El Pueblo Censado

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charles spurgeon

Es aceptado que Israel en el desierto es, de algún modo, un tipo de la iglesia en su condición presente. La tribu de Leví era en un sentido peculiar e íntimo, el tipo de ese pueblo peculiar que bajo el grandioso Sumo Sacerdote es apartado para el servicio del Señor y de Su iglesia. A los levitas se les encargó que llevaran los utensilios sagrados de un lugar a otro, y a cada familia de esa tribu se le confió la transportación segura y reverente de una cierta parte del mobiliario sagrado.

Como nada en el servicio del Dios de orden puede ser dejado al azar sino que más bien cada cosa debe hacerse decentemente y de conformidad al ordenamiento, todos los levitas fueron contados, y luego a cada hombre se le asignó su servicio.

Aquellas personas que en frase trillada claman contra el «sistema» deberían ser advertidas de que el Señor siempre ha tenido un sistema, no únicamente en la naturaleza y en la providencia, sino también en Sus propios atrios. Hay una admirable «economía» en el palacio del gran Rey: nada de lo que represente desorden, desperdicio, y disturbio y que pudiera rodear a otros monarcas, nada de eso podría ser encontrado bajo la sombra del trono divino. Aquel que cuenta las estrellas y las llama a todas por sus nombres, no deja nada desordenado en Su propio servicio.

Por tanto, Su iglesia ha de mostrar la disciplina de un ejército, y todos Sus guerreros han de saber cómo cumplir con su deber. Aunque no estemos bajo la ley, no estamos sin la ley de Cristo, ni deseamos estarlo, pues Sus mandamientos no son gravosos.

En esta época, cuando nuestra iglesia está haciendo un esfuerzo sumamente denodado para glorificar al Señor a través de buscar conversiones, quisiéramos juntar a todos los siervos de nuestro Maestro y hacer un llamado a cada uno para que tome su lugar y su servicio asignados. La obra del Señor debe ser hecha, y debe ser hecha bien, y debe ser hecha por todos nosotros alegremente y de corazón.

Reúnanse, por tanto, y que cada redimido tome su carga y la lleve delante del Señor en el debido orden: a este fin, como Moisés, quisiéramos llamarlos, uno por uno, y darles un cargo como de parte del Señor.

Nuestro texto contiene autoridad para pasar revista, un nombramiento para los individuos, y un reporte de la ejecución real del mandato. Sobre cada uno de estos puntos, un ausente oficial de su compañía intentará comentar un poco conforme sea capacitado por el Espíritu Santo.

I. Aquí encontramos, primero, UNA AUTORIDAD PARA PASAR REVISTA, «Como lo mandó Jehová por medio de Moisés fueron contados.»

No le correspondía a Moisés contar a los levitas sin la sanción divina, pues de lo contrario el acto habría sido tan malo a los ojos del Señor como el de David cuando llevó a cabo un censo de la tierra; y ningún hombre en nuestros días puede tampoco convocar a los santos del Señor según su propia discreción para que se involucren en empresas para las cuales nunca fueron apartados.

Los ejércitos de Israel no nos pertenecen para guiarlos donde nosotros queramos, y ni siquiera para censarlos para que el número redunde en nuestro propio honor. El censo de los apóstoles y de los discípulos es lo suficientemente legal, pues con frecuencia fue llevado a cabo en los mejores días de la iglesia, pero las estadísticas pueden ser computadas en un espíritu de naturaleza tal que podrían ser ocasión de pecado. No quisiéramos censar en absoluto de esa manera a los contingentes del ejército para la batalla, sino que quisiéramos convocar a los escogidos del Señor para la obra del Señor y en el nombre del Señor.

Creyentes en Cristo Jesús, ahora son convocados para que hagan lo mismo y presten servicio, a semejanza de la tribu de Leví, porque del Señor son. Él los ve a ustedes como a la iglesia de los primogénitos, como a los redimidos de entre los hombres, y como a Su porción y herencia especiales, y, por tanto, por encima de todos los demás hombres, ustedes están bajo Su régimen y gobierno especiales.

El Señor le dijo a Moisés: «Los levitas serán míos. Yo Jehová», y Él ha hecho la misma declaración en relación a todos los que temen al Señor y que invocan Su nombre: «Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe.» ¿A quiénes convocaremos para que desempeñen la obra del Señor sino a aquellos que le pertenecen? A ellos les corresponde velar devotamente por el interés de la religión verdadera y tener un denodado celo por la gloria de Dios. Ellos tienen sobre sí obligaciones tan poderosas como honorables. «No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.» ¿Sienten una renuencia a ser contados y llamados para el servicio activo? ¿No es esta una sensación maligna e indigna? ¿No deberían, por el contrario, considerar como su gloria ser contados entre los dedicados?

Hermanos, ustedes son además llamados porque esta es una responsabilidad impuesta sobre ustedes por el Señor, a quien pertenecen especialmente. Los levitas (Números 4: 3) tenían el llamado «para servir en el tabernáculo de reunión.» Ellos no fueron contados con el resto de la nación, pues su vocación era completamente diferente, y toda su ocupación era acerca de «las cosas sagradas». Ustedes ven en esto su llamamiento, hermanos, pues para esto son también llamados, para que sólo vivan para el Señor. ¿A quién le corresponde hacer la obra de Dios sino a Sus hijos? ¿Quién debe servir al Señor Cristo, y reunir a Sus descarriados, sino aquellos que Él ha llamado para ese oficio? Si ustedes rehúsan el honorable yugo, ¿cómo será completada la obra de misericordia? ¿Puede ser dejada a los asalariados, o cumplirán el servicio del Dios viviente aquellos que están espiritualmente muertos? No, es responsabilidad suya, y sean diligentes en cumplirla.

Además, hermanos, el Señor muy bien puede llamarlos para este servicio, viendo que Él les ha entregado a Su Hijo, así como entregó a los levitas a Aarón, según está escrito en Números 3: 9: «Le son enteramente dados de entre los hijos de Israel.» El Señor también había dicho: «Haz que se acerque la tribu de Leví, y hazla estar delante del sacerdote Aarón, para que le sirvan.» Ellos eran felices de servir de esta manera al Señor Cristo, que es el primogénito entre muchos hermanos. Debido a que pertenecen a Cristo, por tanto, no estén renuentes a servirle, sino pasen al frente con alacridad. (1)

Adicionalmente, el Señor los ha constituido siervos de todo Su pueblo, así como dijo de los levitas que habían de «ejercer el ministerio de los hijos de Israel en el tabernáculo de reunión.» Somos deudores de todos nuestros hermanos, y somos sus siervos hasta el pleno alcance de nuestro poder. Entre más grandes seamos en la iglesia, más somos los siervos de todos; a nosotros nos corresponde cumplir con este servicio, pues de lo contrario no seríamos fieles a la posición de cristianos, que son llamados en amor a servir los unos a los otros.

Aquí tienen algunos de los derechos que el Señor tiene sobre ustedes; ¿acaso no reconocerán la suprema autoridad que los llama a un servicio activo?

II. Bajo nuestro segundo encabezado advertiremos el NOMBRAMIENTO DE INDIVIDUOS: «cada uno según su oficio y según su cargo.»

Por nuestros diversos dones, posiciones, oficios y oportunidades, somos tan separados para servicios especiales como lo fueron los hijos de Coat, Gersón y Merari. Una familia transportaba el arca y otra los utensilios santos, y otra tenía a su cargo las sagradas cubiertas, y una tercera transportaba las tablas y las columnas con toda la estructura del tabernáculo; pero la autoridad suprema había establecido para cada familia su propio servicio especial y su cargo.

Lo mismo sucede entre nosotros, y debemos tener cuidado de observar el nombramiento divino. «De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.»

Grandes males surgen debido a que las personas equivocan su llamamiento, y emprenden cosas que no son capaces de realizar; y, por otra parte, el éxito del trabajo cristiano, en gran medida, se presenta debido a que los lugares de utilidad son ocupados por los hombres adecuados.

En la marcha a través del desierto, los hijos de Merari nunca interfirieron con las cargas de los hijos de Coat, pues de otra manera las disposiciones habrían sido tristemente turbadas; cada uno asumió el cargamento que le fue asignado y prosiguió su camino regocijándose, sin que nadie le diera empellones a su vecino.

Si pudiéramos conformar a nuestros obreros a un orden semejante, cuán semejante a un ejército con estandartes la iglesia se volvería, y cuán hermosa sería su formación para la batalla. «Un lugar para cada quien y cada quien en su lugar» debería ser el lema práctico de nuestras congregaciones, y el pueblo debería ser contado, no de acuerdo al rango mundano de la autoestima, sino «cada uno según su oficio.»

Hemos de advertir aquí que los levitas únicamente prestaban este servicio «desde el de edad de treinta años arriba hasta el de edad de cincuenta años.» Nos gozamos porque no es así entre nosotros bajo el Evangelio, pues hay trabajo para la gente joven y también para los ancianos. Los pequeños niños y los jóvenes y las jóvenes pueden tomar sus lugares en medio de los servidores del Príncipe de paz, y el que se apoya en su báculo por causa de la edad avanzada no se verá descartado del amado servicio de su Señor.

Ninguna mujer es mencionada como portadora del tabernáculo y sus santos utensilios. Era un trabajo para el que estaban escasamente preparadas, y una economía bajo la cual eran empleadas raras veces. En esto, también, tenemos un gran cambio, porque no hay varón ni mujer en Cristo Jesús, y a su manera las hermanas son nuestras colegas en el servicio, de la misma manera que son coherederas. Las mujeres no han de ser olvidadas nunca en cualquier enumeración de fuerzas de la iglesia. ¿Qué haríamos sin ellas?

No hemos de olvidar, entonces, que nuestro Señor Jesucristo, quien es grandiosa Cabeza de la iglesia, llama a todos Sus redimidos a Su servicio, y que Él pone sobre cada uno una carga que nadie más podría llevar. Ha de ser el goce de cada creyente saber qué es lo que sus hombros tienen permitido aguantar, y luego tomar alegremente ese cargamento ennoblecedor. No puede haber exención alguna, a menos que alguien se atreva a reclamar que él se pertenece a sí mismo, y que nunca fue comprado por un precio. Cada quien a lo largo de su vida ha de estar «firme y constante, creciendo en la obra del Señor siempre.»

III. En tercer lugar, nuestro texto es el resumen del capítulo en el que tenemos UN RELATO DEL CUMPLIMIENTO REAL DE MOISÉS DEL MANDAMIENTO DEL SEÑOR.

Moisés contó a cada familia y sumó el total de la tribu, mencionando en detalle al mismo tiempo el servicio peculiar de cada quien. Quisiéramos imitarlo en este importante momento, y tomar el censo de aquellos que son consagrados al propio servicio del Señor.

¿Dónde están ustedes, entonces, que pueden soportar el servicio más pesado del santuario, transportando sus columnas, y sus tablas, y sus basas? Ahora se necesita que hablen en las reuniones, que dirijan al pueblo en oración, que ordenen las asambleas, y que asuman el trabajo más pesado de este santo oficio. El Señor Jesús ha de tener hombres capaces que hablen por Él; Él merece lo mejor de lo mejor. Ahora es la hora; ¿dónde está el hombre? Ni la desconfianza ni el amor a lo fácil deben retener a alguien que podría dar a conocer el Evangelio y ganar un alma para Jesús. Por la maldición de Meroz porque no vinieron al socorro de Jehová contra los fuertes, queremos exhortar a todos los cristianos de influencia y habilidad que se apresuren al campo.

Pero, ¿dónde están ustedes que sólo pueden llevar las estacas y las cuerdas? Su carga es más ligera, pero probablemente su fuerza sea también menor, y aunque su carga sea más ligera, los elementos que ustedes llevan son tan esenciales como las columnas y las tablas. ¿Dónde están ustedes? Ustedes que podrían decir unas cuantas palabras a los solitarios individuos que hacen preguntas; ustedes que sólo pueden orar, ¿dónde están? ¿Están en sus puestos o están perdiendo su tiempo? Respondan, y respondan pronto, pues el tiempo y la necesidad apremian. Si la carga que ustedes transportan es muy pequeña, estén más prestos a llevarla.

¿Eres un amante del Señor Jesús y deseas ser eliminado de la lista de asistencia? Si así fuera, has de saberlo y ha de ser declarado claramente a tu conciencia. No pretendas ser un obrero y seguir siendo un holgazán, sino que has de confesar a tu propia alma que permaneces todo el día ocioso, y que te sientes plenamente justificado de hacerlo. Niégale al Señor lo que le corresponde, pero hazlo en Su cara. Dile abiertamente que no pretendes pasar tus días glorificando Su nombre. ¿Estás renuente a declarar este honesto rechazo del servicio? No necesitas estar renuente porque sea algo muy inusual, pues como dijo Nabal: «Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores.»

Es claro, sin embargo, que no tienes las agallas para un rechazo tan descarado de tu Señor. Vamos, entonces toma tu lugar entre aquellos que se están esforzando juntos para honrar a su Señor. En este momento su ayuda será valiosa. Busquen una nueva unción, y luego apresúrense a la obra. ¿No está el Espíritu Santo en ustedes? ¿No los impulsa a buscar la salvación de los demás? ¿No es el Señor Jesús el modelo al cual los conforma la gracia? ¿Cómo puede ser así si tienen poco o no tienen ningún amor por las almas de sus vecinos?

Su pastor los llama, aunque de muy lejos; por todo nuestro amor mutuo, él les suplica que cumplan con su ministerio, cada uno según su oficio y según su cargo. Pero muy por encima de todo esto, su Dios, su Salvador, su Consolador los llama con una voz. ¿Pueden rechazar la vocación celestial?

Nota del Traductor:

Alacrity = Alacridad, que significa alegría y presteza del ánimo para hacer alguna cosa.

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