Yo sé que mi Redentor vive

Yo sé que mi Redentor vive. Esta es una de las frases que Job utilizó cuando estaba pasando la prueba más terrible, este hombre sin cuestionar a Dios soportó todo este proceso, como narra el libro de Job. Estas palabras no fueron fruto de la prosperidad ni de un momento cómodo, sino una declaración de fe en medio del dolor más profundo. Job había perdido posesiones, hijos, salud y honor, y aun así su corazón se aferró a una certeza invencible: su Redentor está vivo, gobierna, y tendrá la última palabra.

Un hombre que, sin duda alguna, aunque tuvo su cuerpo lleno de lepra, no dejó de glorificar a Dios en ningún momento de su vida, sino que le fue fiel hasta el final de su prueba y enfermedad. La fidelidad de Job no fue un simple optimismo; fue reverencia. Reconocía la soberanía de Dios incluso cuando no entendía el porqué del sufrimiento. Mientras su cuerpo se deterioraba y las palabras de su entorno lo herían, su alma se fortalecía en el Dios que sostiene todas las cosas.

Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales también andaba satanás. Cuando Dios le pregunta a satanás sobre Job, satanás le responde: «Job te es fiel por todos los bienes que tiene». Pero esto no era así, porque Dios le dio a demostrar a satanás que con riquezas o sin riquezas Job le era fiel. A pesar de todo lo material que perdió, se mantuvo siendo íntegro ante Dios. La integridad de Job desenmascara la mentira de que la fe depende del bienestar. Su adoración no estaba hipotecada a la prosperidad; su esperanza descansaba en el carácter inmutable del Señor.

Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;

Job 19:25

Podemos decir que este hombre llamado Job sabía que algún día esta grande prueba pasaría, esto lo vemos por sus declaraciones ante estas circunstancias, pues lo glorificaba a pesar de todo. “Mi Redentor vive” no es una frase decorativa: es una teología de esperanza. Job mira más allá de la ceniza, más allá de la llaga, más allá de la calumnia, y contempla al Dios que se levanta “sobre el polvo”, es decir, por encima de la ruina humana para vindicar a los suyos. Su fe anticipa el consuelo final: Dios hará justicia y restaurará.

Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios;

Job 19:26

Las bendiciones de Dios son duraderas, este hombre fue bendecido por Dios en gran manera, porque este hombre fue íntegro, fiel, y supo glorificar a Dios en las pruebas. Aún su carne siendo azotada no renegó el poderío y la majestad de Dios, porque hubo un momento donde su esposa le dijo «maldice a Dios y muérete», sino que a través de esta prueba su carne vería a Dios. Job confiesa una esperanza que trasciende el presente: ver a Dios no solo con los ojos de la fe, sino con “mi carne”, es decir, con una expectativa de encuentro real. Aunque su piel se deshiciera, no se deshacía su confianza; aunque su fuerza menguara, no menguaba la promesa.

Al cual veré por mí mismo,
Y mis ojos lo verán, y no otro,
Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.

Job 19:27

Estas en verdad son palabras que, así como salían de su boca, eran palabras consoladoras, de aliento, palabras sinceras, Él estaba seguro de que toda esta grande prueba pasaría algún día. “Lo veré por mí mismo” expresa una fe personal, no prestada. Job no vive de rumores acerca de Dios; anhela un encuentro directo. Y aunque su corazón desfallece, su confesión se mantiene firme: los ojos que hoy lloran serán los mismos que contemplarán la gloria del Señor. Esa certeza es el ancla del alma en medio del temporal.

El testimonio de Job también nos corrige: no todo sufrimiento es castigo, no toda pérdida significa abandono divino. A veces Dios permite que la fe sea probada para purificarla como oro. Los amigos de Job simplificaron el misterio del dolor; Job, en cambio, abrazó el misterio con adoración. Por eso, cuando todo parecía perdido, él siguió diciendo: “Sea el nombre de Jehová bendito”. Su confianza no dependía de respuestas inmediatas, sino del Dios que oye, ve y finalmente responde.

Y al final, Dios vindicó a su siervo. No solo restauró lo que se había perdido, sino que se reveló con mayor claridad. Job conocía a Dios “de oídas”; después de la prueba dijo: “Ahora mis ojos te ven”. Así obra el Señor: usa la aflicción para ampliar nuestra visión de su santidad, su sabiduría y su amor. La bendición más grande no fue la prosperidad recuperada, sino el conocimiento más profundo de Dios mismo.

No importa que lo pierdas todo, cree en Dios, confía en Él. Dios nunca falla, creamos, así como este hombre creyó fielmente, pero al final de todo obtuvo la victoria. Si hoy tu piel duele, si tu alma tiembla, repite con Job: “Yo sé que mi Redentor vive”. Él se levantará sobre el polvo de tu historia y hará brillar su justicia. Aférrate a esa promesa; persevera en integridad; adora en medio de la noche. Porque el Dios que sostuvo a Job es el mismo que te sostendrá a ti, y un día —no muy lejano— tus ojos lo verán.

Lo he perdido todo por Cristo
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