Debemos tratar a los demás con humildad, paciencia y amor, de manera que podamos compartir con los demás su dolor, su sonrisa, que podamos ayudarlos en cualquier obra que sea para bien.
Compartir esta paz tan enorme que viene de Dios nos da, esta paz que corre por todo nuestro interior, llevándose todo aquello que nos hizo pasar un momento fuerte.
Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.
Romanos 12:18
El apóstol nos habla claramente de que no seamos personas altivas, porque si somos de Dios, pues debemos ser personas diferentes, porque con nuestras acciones hablaremos de nuestro Dios, de Su paz y de Su obra poderosa en nuestras vidas.
Pablo nos sugiere algo muy importante en esta carta a los Romanos: llorar con los que lloran, reír con los que ríen, estar unánimes con los demás. Seamos de pensamiento humilde como lo sugiere Pablo, no ignorando los sentimientos de los demás.
Al ser humildes, buscaremos resolver los problemas de la mejor manera, no buscando entrar en contiendas, sino buscando la solución a todo, aplicando la sabiduría de la Palabra de Dios para poder estar en paz con todos.
La paz que el Señor nos manda a practicar no es una paz superficial, sino aquella que transforma corazones. Cuando aprendemos a convivir con los demás en armonía, estamos reflejando a Cristo en nosotros. Una sonrisa, una palabra de aliento o un abrazo sincero pueden ser gestos pequeños, pero con gran impacto en la vida de quien sufre.
Ser pacificadores es un llamado de Dios. Jesús mismo dijo en el sermón del monte: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Esta bienaventuranza nos recuerda que vivir en paz no es algo opcional, sino parte de la identidad del cristiano. No se trata de evitar los problemas, sino de enfrentarlos con la actitud correcta, buscando siempre la reconciliación.
Podemos notar que en muchas ocasiones la falta de paz proviene de la soberbia o del orgullo. Una palabra dicha con enojo puede generar enemistad, mientras que una palabra suave calma la ira (Proverbios 15:1). Por eso, como hijos de Dios, debemos cultivar un corazón humilde y dispuesto a perdonar. Al hacerlo, mostramos la misma gracia que Cristo nos mostró en la cruz.
El llamado del apóstol Pablo a estar en paz con todos los hombres nos invita a reflexionar en nuestras relaciones familiares, laborales y sociales. ¿Cuántas veces preferimos ganar una discusión antes que mantener la unidad? El Señor nos recuerda que la verdadera victoria no está en tener la razón, sino en guardar el vínculo de la paz y el amor en todas nuestras acciones.
Asimismo, la paciencia es una virtud que fortalece la convivencia. No todos piensan igual que nosotros, y es ahí donde la tolerancia, unida al amor de Dios, nos ayuda a comprender al prójimo y a sobrellevar las diferencias. Al mostrar paciencia, reflejamos el carácter de Cristo, quien soportó injurias y ofensas, pero nunca dejó de amar.
Vivir en paz también significa aprender a compartir lo que tenemos. No solo bienes materiales, sino nuestro tiempo, nuestra escucha y nuestra comprensión. Una comunidad unida bajo los principios de Dios es capaz de superar cualquier obstáculo, porque se apoya en la roca firme que es Cristo Jesús.
Querido lector, procura que tus palabras y tus actos siempre estén llenos de la paz de Dios. Recuerda que no puedes controlar las reacciones de los demás, pero sí tu forma de actuar. Al sembrar paz en tu entorno, estarás recogiendo frutos de bendición y testificando del amor de Cristo en tu vida.
En conclusión, seamos humildes, pacientes y amorosos en cada situación. No permitamos que las diferencias destruyan los lazos de hermandad, sino que, con la ayuda de Dios, aprendamos a vivir en paz con todos. Esta es la verdadera señal de que hemos sido transformados por el Espíritu Santo, y que caminamos bajo la luz del Evangelio.