no todos ustedes están vivos y llenos de fervor, pues algunos de ustedes son una deshonra para la iglesia. Nunca nos ayudarán, sino que permanecerán entre nosotros como pesos muertos. Cómo desearía poder esperar algo diferente, pero no me atrevo a engañarme ni a mí mismo ni a ustedes. Pero ciertamente espero que todos los que tienen realmente la vida de Dios en sus almas, darán todo su corazón para la gloria de Dios, y lo harán siempre con intensidad. Espero de ellos que busquen al Señor por medio de la oración, orando mucho para que Dios sea glorificado, y que apoyen su oración con el esfuerzo, buscando alegremente su plena participación en la extensión del reino del Redentor.

Hermanos, ¿Cristo murió por ustedes? ¿Sí o no? Si murió por ustedes, entonces, en nombre de la honestidad común, vivan para Él, pues ustedes ya no se pertenecen; Él los ha comprado a un precio. Cuando fueron bautizados en el nombre de Los Tres Sagrados, ¿tenían toda la intención de hacerlo? Si así fue, en el nombre de la verdad, vivan para Dios, pues en aquel momento confesaron que estaban muertos para el mundo y enterrados con Cristo, y que a partir de ese momento vivirían para Él. Cuando se acercaron la última vez a la mesa de la comunión, ¿creían realmente que Jesús se entregó por ustedes, y sabían ustedes que comieron Su carne y bebieron Su sangre por fe? Entonces yo digo, tanto en nombre de la honestidad como de la verdad: vivan como deben vivir las almas que han comido mejor alimento que los ángeles, y tienen a Cristo dentro de sí.

Trato de hablar tan sinceramente como puedo, pero usualmente cuando llego a mi casa, me digo a mí mismo: «¿Qué es lo que estás haciendo? No conmueves a esa gente, ni a ti mismo, tampoco. Te estás volviendo torpe y viejo: no tienes ni la mitad del celo que tenías en tus días de juventud.» Trato de meterme largos alfileres de una manera espiritual, para despertarme de nuevo, por temor de no caer en el mismo estado de letargo en el que se encuentran algunas personas que conozco, cuya predicación es escasamente mejor que un ronquido articulado. Están profundamente dormidos, y como consecuencia natural, su gente está dormida también.

Si este Libro es verdadero, la mayoría de nosotros no vivimos como deberíamos vivir. Si hay un cielo, no estamos viviendo en el gozo que la esperanza en él debe inspirarnos. Si hay un infierno, y algunos de nuestros propios hijos están descendiendo a él, no actuamos con ellos como si creyéramos realmente en su peligro. Actuamos como monstruos, y no como hombres, si soportamos que nuestro prójimo se pierda sin levantar un dedo por su salvación. ¡Despierten!, ¡levántense!, hermanos míos. Oh, iglesia de Dios en este lugar, e iglesia de Dios en cualquier lugar, sacúdanse de las ataduras que tienen en su cuello. Levántate, y siéntate en tu trono de poder, oh hija de Sion. Vístete de poder, como en los tiempos antiguos, pues la fortaleza será tuya si buscas al Señor de todo tu corazón. Que Dios nos conceda que como una iglesia seamos completamente sinceros cuando buscamos una manifestación de Su poder salvador, y Él tendrá la gloria. Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 11.

A MI IGLESIA Y MI PUEBLO:

QUERIDOS AMIGOS: Espero y oro porque los servicios especiales del Tabernáculo Metropolitano, superen todo lo que se ha logrado previamente. He escrito el corto sermón de esta semana para exhortarlos a una entrega suprema. Me daría mucho gusto saber, y estoy seguro que así será, que en esta materia como en todas las demás obras de la iglesia, ustedes están llenos de celo y constancia. Mi única preocupación es que la obra del Señor no sufra por mi ausencia; les suplico que no permitan que eso suceda de ninguna manera y en ningún grado.

El clima húmedo y nebuloso, que nos ha llegado hasta aquí, ha retardado de alguna manera mi progreso para recuperar plenamente mi salud y mi vigor, de tal forma que sigo siendo un viajero muy débil; sin embargo, he mejorado de manera importante, y siento que mi espíritu y mi ánimo están mejor, por el descanso. A todos ustedes, desde el fondo de mi corazón, les envío mi sincero amor en Cristo Jesús.

Suyo, para servirles mientras haya vida en mí,

Mentone, 6 de Febrero de 1879. C. H. Spurgeon.

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