El Interés de los Ángeles por el Evangelio

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charles spurgeon

El apóstol Pedro escribió su primera Epístola a un pueblo perseguido, y muchos de sus elementos se encontraban en medio de gran aflicción y experimentaban muchas pruebas. Pensar simplemente en los sufrimientos de los primeros cristianos es algo muy terrible. Difícilmente el mundo ha contemplado una crueldad más implacable que la que persiguió a los primeros siervos de nuestro Dios y Señor. Pedro, por tanto, cuando escribió a estos atribulados santos, buscaba consolarlos y animarlos. ¿Acerca de qué, pues, escribió? Pues acerca del Evangelio. Ya que no hay nada como la sencilla doctrina de la salvación por medio de la redención, para consolar a los más afligidos espíritus.

El capítulo del cual hemos tomado nuestro texto es tan sencillo como el Evangelio mismo. Pedro les dice aquí a los extranjeros elegidos que «nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible.» También les recuerda que: «fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestro padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.» En este capítulo tenemos todas las verdades centrales del Evangelio: la elección, la redención, la regeneración, el llamado eficaz, la santificación y la perseverancia final. Hermanos y hermanas, siempre que busquemos el consuelo, no nos separemos del Evangelio para poder encontrarlo. El hijo de Dios siempre encuentra su mejor aliento en las cosas de Dios.

Si tus consuelos sólo te pueden venir de la sociedad mundana, entonces es muy claro que perteneces al mundo. Pero si eres uno de los verdaderos hijos de Dios, todo lo que necesitas para alentarte en medio de la más terrible prueba te es dado en el Evangelio de Cristo, y te será aplicado de manera inmediata por el Espíritu Santo, el Consolador, si lo buscas de sus manos. Pedro prescribe aquí un remedio para el decaimiento del espíritu y para la depresión en general. Ese remedio consiste en tener un interés más profundo en las cosas de Dios, y en involucrarnos más intensamente en la consideración y contemplación de ellas. Son cosas muy dignas de toda la consideración que podamos darles. Pues si los profetas, esos hombres que poseían las mentes humanas más grandiosas y que estaban divinamente inspirados, tenían que escudriñar profundamente para entender la Palabra de Dios según les era revelada, debe haber algo en ella que debe motivarnos a escudriñarla también. Y si los santos ángeles, con sus poderosas inteligencias, no ven las cosas de Dios de la manera que las «anhelan contemplar,» debe haber algunas cosas muy profundas y escondidas dentro de la simplicidad del Evangelio que tú y yo debemos escudriñar. Si las escudriñáramos, seríamos consolados y alentados en gran manera.

Nuestras mentes dejarían de enfocarse en las pruebas que tan a menudo nos afligen. Seríamos elevados muy por encima de ellas y no viajaríamos tan lenta y dolorosamente en este camino tan irregular. Nuestros pies no sufrirían las cortaduras hechas por las agudas piedras y nuestro espíritu no sería atravesado por las amargas pruebas. Sino más bien nos elevaríamos, como sobre las alas del águila y viajaríamos a los lugares elevados de la tierra, y nos gozaríamos en el Salvador que ha hecho todas esas cosas grandiosas por nosotros. Comeríamos de las grosuras y de las delicias que Dios ha provisto para quienes estudian diligentemente Su Palabra y la valoran por encima de todos los tesoros de la tierra.

No voy a decir nada en este momento acerca del gran interés que tuvieron los antiguos profetas en la Palabra de Dios. Pero me voy a limitar en gran manera al interés que los ángeles tienen por esa Palabra, para que pueda moverlos a imitar su ejemplo. Primero, quiero recordarles que los ángeles tienen un interés activo en el Evangelio de nuestra salvación; y después, mostrarles que los ángeles son ávidos estudiantes de esa salvación: «cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.»

I. Primero, quiero recordarles que LOS ÁNGELES TIENEN UN INTERÉS ACTIVO EN EL EVANGELIO DE NUESTRA SALVACIÓN.

Es cierto que ellos no están interesados en el Evangelio por ellos mismos. Ellos no han pecado nunca; y por consiguiente, no necesitan ninguna expiación, y ningún perdón. Sin duda, tienen algún tipo de interés indirecto en él, que no voy a intentar explicar en este momento; pero ciertamente, en tanto que el Evangelio trae salvación, salud, perdón, justificación, limpieza, los ángeles no lo necesitan. No habiendo nunca sido manchados, no necesitan ser lavados; y siendo perfectos en su obediencia, no necesitan ser perdonados por ninguna imperfección. Y sin embargo tienen un profundo interés en la obra del Señor Jesucristo. ¿Qué, pues, diré, de la locura de quienes están manchados por el pecado, y sin embargo no tienen interés en la fuente donde pueden ser lavados para quedar más blancos que la nieve? ¿Qué diré de la fatal insensatez de quienes son culpables, y sin embargo no le prestan ninguna atención al método de perdón que Dios ha provisto en Cristo Jesús su Hijo, y nuestro único Salvador?

Ni siquiera están interesados los ángeles en el Evangelio debido a su relación con cualquiera de sus compañeros, porque los ángeles caídos no tienen parte ni participación en sus provisiones. Cuando cayeron de su primer estado, Dios los dejó sin esperanza para siempre. Y ellos permanecen en su rebelión contra Él, esperando el terrible día cuando recibirán la plena recompensa de su infame revuelta. No hay misericordia para los espíritus caídos. Vean cómo Dios ejerce su soberanía; cuando tanto los hombres como los ángeles pecaron, Él pasó por alto a los pecadores de mayor condición y se fijó en los de menor rango. A los espíritus caídos «los ha reservado bajo tinieblas en prisiones eternas para el juicio del gran día.» Sin embargo, se fijó en los hombres, las criaturas de un día, con ojos de piedad y compasión, y envió a Su Hijo a la tierra en nuestra naturaleza, para que nos redimiera de la ira que con toda justicia merecíamos. Los ángeles no tienen un interés directo en la muerte de Cristo, ni en la sangre de Cristo, debido a alguna bendición que pueda venir por medio de Él a algunos de sus antiguos compañeros angélicos; y sin embargo, son cosas que los ángeles anhelan contemplar. ¿Qué, entonces, voy a pensar acerca de mí mismo, y acerca de ti, hermano mío, si, siendo salvos nosotros mismos, tenemos tan poco o ningún interés en el Evangelio, como uno de los medios de salvación de nuestros congéneres? Qué vergüenza sería para nosotros si sintiéramos menos piedad por la humanidad que la que sienten los ángeles, puesto que los hombres son nuestros hermanos, y nada puede salvarlos sino sólo el Evangelio de Jesús. Y, por lo tanto, la humanidad que compartimos debería llevarnos a buscar su bienestar, y deberíamos desarrollar el más profundo interés imaginable en las cosas que traen la paz a sus almas inmortales.

Los ángeles se interesan de manera profunda en el Evangelio porque observan el interés que Dios tiene en él. Aquello que le importa a Dios, importa a los ángeles de manera inmediata. Lo que entristece al Espíritu Santo, debe ser también causa de tristeza para los santos ángeles. Lo que alegra al corazón de Dios, también alegra a los espíritus que inclinan en adoración alrededor de Su trono. Los santos ángeles exclaman, cada uno a su compañero: «Dios es glorificado al salvar a los hombres pecadores. Nuestro bendito Señor y Líder bajó a la tierra para llevar a cabo la redención de los caídos; por tanto, aprendamos todo lo que podamos acerca de su obra maravillosa; y dondequiera que haya algo que podamos hacer para ayudar, estemos listos, con nuestras alas desplegadas, ansiosos de volar para obedecer el mandato de Dios.»

Sin duda, los ángeles se interesan en el Evangelio, porque ellos están llenos de amor. Esos espíritus puros aman tan ciertamente como que viven; y no solamente aman a su Dios, y se aman unos a otros, sino que también nos aman a nosotros que fuimos hechos menores que los ángeles. Sienten un gran afecto por nosotros. Muchísimo más, me imagino, que el afecto que nosotros sentimos por ellos. Somos sus hermanos menores, por decirlo así, y nosotros, por causa de nuestra carne y nuestra sangre, nos movemos en la esfera de lo material, mientras que ellos son espíritus puros. Sin embargo, no tienen envidia por el amor que Dios nos tiene, ni nos desprecian a causa de nuestras faltas y de nuestra insensatez, aunque pienso que a menudo se sorprenden de nosotros. Algunas veces deben estar listos a hacer preguntas relativas a nuestro extraño comportamiento, tal como lo hicieron dos de ellos cuando Cristo había resucitado de entre los muertos y María Magdalena estaba llorando fuera del sepulcro. Esos ángeles estaban llenos de gozo porque Cristo había resucitado, por eso ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?» ¿Había algo por qué llorar cuando Jesús había resucitado de los muertos? ¡Ah, amados hermanos! los ángeles se deben asombrar a menudo por nuestra causa, y deben pensar que somos las criaturas más extrañas que pueden existir; y sin embargo, nos aman, y por lo tanto se interesan mucho en ese Evangelio que promueve nuestro más elevado bien. Ellos saben lo que nosotros olvidamos con demasiada frecuencia, que nada puede hacernos tan felices como que seamos santos, y que nada puede hacernos santos sino sólo ser lavados en la sangre de Jesús, y ser renovados por el Espíritu Santo. De su adoración a Dios, y de su hermandad con el hombre, viene ese interés que les hace anhelar la contemplación de las cosas profundas de Dios y de Su Evangelio.

Los ángeles siempre se han interesado en todo lo relativo a los hombres. Algunos de ellos estaban en la entrada del jardín de Edén, con una espada incandescente que se movía en toda dirección, para mantener fuera a nuestro primer padre, para impedir que intentara forzar su entrada de regreso, habiendo perdido su derecho a todos esos gozos. Lo hacían de la manera que el espíritu más lleno de amor en el mundo se encuentra del lado de la justicia, y cree que Dios es justo, aunque se haya perdido el paraíso, y el hombre fuese condenado a comer el pan con el sudor de su rostro. Estamos del lado del hombre, pero más aún del lado de Dios; y decimos: «Que Dios, el siempre Justo, sea glorificado, no importa lo que suceda a los hijos de los hombres.»

Después de ese día fatal de la Caída, los ángeles constantemente velaron por los hombres aquí en la tierra, y frecuentemente hablaron a uno y a otro hombre conforme Dios los enviaba con mensajes de misericordia, ya sea para Abraham, o para Isaac, o para Lot, o para Jacob, o para algunos otros hombres. Pero hubo un gran día cuando, con pompa solemne, los carros de Dios, que son «miríadas de miríadas, y millares de millares,» bajaron al Monte Sinaí, cuando fue proclamada la Ley. Los ángeles estaban allí como cortesanos del gran Rey, para añadir solemnidad a la declaración de la Ley de Dios. Que ellos estuvieran presentes en esa augusta ocasión, muestra su interés en los hijos de los hombres.

Pero me gusta más hablarles de su venida para anunciar el nacimiento de Él, de quien cantamos: «Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado.» Cuando tuvo lugar ese nacimiento, que ellos habían anunciado, con cuánta alegría vinieron y revolotearon sobre los campos de Belén, y cantaron el grandioso coro: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad.» Fue su intenso interés en nosotros lo que los llenó de alegría porque había nacido nuestro Redentor. Entonces, como cantamos al comienzo de este servicio:

«En todos sus trabajos y rutas peligrosas
Ellos ayudaron en cada uno de sus pasos
A menudo se detuvieron y pensaron maravillados cómo al fin
La escena de amor terminaría.»

En ese tiempo notable cuando Él fue tentado en el desierto, y estaba con las fieras, cuando el demonio lo hubo dejado, los ángeles vinieron y le servían. Siempre estaban cerca de Él mientras estuvo en la tierra, siempre acompañando de manera invisible sus pasos. Ustedes recuerdan cómo se le apareció un ángel que lo fortalecía cuando Él estaba en su agonía en el jardín de Getsemaní; fue una cosa maravillosa que el Hijo de Dios recibiera fortaleza que le fue infundida por medio de un mensajero angélico. ¡Con qué interés teñido de espanto deben haber contemplado los ángeles a nuestro Señor sobre la cruz!

Ellos vieron, horrorizados, ese horrible espectáculo,
Al Señor de la Gloria en su muerte!»

Pero ellos se pusieron muy contentos cuando descendieron a Su sepulcro vacío, y entraron en él, y cuidaban el lugar donde por un breve tiempo estuvo el sagrado albergue de su cuerpo. Ellos hablaron a sus discípulos, y los consolaron diciéndoles que Él había resucitado de los muertos; y, todo el tiempo, se interesaron de tal manera en todo lo relacionado a Él porque reconocían en Él al Salvador de los hombres pecadores.

«Ellos trajeron Su carruaje desde arriba,
Para llevarlo a Su trono;
Batían sus alas poderosas, y exclamaban,
‘Se ha completado la obra gloriosa’.»

Y esto no es todo. Sabemos, por la Escritura, que no sólo custodiaban al Salvador, sino que se regocijaban por los penitentes. El Señor Jesús nos ha dicho que «hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» Es decir, hay gozo en el corazón de Dios, y los ángeles lo pueden ver. Están en la presencia de Dios, y pueden ver que Dios está gozoso; y sabemos que ellos también comparten esa alegría. En la parábola de la oveja perdida, nuestro Salvador representa al pastor que reúne a todos sus amigos y vecinos, y les dice: «Gozaos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido.» Y así lo hacen, estoy seguro; ellos se gozan por cada individuo rescatado que es traído a casa sobre los hombros del buen Pastor.

Y, amados hermanos, ellos cuidan a cada uno de los creyentes. Este es uno de sus principales oficios, pues «¿acaso no son todos espíritus servidores, enviados para ministrar a favor de los que han de heredar la salvación?» Esa promesa que Satanás citó impropiamente es verdadera para cada hijo de Dios: «Pues a sus ángeles dará órdenes acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos. En sus manos te llevarán, de modo que tu pie no tropiece en piedra.» De cuáles males espirituales nos protegen, no está en mí intentar decirlo; ni tampoco intentar describir cómo, a menudo, a cierta altura, hay fieros combates entre los demonios del infierno y los espíritus buenos del cielo; o cómo el príncipe del poder del aire es derrotado y hecho batir en retirada por Miguel, el arcángel, cuando viene a cuidar al cuerpo viviente de Cristo, igual que en tiempos pasados guardó el cuerpo sin vida de Moisés. ¡Ah! qué poco nos damos cuenta de cuánto les debemos a estos agentes invisibles del siempre bendito Dios. Ellos están profundamente interesados en todos Sus hijos. La parábola nos dice que Lázaro murió «y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.» No intentaré explicar lo que significa esa expresión. Pero tengo la absoluta certeza que cuando mueren los que aman al Señor, los ángeles tendrán algo que ver con su partida, y con su entrada en el mundo de los espíritus felices, así como también al momento de entrar a la presencia del Señor nuestro Dios. Me encanta el relato de Bunyan cuando los peregrinos atraviesan el río, y los seres brillantes los reciben al otro lado, y los llevan por la empinada subida hacia la Ciudad Celestial donde ven con gozo el rostro de su Señor, y ya no salen nunca jamás de allí.

Pero nuestra relación con ellos no termina allí. Pues cuando estemos en unión con Dios eternamente, y no tengamos el riesgo de caer ni de pecar, los ángeles harán crecer la música de nuestro canto continuo, pues ellos cantarán: «Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.» Sin embargo nosotros podremos cantar lo que ellos no pueden: «Porque tú fuiste inmolado y con tu sangre has redimido para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. Tú los has constituido en un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra.»

Más aún, estos queridos servidores de nuestros pasos peregrinos aquí en la tierra, estos pacientes guardianes de nuestras horas nocturnas, estos guías angélicos, que serán nuestros compañeros en la muerte, cuando la esposa y el hijo y el amigo no puedan ya continuar con nosotros, estos gloriosos seres aprenderán de nuestros labios en el cielo nuevas manifestaciones de la sabiduría de Dios. Se congregarán a nuestro alrededor, sorprendidos y llenos de regocijo, cuando cada uno de nosotros, uno por uno, estemos de pie en el mar de vidrio, semejante al cristal. Y nos pedirán que repitamos una y otra vez las maravillas del amor redentor, y que les digamos lo que significó la conversión y lo que significó la santificación, y cómo el poder y la sabiduría y la gracia y la paciencia de Dios se manifestaron en la experiencia de cada uno de nosotros; y seremos sus gozosos maestros en ese mundo sin final.

¿Acaso no les he demostrado que los ángeles se interesan activamente en el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo? ¿Y acaso no puedo regresar a este punto práctico, preguntando: también tú te interesas activamente en el Evangelio? ¿Tú, en cuya naturaleza apareció Cristo? ¿Ustedes, hijos de los hombres, ustedes que deben perderse para siempre a menos que la sangre preciosa del Cordero sangrante sea rociada sobre ustedes?

«¿Acaso a ustedes no les importa, a ustedes que pasan,
Acaso no les importa que Jesús deba morir?»

Fue por gente como ustedes que Él murió, por los culpables hijos e hijas de los hombres, «Porque ciertamente él no tomó para sí a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham.» Escogió a los hombres, no a los ángeles. ¿Se deben entonces los ángeles interesar en el Evangelio, y acaso no te debes interesar tú en ese Evangelio, tú a quien concierne especialmente?

Ya les he recordado que los ángeles no tienen hermanos que deban ser convertidos por medio del Evangelio. Que no tienen hermanas que deban volverse a Dios por medio de la historia del Calvario. Y sin embargo están profundamente interesados en el Evangelio y también en nosotros. Y ustedes compañeros cristianos ¿no se van interesar de manera más profunda en la obra de Dios, y en la propagación del Evangelio, cuando la propia carne y la sangre que tiene relación con ustedes debe convertirse por ese evangelio, o de lo contrario debe morir eternamente?

Nuestras hermanas y hermanos, nuestros hijos y nuestras hijas, nuestras esposas y nuestros maridos, posiblemente hasta nuestros padres perecerán para siempre a menos que Jesucristo sea traído a ellos, y ellos sean traídos a Él. ¿Qué pretenden, ustedes que profesan pero a quienes no les importa, ustedes que pueden irse a dormir con toda calma mientras muchos hombres y mujeres están siendo condenados? ¿En qué están pensando, ustedes que comen de la grosura y beben de lo dulce en los patios de la casa del Señor, y sin embargo nunca muestran a los prisioneros la ruta de la libertad, ni le dicen al moribundo las buenas nuevas que «hay vida para quien mira al Crucificado,» ni decirle al que perece que hay salvación aún para él en Cristo Jesús el Señor? ¡Vamos, vamos! Los exhorto, por cada ángel de alas veloces que se interesa en la cruz de Cristo, y en la salvación de los hombres, levántense ustedes, hijos de los hombres; si ustedes pueden ser, de alguna manera, el medio de salvación de algunos, vuélvanse activos en el servicio de ese Salvador que dio Su todo por ustedes. ¡Dios bendiga esa exhortación para todos aquellos a quien concierne!

II. Ahora pasamos al segundo punto, que es este: que LOS ÁNGELES SON ÁVIDOS ESTUDIANTES DEL EVANGELIO, y de todas las verdades conectadas con él: «cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.»

Es muy cierto, entonces, que los ángeles no conocen todo lo que está en el Evangelio, pues anhelan contemplarlo. No todo el Evangelio es conocido por ellos, y tampoco pienso que sea conocido en su totalidad por alguno de nosotros. Ocasionalmente me he encontrado con ciertos hermanos, que afirman que han condensado todo el Evangelio en cinco puntos de doctrina, de tal forma que lo pueden poner completo en el bolsillo de su pantalón, y llevarlo allí. Y parecía que pensaban que ya no tenían que aprender nada más. Si uno intentaba enseñarles cualquier otra verdad además de lo que ya sabían, se enojaban, pues ya no querían saber nada más. No son como los santos ángeles, ya que estos anhelan contemplar estas cosas. El Doctor John Owen fue, posiblemente, el teólogo más profundo que ha vivido; sin embargo, el Doctor Owen no podía saber, en la tierra, tanto como los ángeles sabían acerca de ciertos asuntos. Y debo decir, en este mismo día, que él todavía desea contemplar el misterio del amor redentor y de la gloria de Cristo, temas sobre los cuales escribió con un poder maravilloso.

El apóstol Pablo se había convertido hacía ya muchos años cuando escribió la Epístola a los Filipenses, y sin embargo, en ella expresó el anhelo de su corazón de poder conocer a Cristo. ¿Pero acaso no lo conocía? ¿Y si Pablo no lo conocía, quién entonces lo conocía? Sin duda, él sentía que había tanto de Cristo que no había conocido, que lo que conocía llegaba a ser muy poco. Me he dado cuenta que la palabra perfección se usa volublemente por algunas personas quienes me dieron la impresión que conocían muy poco sobre su significado. ¿Pero acaso algún hombre cuerdo pretenderá haber alcanzado la perfección en el conocimiento? Pablo escribió a los Corintios: «Si alguien se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debiera saber.» El misterio de la redención estaba oculto en Cristo desde la eternidad, y sólo fue manifestado a la iglesia y aun a los ángeles, de manera gradual. Todavía no lo saben todo. En relación a su segunda venida, nuestro Señor les dijo a sus discípulos: «Pero acerca de aquel día y hora, nadie sabe; ni siquiera los ángeles de los cielos, ni aun el Hijo, sino sólo el Padre.»

El demonio tampoco lo sabe todo. Estoy seguro que Satanás no sabía que Cristo vino al mundo para redimir a los hombres muriendo por ellos, o de lo contrario nunca los hubiera incitado a matarlo. Hubiera sido demasiado astuto para eso; habría intentado, de ser posible, mantener a Cristo vivo para que no hubiéramos podido ser redimidos por Él. El diablo no sabe tanto como cree que sabe, aun ahora; y, a menudo, puede ser menos listo que un simple hijo de Dios, quien sabe cómo creer en Dios, y es lo suficientemente valiente para hacer lo correcto. Ni los hombres, ni los profetas, ni los ángeles, ni los demonios conocen todavía todo lo concerniente al Evangelio. Necesitan continuar estudiando todavía, y contemplando, de la manera que lo están haciendo los santos seres ante el trono de Dios: «cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.»

Pero, hermanos míos, aunque ellos no conocen todavía todo lo concerniente a Cristo y a Su Evangelio, quieren conocer todo lo que puedan. Tienen muchos otros temas para estudio. Están todos los otros mundos que Dios ha hecho, y posiblemente ellos tienen la libertad de recorrerlos todos. Sin embargo no leo con referencia a la maravillas de la astronomía, «cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.» Sin duda los ángeles saben más acerca de las edades antiguas de este mundo, que todos nuestros científicos. Ellos podrían decir muchas cosas más, acerca de las diversas formaciones y estratos, que lo que los geólogos comentan, y sin embargo no encuentro ningún registro que diga que los ángeles anhelan contemplar en particular estas cosas. Cuando Dios creó el mundo, «aclamaban juntas las estrellas del alba, y gritaban de júbilo todos los hijos de Dios.» A menudo han admirado los arreglos providenciales de Dios y han alabado al Gobernante sabio que guió a todas las cosas con infinita sabiduría. Pero ahora sus principales contemplaciones parecen fijarse en Cristo y Su Evangelio.

Analicen dos o tres pasajes de la Escritura. Vayan primero a Éxodo 25:20, donde leemos lo relacionado a los querubines, que pertenecen a un orden de los ángeles: «Los querubines extenderán las alas por encima, cubriendo con sus alas el propiciatorio. Sus caras estarán una frente a la otra; las caras de los querubines estarán mirando hacia el propiciatorio.» «Hacia el propiciatorio,» como si sus ojos estuvieran fijos de continuo sobre la redención de Cristo, la propiciación obtenida por Su sacrificio.

En el día de Daniel, estos benditos espíritus se interesaron con el máximo interés concebible en saber todo lo que pudieran acerca de nuestra redención. Si buscan en el capítulo ocho del Libro de Daniel, en su versículo trece, podrán leer lo que ese hombre de Dios escribió: «Entonces oí a un santo»-«un santo»-«que hablaba, y otro de los santos preguntó al que hablaba: -¿Hasta cuándo será sólo visión el sacrificio continuo y durará la rebelión desoladora, y serán pisoteados el santuario y el ejército?» «¿Hasta cuándo?» Esa fue la pregunta que los santos hicieron mucho antes que Cristo descendiera a la tierra. Lean también en el capítulo doce, en el versículo cinco: «Yo, Daniel, miré, y he aquí que dos estaban de pie, uno de este lado en la orilla del río, y el otro al otro lado en la orilla del río: -¿Cuándo será el final de estas cosas sorprendentes?» Preguntaban una y otra vez, «¿Hasta cuándo?» Todos sus pensamientos se concentraban en las cosas de Dios y anhelaban contemplarlas.

Ahora quiero que recuerden, para que sirva para humillarnos, que los ángeles tienen intelectos muy penetrantes. Creo que sus poderes de pensamiento nos superan en mucho; y sin embargo, aunque han aprendido tanto acerca del Evangelio, ellos no pretenden ir más lejos que esto, ellos anhelan contemplar estas cosas. Tú y yo, tal vez, suponemos que sabemos todo acerca del Evangelio; y que no necesitamos tener horas de estudio, y de oración, y de unción del Espíritu Santo. ¡Pobre tontos miserables! Los ángeles, que son ampliamente superiores que nosotros en inteligencia, no han ido más lejos que tener el deseo de aprender y conocer; me temo que muchos de ustedes no han ido tan lejos como eso. Es una cosa grandiosa anhelar la contemplación de estas cosas; demuestra que ya sabemos algo de su valor cuando deseamos conocer más.

Recuerden, también, que los intelectos de los ángeles nunca han sido desviados por el prejuicio. No hay nadie entre nosotros que no tenga prejuicios de algún tipo. Nuestros padres nos desviaron en una dirección, y nuestros compañeros nos han desviado de otra manera y todos nosotros tenemos la propensión de tener un punto de vista parcial de las cosas, aunque estemos perfectamente ignorantes de nuestro prejuicio; y, algunas veces, nuestro prejuicio nos impide ver claramente; Pero no sucede así con los ángeles. No hay ninguna viga, ni siquiera una brizna, en su ojo; su conocimiento no es infinito, pero en sí mismo es un conocimiento maravilloso; sin embargo, aun ellos no pueden ver todo lo que hay en el Evangelio, pues, tanto de él, como del amor de Dios, puede decirse en verdad:

«Los primogénitos hijos de la luz
Desean en vano ver sus profundidades;
No pueden alcanzar el misterio,
Ni la longitud, ni la anchura ni su altura.»

De nuevo otra vez, los ángeles han estado contemplando durante largo tiempo estas cosas. Desconozco cuál sea la edad de los ángeles; no sabemos de ninguna creación de ángeles desde la creación del mundo. En las épocas antiguas antes que el hombre pisara esta tierra, los ángeles ya habían empezado a pensar en contemplar las maravillas de la gracia de Dios; sin embargo, después de miles de años, no comprenden plenamente los misterios del amor que redime. Ah, mis hermanos y hermanas, el Evangelio es una cosa ilimitada, de la misma manera que la ruina de ustedes era infinita y horrible más allá de toda concepción; y ¡ay del hombre que intenta probar que no hay sino un infierno pequeñito, y un Dios pequeñito y una ira de Dios pequeñita!

Tan ciertamente como su derrocamiento fue inconcebiblemente terrible, así los designios de Dios para su redención, y su exaltación en Cristo, son inconcebiblemente magníficos. «Y aún no se ha manifestado lo que seremos.» Algunos de nosotros tenemos grandes expectativas acerca de lo que Dios va a hacer de sus criaturas que están ahora encerrados en carne y sangre; pero nuestras expectativas más elevadas serán probablemente excedidas por la gloriosa realidad. Aun los ángeles no saben plenamente todavía, después de todo su estudio, lo que el poderoso amor de Dios ha hecho y todavía hará por nosotros.

No olviden, tampoco, queridos amigos, que los ángeles no están sujetos a tales debilidades como nosotros. Sé que he olvidado más de lo que conozco ahora, y yo supongo que a la mayoría de ustedes les ha ocurrido lo mismo; y cuando hemos aprendido algo, somos a menudo como la gente que recoge el agua con la mano; muy pronto no le queda nada. ¡Nuestras memorias son como tejidos de células perforadas! Los ángeles, sin embargo, no tienen tales fallas mentales. Nunca han pecado; y, por lo tanto, ellos deben estar libres de nuestras debilidades. Sin embargo, aunque son muy superiores a nosotros en este respecto, esta es la posición que han alcanzado, están sobre el propiciatorio, con alas extendidas, y con sus ojos continuamente fijos sobre ese símbolo de la propiciación, deseando contemplarlo. Allí es donde estamos también tú y yo; si somos verdaderamente humildes, sentimos que hasta aquí hemos llegado.

Ahora, preguntémonos: ¿Cuáles son esas cosas que los ángeles anhelan contemplar? Sólo me puedo referir de manera breve a esas cosas.

En primer lugar está: la encarnación, vida, y muerte de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; la manera en que Dios puede ser justo, y sin embargo justificar al impío; ese arte sagrado por el cual el sufrimiento del Legislador compensó de manera suficiente a la ley ofendida; el poder maravilloso de esos sufrimientos en lo relativo a Dios y en lo relativo al hombre; cómo estos sufrimientos han quebrantado los corazones de los hombres, y los han separado de sus pecados; cómo les han dado gozo y paz, y los han unido a su Dios para siempre. Tú y yo sólo hemos visto el vislumbre sobre la superficie del enrojecido mar de la redención; no podemos entender ni la altura, ni la profundidad, ni la longitud, ni la anchura de los sufrimientos y la muerte de Jesucristo nuestro Señor; por tanto anhelemos contemplar esas cosas, tal como los ángeles lo hacen.

A continuación, ellos anhelan conocer algo relativo a la resurrección de Cristo: «¿Cómo puedes saber eso?» preguntas tú. Pues el versículo anterior al que contiene a nuestro texto habla de «las aflicciones que habían de venir a Cristo y las glorias después de ellas.» Así, los ángeles aman pensar en Cristo que resucitó de los muertos, en Cristo que subió a los cielos, y en Cristo que vendrá en su gloria. Anhelan contemplar ese misterio, y aprender cómo el glorioso Dios puede ser todavía más glorioso al tomar Él mismo nuestra naturaleza, y de esa manera engrandecer Su gracia sobre todo Su nombre, al redimir a los hombres caídos, y al elevarlos a la comunión con Dios.

Los ángeles anhelan mirar todo el misterio de los corazones de los hombres, cómo han caído, cómo son regenerados, cómo son preservados, cómo son santificados, cómo son fortalecidos, cómo son enseñados, cómo son perfeccionados. Hay un campo maravilloso para que lo inspeccionen allí, en el trabajo del Espíritu Santo sobre los hijos y las hijas de Adán, por la muerte de Cristo.

Y los ángeles también anhelan saber qué es lo que va a hacer Dios con este pobre mundo. Es un terrible problema para nosotros; y también así lo es para ellos, espero. ¿Acaso pueden descifrar este mundo? ¿Alguna vez trataron de entenderlo? Es un hueso muy difícil de roer, todos estos millones de hombres que mueren continuamente sin Dios, y sin Cristo, y sin esperanza. ¿Qué es lo que quedará de todo eso? ¿Cómo resultará que Dios es glorificado al final, cuando perecen tales muchedumbres? Hay algunos hermanos que piensan que lo saben todo acerca de este misterio; tienen una filosofía que lo explica todo. Yo no tengo tal filosofía; ni quiero tenerla tampoco. A veces descubrí, cuando era un niño, que me resultaba muy agradable estar con mi padre, y oírlo hablar aun cuando no podía entender plenamente acerca de lo que estaba hablando; así encuentro que es una bendición acercarme a Dios, y ver lo que está haciendo, aun cuando no sé lo que está haciendo, porque estoy plenamente convencido que Él no puede hacer nada malo. Todavía, los ángeles y los hombres se pueden unir en el común anhelo de contemplar la obra maravillosa de la providencia y de la gracia de Dios

Pero los ángeles también anhelan contemplar la gloria que vendrá. ¿Cuál es la gloria que todavía vendrá a esos espíritus de los hombres justos hechos perfectos quienes, todavía no poseen cuerpos glorificados, pero que los están esperando para cuando suene la trompeta de la resurrección? ¿Cuál será la gloria de ese momento, cuando en un abrir y cerrar de ojos, los muertos serán resucitados sin corrupción y los que viven serán transformados? ¿Y cuál será la gloria de esa terrible hora cuando el cielo y la tierra se junten ante el último tribunal, y sobre el gran trono blanco se siente el Juez, y todos los hombres nacidos de mujer se congregarán ante Él, para rendir cuentas de todos los actos realizados mientras estaban en sus cuerpos, sin importar si han sido buenos o si han sido malos? ¡Y cuánta gloria no habrá, antes que ese día haya terminado, cuando sobre todo el universo de los pecadores se vuelquen las olas de la ira infinita de Dios, y se hundan hasta el fondo como una piedra, para nunca volver a manchar a la tierra! ¡Y cuánta gloria no habrá cuando todos los que están a la diestra del Rey, todos los lavados con sangre, todos los redimidos, se dirigirán a sus tronos sempiternos para sentarse por toda la eternidad con su Líder conquistador, y reinarán eternamente, compartiendo en el palacio del Rey, adorando eternamente, bendiciendo eternamente su santo nombre! ¡Oh, cuánta gloria no habrá! No voy a intentar describirla, pues aun los ángeles que están en el cielo, anhelan contemplar este misterio, pues aun ellos conocen escasamente cuál será la gloria de «la asamblea de los primogénitos que están inscritos en los cielos.»

Ustedes saben que los griegos tenían, de vez en cuando, una reunión de toda la nación en lo que ellos llamaban su asamblea general. Todo mundo estaba representado allí, el poeta y el filósofo, el dramaturgo y el militar. Todas las glorias de Grecia se encontraban reunidas allí. Bien, vendrá una asamblea general, un concilio ecuménico de toda la Iglesia de Dios; y cuando todos estén allí en las llanuras del cielo, profetas, confesores, apóstoles, mártires, hombres y mujeres humildes de todas las partes del mundo, sin que ningún redimido esté ausente, sino todos allí reunidos con su Rey en medio de ellos, qué grito de victoria, ¡qué aleluyas, qué himnos de gozo, qué triunfantes invitaciones al júbilo, darán la bienvenida a ese alegre día! Por la gracia de Dios, yo estaré allí. Querido lector, ¿estarás tú allí? ¿Estás seguro de eso? Si es así, que la gozosa anticipación de eso, alegre tu corazón aun ahora; aunque tú no sabes cuál será la completa realización de eso, pues aun los ángeles, que han visto reuniones menores de los santos, no han visto la única asamblea universal, la reunión de todos los clanes, la coronación del Príncipe, las bodas de la novia, la esposa del Cordero, y toda la gloria de Dios, y el esplendor de la infinita brillantez meridiana que será desplegada ante los ojos maravillados de los santos elegidos de Dios y los ángeles elegidos de Dios. Ellos desconocen lo que será, y tú tampoco lo sabes; pero nosotros al igual que ellos anhelamos contemplar esas cosas, y espero que todos anhelemos estar allí.

Ahora permítanme concluir diciendo que, al igual que los ángeles son tan profundos estudiantes de las cosas de Dios, tratemos de serlo nosotros también. Quisiera poder motivar a todos mis queridos amigos que son salvos, para que intenten contemplar más de cerca las cosas de Dios. Me temo que vamos a tener una proporción mayor de creyentes superficiales de la que hemos tenido en el pasado, pues tenemos muchísima gente que siempre está quejándose de su religión. Que Dios los bendiga, y dejen que se quejen tan alto como quieran; pero quisiera que tuvieran algo más de qué quejarse. Hay algunos que siempre están exclamando: «Cree, cree, cree;» pero, lamentablemente ellos no podrían decirte en qué es en lo que se debe creer. Y muchos gritan: «¡Aleluya!» ‘pero no saben lo que significa «¡Aleluya!» o de lo contrario serían mucho más reverentes hacia esa bendita palabra, «¡Alabado sea Jehovah!» Queremos, hermanos y hermanas, que ustedes que son salvos busquen saber cómo y por qué ustedes fueron salvados. Los que tienen una esperanza de salvación deben saber la razón de esa esperanza que está en ellos. Estudien mucho las Escrituras. En los días de los Puritanos, existía un número de cristianos contemplativos, que se encerraban para estudiar la Palabra del Señor, y así se convirtieron en teólogos consumados. Tal vez algunos de ellos no eran tan prácticos ganando almas como debieron haberlo sido; pero ahora nos estamos yendo hacia el otro extremo. Tenemos a muchos que andan acelerados de un lado al otro, y que afirman que alimentan al pueblo; ¿pero qué les dan como alimento? ¿Dónde está el pan, señor? «Oh, no podría permitir que esta pobre gente tenga que esperar.» ¿Pero por qué no vas y llenas tu canasta? La tienes vacía. «¡Oh! No tuve tiempo de hacer eso; quería ir y darles.» ¿Darles qué? ¿Darles la mitad de la canasta vacía que has traído? Eso no les hará ningún bien. No hay nada mejor que tener buena semilla en la canasta cuando sales a sembrar; y cuando vas a alimentar al pobre, no hay nada como tener un buen pan que darle; y ese no puede ser el caso espiritualmente, a menos que seamos diligentes estudiantes de la Palabra, a menos que escudriñemos las cosas profundas de Dios. Por todos los medios despleguemos nuestras fuerzas a todos los rincones del país enemigo, pero protejamos nuestras comunicaciones, y tengamos una buena base firme de conocimiento de las Escrituras, de otra forma el mal vendrá a enfrentarse a nuestras desparramadas fuerzas. Por todos los medios sean entusiastas, por todos los medios sean intensos; pero no pueden mantener un fuego ardiendo sin alimentarlo, y no pueden mantener intensidad real ni entusiasmo sin un conocimiento de Cristo y sin un entendimiento de las cosas de Dios, «cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.»

Ahora, queridos amigos, ustedes que no tienen nada que ver con este asunto, quisiera que se fueran pensando que, si un ángel se preocupa por estas cosas, y si un ángel las estudia, este es el momento en que ustedes también deberían hacer lo mismo. Sé que vas a obtener tu título en la Universidad, joven amigo, y me da mucho gusto, porque con toda probabilidad vas a conseguir una muy buena posición en la vida; pero espero que no seas tan necio como para pensar que sabes más que los ángeles; y si ellos anhelan contemplar estas cosas, permíteme que te pida que estudies tu Biblia conjuntamente con los clásicos, pues después de todo este es el mejor clásico.

Sé, querido amigo, que eres un gran pensador; puedes elaborar muchas hipótesis, y hacerlas pedazos de nuevo; pero deseo que, al menos por una sola vez, quisieras considerar esta hipótesis: que, tal vez, no seas tan sabio como los ángeles. No me sorprendería que esa hipótesis resultara ser cierta. Me he dado cuenta a menudo que la gente que ataca al Evangelio no sabe lo que es. Muchos hablan en contra de la Biblia; pero si les preguntaran: «¿La has leído alguna vez?» tendrían que responder: «No.» El que estudia la Palabra de Dios, usualmente es conquistado por ella; se enamora de ella, y siente su poder. Por tanto, así como los santos ángeles anhelan contemplarla, te ruego que tú también la contemples, querido amigo; y mientras la estás contemplando, que Dios te conceda que puedas ver a Jesús, ¡pues todos los que Lo miran serán salvos para siempre! ¡Deseo que tú seas un miembro de ese bendito grupo, por Su amado Nombre! Amén.

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