La vida que agrada a Dios

Podemos llegar a cometer el error de aislarnos de nuestros hermanos en Cristo y de la sociedad, pensando que una vida que agrade a Dios es solo aquella que se mantiene lejos de los demás, ya sea por ayunar, orar o evangelizar. Debemos saber que lo mencionado es completamente saludable para la vida de cada creyente, pero también debemos comprender que una vida que agrada a Dios es aquella que tiene amor fraternal, que ama a su prójimo como a sí mismo.

Jesús habló de este amor diciendo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Juan también dijo: ¿Cómo puedes decir que amas a Dios y no amar a tu hermano? Y es que el sello de una vida agradable ante Dios es que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y esto es algo que debemos practicar cada día. Recordemos a la iglesia primitiva, la Biblia dice que ellos estaban unánimes en todo lo que hacían, allí el amor fraternal reinaba y es algo que no debemos dejarlo solo en el pasado, debemos practicarlo.

La vida cristiana no es un camino individualista, sino una senda en la que aprendemos a convivir y a edificarnos mutuamente. No se trata únicamente de cultivar una vida de oración en secreto, sino de manifestar en lo público ese amor que proviene de Dios. Muchas veces podemos caer en el error de pensar que agradar a Dios es encerrarnos en actividades espirituales privadas, pero el verdadero fruto se refleja cuando ese amor interior se transforma en acciones de bondad y misericordia hacia los demás.

Cuando practicamos el amor fraternal, demostramos que entendemos el corazón del evangelio. El mismo Jesús dijo que el mundo reconocería a sus discípulos por el amor que se tuvieran unos a otros. Por lo tanto, cuando compartimos con nuestros hermanos, cuando apoyamos al necesitado, cuando escuchamos al que está afligido, allí estamos mostrando que hemos nacido de nuevo. La fe que no se expresa en amor, termina siendo una fe muerta y sin fruto.

Es importante también recordar que este amor no se limita únicamente a nuestros amigos o personas cercanas, sino que se extiende incluso a aquellos que no nos tratan bien. Jesús nos enseñó a amar incluso a nuestros enemigos, y aunque no es una tarea sencilla, es una manera poderosa de reflejar la luz de Cristo en un mundo lleno de odio y egoísmo. Una vida que agrada a Dios es aquella que busca reconciliar, sanar y sembrar paz donde hay división.

El amor fraternal es además un testimonio vivo para la sociedad. Cuando las personas ven a la iglesia unida, compartiendo, orando unos por otros, y ayudándose mutuamente, eso se convierte en una predicación más fuerte que cualquier sermón. Es una manera de decirle al mundo que Dios sigue transformando corazones, que la fe en Cristo no es teoría, sino vida práctica y tangible.

Muchas veces nos cuesta dar el primer paso para amar de forma genuina, pero debemos recordar que el amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo. No se trata de una fuerza humana, sino de la obra de Dios en nosotros. Al reconocer esto, dejamos de buscar excusas y comenzamos a vivir de acuerdo con la verdad del evangelio.

El apóstol Pablo escribió a los Tesalonicenses:

9 Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros;

10 y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más;

11 y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado,

12 a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada.

1 Tesalonicenses 4: 9-12

Se supone que todo creyente debe tener este amor por sus hermanos, sin necesidad que se tenga que estar hablando mucho de lo mismo, puesto que si somos cristianos, esto es lo que hemos aprendido de nuestros hermanos, que debemos amar a Dios sobre todas las cosas y no debe ser algo tan difícil para personas nacidas de nuevo.

Queridos hermanos, si no estamos practicando esto debidamente, entonces debemos detenernos en el camino y comenzar a actuar como es debido, para que de esa manera comencemos a tener una vida que agrade completamente a Dios.

En conclusión, el amor fraternal es el sello visible de un verdadero cristiano. No basta con orar, ayunar o predicar, si estas acciones no están acompañadas de amor hacia el prójimo. La fe se perfecciona en la práctica diaria, en cómo tratamos a quienes nos rodean y en la forma en que extendemos nuestras manos al necesitado. Vivir en amor es vivir en la voluntad de Dios, y quien anda en este camino, inevitablemente agrada al Señor.

Dios conoce los pensamientos de los hombres
Perseverad en la oración