Siempre debemos reconocer que solo en el nombre del Dios Todopoderoso hay poder, debemos creer solo en Él, confiar con todo nuestro corazón. Todo es por Él y todo lo que se mueve es porque así Él lo ha decidido, porque solo a Él todas las cosas obedecen.
El creyente verdadero entiende que nada sucede por casualidad, que cada latido de nuestro corazón, cada día que despertamos, cada suspiro, todo depende de la soberana voluntad de Dios. No hay reino, no hay poder humano, no hay fuerza de la naturaleza que pueda rebelarse contra Su dominio. Él es Rey de reyes y Señor de señores, y en Su nombre encontramos refugio, autoridad y victoria.
Todo lo que hagamos, debemos hacerlo confiando en el Señor, dando gracias por Su gran poder y amor, por Su majestad y por la hermosura de Su presencia. ¿Quién como nuestro Señor que habla a los montes y ellos le obedecen? ¿Quién como el Creador que da órdenes al viento y este cesa, que manda al mar y se calma? Este es nuestro poderoso y grande Dios. Él es digno de ser exaltado por toda la creación.
La misma naturaleza habla de Su grandeza, de Su poderío y de todas las cosas que nos rodean, que rinden honor y gloria solo a Él. Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de Sus manos. El rugir del trueno, el resplandor de los relámpagos, la inmensidad del mar y la fuerza del viento no son otra cosa que testigos de la majestad de Aquel que los creó. Suya es la gloria y la alabanza, a Él debemos rendir todo lo que somos, porque no hay nadie como nuestro Dios.
Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?
Daniel 4:35
El libro de Daniel nos arroja una enseñanza poderosa a través de la vida de Nabucodonosor, un rey que pensaba que él era el centro de todo, que no había nadie más grande ni poderoso que él. Sin embargo, su orgullo fue quebrantado por Dios. Nabucodonosor tuvo que reconocer que hay un Dios en los cielos que gobierna sobre los reinos de los hombres y que hace según Su voluntad. Nadie puede detener Su mano ni cuestionar Sus decisiones. Él es soberano absoluto.
Este relato nos recuerda que la soberbia humana siempre será humillada delante del Creador. Todo aquel que se enaltece será abatido, y todo aquel que se humilla será exaltado. Dios, en Su infinita sabiduría, permite que los hombres poderosos lleguen hasta cierto límite para luego mostrarles que solo Él es digno de gloria y honra. Nabucodonosor aprendió de manera dolorosa que no existe poder humano capaz de igualarse al poder divino.
Nuestro Dios es aquel que controla los ejércitos celestiales, que ordena a los ángeles y pone límites a la creación. Él hace maravillas grandes e incomprensibles, Su voz retumba como truenos en el cielo, y Su rostro brilla como el sol en todo su esplendor. No hay comparación posible con Su grandeza. Él es nuestro refugio, nuestra fortaleza y nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Alabemos Su Santo y bendito nombre para siempre. Que nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros pensamientos reflejen la gratitud y la adoración que solo Él merece. Recordemos cada día que todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de Su mano poderosa.
Conclusión
Querido lector, reconocer el poder y la soberanía de Dios no debe ser un acto ocasional, sino un estilo de vida. Todo lo que existe depende de Él y todo lo creado le obedece. El ser humano puede llenarse de orgullo y pensar que controla su destino, pero al final es Dios quien tiene la última palabra. Así como Nabucodonosor tuvo que doblar sus rodillas y aceptar la grandeza del Altísimo, también nosotros debemos rendirnos cada día delante de Él. Que nuestra confianza esté siempre puesta en el Dios que gobierna el cielo y la tierra, y que nuestra vida entera sea una ofrenda de alabanza para Su gloria.