Cuando hablamos de mirar a Jesús, no hablamos de una simple acción física, sino de un acto espiritual profundo que transforma nuestra vida. Fijar nuestra mirada en Cristo significa reconocer que Él es el centro de nuestra existencia, el fundamento de nuestra fe y la respuesta a todas nuestras necesidades. En un mundo donde constantemente somos bombardeados con distracciones, tentaciones y preocupaciones, volver los ojos a Jesús es encontrar descanso y esperanza en medio de la tormenta. Recordemos que en Él hallamos paz, sanidad, fortaleza y el verdadero propósito de nuestra vida.
Mirar a Jesús es mirarlo todo porque en Él encontramos todo lo que nuestra vida necesita, a Él debemos mirar, sin importar la circunstancia en las que nos encontremos. Dios está con nosotros.
Leyendo la Biblia nos encontraremos con varias personas que estaban enfermas, muchos padecían de lepra, ceguera, sordera, entre otros males. En este caso podemos hablaremos sobre la historia de una mujer que padecía flujo de sangre.
Esta mujer duró 12 años padeciendo de esta enfermedad que la dejó sin nada, pues gastó todo lo que tenía para ser curada pero nunca lo fue, solo logró perderlo todo. Dice la palabra que esta mujer escuchó que el Maestro pasaba por donde ella estaba, buscó la forma de como acercarse a Jesús. Esta mujer logró llegar donde estaba Jesús y cuando estaba cerca de Él, tocó su manto, inmediatamente el Maestro sintió que de él salió poder y dijo «alguien me ha tocado». La mujer confesó que fue ella quien le tocó y el Maestro le contestó: Mujer tu fe te ha sanado (Lucas 8:43-48).
Pero sin fe es imposible agradar a Dios;
porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay,
y que es galardonador de los que le buscan.
Hebreos 11:6
Cada día debemos tener fe como dice este libro de los hebreos, que sin fe es imposible agradar a Dios, no dudemos, creamos que hay un Dios Todopoderoso. Tener fe en que todo lo que creamos será posible, así como esta mujer que tuvo fe y fue sanada de esta grande enfermedad.
Al igual que esta mujer, otros fueron sanados, unos de la vista, otros que estaban cojos, otros fueron sanados de un tumor, lepra, entre otros milagros que Jesús a su paso hizo. ¿Cree usted que estas personas no estaban contentas por estos grandes milagros?
Es bueno que cada día le pidamos al Señor que nos ayude a que nuestra fe aumente, así que no dudemos, creamos en el Señor.
Mirar a Jesús también significa depositar en Él nuestras cargas y preocupaciones. Muchas veces tratamos de resolver los problemas en nuestras propias fuerzas, pero terminamos cansados y frustrados. Cuando ponemos los ojos en Cristo, reconocemos que nuestra capacidad es limitada, pero la de Él es infinita. Él es quien abre puertas donde no hay salida, quien calma las tempestades de nuestra vida y quien nos recuerda que nunca estamos solos. Así como esta mujer tocó el manto del Maestro, también nosotros podemos acercarnos con fe para recibir su ayuda en cualquier área de nuestra vida.
Además, este pasaje nos enseña que la fe no es algo pasivo, sino activo. La mujer no se quedó esperando a que Jesús llegara a su casa, sino que se levantó, buscó la manera de alcanzarlo y lo tocó. Su fe se manifestó en acción, y fue esa fe la que desató el milagro en su vida. Esto nos recuerda que la fe verdadera siempre produce movimiento, nos impulsa a orar, a obedecer la Palabra y a confiar incluso cuando las circunstancias parecen imposibles.
Cuando nuestra mirada está en Cristo, aprendemos a vivir agradecidos, porque entendemos que todo lo que tenemos proviene de su mano. Cada milagro, cada bendición y cada día de vida es un regalo de Dios. Por eso, no debemos enfocar nuestra vista en lo que nos falta o en lo que perdimos, sino en lo que Jesús ya ha hecho y en lo que promete seguir haciendo en nuestras vidas.
Conclusión: Mirar a Jesús es mucho más que una frase bonita, es una decisión de vida. Así como la mujer del flujo de sangre fue sanada por su fe, también nosotros podemos recibir sanidad, restauración y esperanza cuando ponemos nuestra confianza en Él. No importa cuál sea la enfermedad, el problema o la dificultad que enfrentemos, si fijamos nuestra mirada en Cristo, siempre encontraremos la salida. Que cada día nuestra oración sea: “Señor, aumenta mi fe”, para que podamos vivir confiados en que el mismo Jesús que obró milagros ayer sigue teniendo poder para obrar hoy.