Cómo debe ser mi ofrenda

¿Alguna vez te has preguntado a la hora de ofrendar en la iglesia, cuál debe ser el monto a ofrendar? Sería patético decir como los falsos apóstoles: «Ofrenda 500 dólares, ofrenda 100 dólares». La ofrenda nunca debe ser manipulada ni convertida en un negocio humano, porque no es un precio por la bendición de Dios. La ofrenda es algo que debe provenir del corazón y reflejar qué tan agradecido te sientes con lo que el Señor está haciendo en tu vida. Es un acto de adoración, un gesto de fe y reconocimiento de que todo proviene de Él.

Cada uno dé como propuso en su corazón

Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.

2 Corintios 9:7

En este capítulo 9 de Corintios, el apóstol Pablo hace énfasis en la generosidad como una virtud cristiana. La iglesia primitiva entendió que la ofrenda no era una obligación forzada, sino una oportunidad para reflejar gratitud. Nosotros como cristianos debemos practicar la generosidad, pero hacerlo de manera que surja del corazón, no por presión social, no por miedo a ser juzgados, ni mucho menos por esperar un retorno económico como si fuera una inversión. Dar debe ser un acto de amor sincero.

Cuando ofrendamos con tristeza, pensando en lo que «perdemos», o con la intención de «comprar» bendiciones, estamos perdiendo de vista el propósito real. Pablo nos invita a dar con alegría, porque la alegría demuestra que entendemos que lo que tenemos es un regalo de Dios y que estamos agradecidos. El Señor no se agrada en la cantidad, sino en la disposición. Un centavo con amor y fe puede tener más valor ante Dios que grandes cantidades dadas con un corazón endurecido.

Debemos ser dadores alegres, personas generosas, movidas por el agradecimiento a Dios por sus bendiciones y por amor al prójimo. No porque pensemos que si damos más recibiremos más riquezas, sino porque reconocemos que ya lo hemos recibido todo en Cristo Jesús. La generosidad no mide el tamaño de la billetera, sino el tamaño del corazón.

Todos nuestros bienes pertenecen a Dios

Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos.

1 Crónicas 29:14

En este pasaje, el rey David reconoce una verdad esencial: todo lo que tenemos proviene de Dios. No somos dueños absolutos de nuestros bienes, sino administradores de lo que el Señor nos ha confiado. Debemos comprender que Dios no necesita dinero de nosotros, porque Él es autosuficiente y eterno. Sin embargo, nos invita a dar como un ejercicio de obediencia y humildad, reconociendo que dependemos de Él.

Cuando damos, no lo hacemos para suplir una carencia de Dios, sino para honrarlo y para colaborar en la expansión de su obra en la tierra. La ofrenda es un recordatorio de que no vivimos para acumular tesoros temporales, sino para invertir en lo eterno. Es bueno que tengamos esto presente: «Todo lo que tengo pertenece a Dios y no hay ofrenda que pueda comprar sus bendiciones».

El acto de ofrendar también nos libera de la avaricia. Cuando retenemos todo lo que tenemos por miedo a perderlo, olvidamos que quien nos provee es Dios mismo. Ofrendar es declarar con nuestras acciones: «Señor, confío en Ti más que en mis recursos». Por eso, más que un sacrificio, es un privilegio que nos permite participar de la obra divina.

A la hora de ofrendar lo hacemos por agradecimiento, no porque Dios tenga necesidad de ello. Lo hacemos como respuesta a un mandato bíblico de generosidad, y a la vez practicamos la obediencia al Señor. Cada ofrenda es una semilla de fe que producirá fruto en su tiempo, no necesariamente en lo material, sino en la paz, gozo y crecimiento espiritual que experimentamos cuando vivimos confiando en Dios.

Estemos dispuestos para ser generosos, dispuestos para ofrendar al Señor de corazón, sin tristeza ni amargura, sino según lo que Dios ha puesto en nuestros corazones. No hay un patrón universal para decir cuánto tenemos que ofrendar, porque no se trata de porcentajes fríos o cantidades fijas, sino de la actitud interior. El verdadero patrón es dar con el corazón, dar con amor, dar con fe y ser generosos en todo tiempo.

En conclusión, la ofrenda no se mide por la cantidad, sino por la calidad del corazón que la presenta. Dios ama al dador alegre, aquel que reconoce que todo proviene de Él y que decide devolver parte de lo que ha recibido en señal de gratitud. No caigamos en manipulaciones humanas ni en falsas promesas de prosperidad terrenal, porque el mayor tesoro que recibimos al dar es experimentar la alegría de obedecer a nuestro Señor y reflejar su amor en nuestra generosidad.

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