Las Cuerdas de Amor

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Charles Spurgeon

Por el contexto sabemos que este pasaje se refiere primordialmente al antiguo pueblo de Dios, es decir, a los descendientes naturales de Abraham. Él los eligió desde tiempos antiguos, y los separó de las otras naciones del mundo. Su elección llena un largo capítulo de la historia, y brilla en la profecía con un lustre resplandeciente. Hay un intervalo durante el cual ellos han experimentado extrañas vicisitudes, han recibido pesados castigos, y han adquirido una mala reputación por la perversidad de su mente y por la obstinación de su corazón.

Sin embargo, una gloria futura los espera cuando ellos se volverán nuevamente al Señor su Dios, serán restaurados a su tierra, y reconocerán a Jesús de Nazaret como el Rey de los Judíos, el Rey ungido de ellos. Sin cambiar ni una jota ni una tilde del significado literal de estas palabras según fueron dichas por el profeta Jeremías al pueblo hebreo, las podemos aceptar como un oráculo de Dios referido a toda la iglesia que forma Su familia redimida, y aplicable a cada miembro individual de esa sagrada comunidad.

Por lo tanto, cada cristiano cuya fe pueda captar el testimonio, puede apropiarse del texto. De la misma manera que muchos creyentes lo han hecho, así cada creyente puede oír la voz del Espíritu Santo que le dice al oído estas palabras: «Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia.» Hay dos cosas sobre las que nos proponemos hablar brevemente esta noche: la dádiva indecible, «Con amor eterno te he amado» ; y la evidencia inconfundible: «por eso te he atraído con misericordia.»

¡Cuán grande y preciosa es esta afirmación! Es una bendición que no tiene precio, ser abrazados por el amor, por el amor eterno de Dios! Nuestro Dios es un Dios de infinita benevolencia. Él muestra su buena voluntad hacia todas sus criaturas. Sus tiernas misericordias se extienden sobre todas sus obras. Él desea el bien de toda la humanidad. ¡Con cuánta fuerza y con cuánto sentimiento Él afirma esto! «Vivo yo, dice el Señor Dios, no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta de su camino y viva.» Y cualquier hombre que, arrepentido de sus pecados pasados, se vuelva a Jesús, el Salvador de los pecadores, encontrará en Él perdón por su pasado y gracia para el futuro. Esta verdad general, que siempre hemos sostenido con firmeza y acerca de la cual nunca hemos dudado, y que hemos proclamado tan lejos como nuestro ministerio ha podido alcanzar, no es en absoluto inconsistente con el hecho que Dios tiene un pueblo elegido entre los hijos de los hombres, que han sido amados por Él, conocidos de antemano por Él, y ordenados por Él para heredar todas las bendiciones espirituales desde antes de la fundación del mundo.

Como un pueblo elegido, ellos son el especial objeto de Su amor. El pacto de la gracia fue realizado a favor de ellos; por ellos la sangre de Cristo fue derramada en el Calvario; en ellos el Espíritu de Dios obró de manera eficaz para su salvación. Las palabras «Con amor eterno te he amado» han sido dichas en relación a ellos y para ellos; un amor muy superior a la simple benevolencia, mucho más elevado que la benevolencia como las montañas son más altas que el mar; un amor más intenso, más profundo, más dulce que ese tesoro de la providencia que dora la tierra con la luz del sol o que dispersa las gotas del rocío de la mañana; un amor que revela su preciosidad en las gotas de sangre destiladas por el corazón del Salvador y que manifiesta su favor personal e inmutable para las almas amadas en el don del Espíritu Santo, que es el sello de su redención y el signo de su adopción. Así que el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Ahora, piensen por un momento en esto:

I.ESTA DÁDIVA INESTIMABLE.

Consideremos el texto palabra por palabra. «Te he amado.» ¿Quién es el que habla? «Yo»; el gran «Yo soy,» Jehovah el Señor. No hay sino un solo Dios, y ese Dios llena todas las cosas. «Porque en El fueron creadas todas las cosas, y en El todas las cosas permanecen.» Él no está lejos, no puede decirse que esté a una infinita distancia de nosotros, aunque el cielo sea su trono; pues Él está aquí con nosotros. Vivimos en Él, nos movemos en Él, y tenemos nuestro ser en Él. Los máximos esfuerzos de la imaginación no pueden establecer ninguna verdadera concepción de lo que es Dios. El ala poderosa de la razón, aunque fuera mucho más fuerte que el ala famosísima del albatros, fallaría de manera rotunda si pretendiera encontrar a Dios. ¡Tú eres incomprensible, oh Jehovah! ¡Tu ser es demasiado grande para que la mente mortal lo entienda! Sin embargo podemos entender esto: tu voz ha llegado hasta nosotros; desde la excelente gloria los diversos tonos de tu voz han sonado de manera clara en nuestros oídos: «Te he amado.» Creyente en Cristo, ¿has oído esa voz? El amor de cualquier criatura es precioso. Para nosotros vale mucho el amor del mendigo de la calle. Nos halaga. No podemos compararlo ni al oro ni a la plata. La mayoría de los hombres buscan la relación o estiman la amistad de quienes se distinguen de alguna manera ya sea por su rango, o por su preparación, o por su riqueza. Hay un encanto cuando se vive en la estimación de quienes son estimables. Pero ninguna pasión de nuestra naturaleza me podrá dar la comparación adecuada cuando pregunto ¿en qué consistirá ser amado con el amor de Dios?

Ser amado por Él cuya dignidad es sin medida, cuyo poder de bendecir es infinito, cuya fidelidad nunca cambia, cuya inmutabilidad permanece firme como una gran montaña. Ser amado por Quien no muere, y que estará con nosotros a la hora de nuestra muerte. ¡Ser acariciados por Quien nunca cambia en relación a todos nuestros cuidados, ser protegidos por Su amor cuando estemos ante el tribunal, durante la última espantosa prueba por la que tienen que pasar las criaturas responsables! ¡Oh, ser amados por Dios!

Si toda la humanidad te odiara esta miel convertiría toda tu hiel en dulzura. Sería suficiente para sacarte del calabozo de la miseria, de la habitación de la pobreza; ay, del lecho de la muerte. Te sentirías como un ángel; y debes saber que eres así, un príncipe de sangre Imperial. Si esto es verdad en relación a ti, amigo mío, con gozo indecible puedes emular la bienaventuranza de los espíritus benditos, que ven a Jehovah y lo adoran ante su trono.

¿Quién es el que es amado? «Te he amado.» Cristiano, bebe eso si puedes. Acércate a esa fuente. Ciertamente allí hay gozo para ti. Repite para ti esas palabras con el énfasis adecuado. «Te he amado.» ¿Acaso no es maravilloso que el Dios Todopoderosos ame a alguien de la raza de Adán: tan insignificante, tan efímero, que pasa tan rápido? Si un ángel amara a una hormiga que se arrastra en su hormiguero, sería extraño, aunque la disparidad entre esos dos seres es comparativamente trivial; ¡pero que el Dios eterno ame a un hombre finito es una maravilla de maravillas! Y sin embargo, si Él hubiera amado a todos los hombres en todas partes, excepto a mí, no me sorprendería tanto como cuando entiendo la verdad en relación a mí que Él me ha amado. Déjenme oír su voz, diciendo: «Te he amado,» y entonces de inmediato me siento abatido en humildad y sobrecogido de gratitud, para exclamar con David: «¿Quién soy yo, oh Señor Dios, y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí? ¿Por qué me has amado?»

¡Ciertamente no había nada en mi constitución natural, nada en mis circunstancias, nada en mi carrera pasajera, que pudiera ameritar Tu estima o Tu atención, oh mi Dios! ¡Por qué motivo, entonces, le has hablado a Tu siervo, diciendo: «Te he amado»! ¡Oh, con qué facilidad puedo imaginarme que Él más bien nos hubiera dicho a cada uno de nosotros: «Te he despreciado»! Tal vez tú fuiste alguna vez un borracho, y sin embargo Él te amó. Un perjuro, y sin embargo Él te amó. Tú tenías muy mal carácter, y sin embargo Él te amó. Y tú tienes, aún ahora, debilidades e imperfecciones que hacen que en ocasiones tú mismo te desprecies y te llenes de vergüenza, cansado de la vida, herido en el conflicto con el que tienes que batallar, día a día, con tales pecados que te asedian: malos pensamientos y malos deseos, tan degradantes a tu naturaleza, tan repugnantes para ti mismo, tan deshonrosos para tu Dios. Sin embargo, Él dice: «Te he amado.»

Vamos, hermanos y hermanas, oigan la palabra y háganle caso. No desperdicien la dulzura del texto con preguntas molestas. Aquí está. Está escrito con letras grandes y legibles. Acérquense a esta fuente y beban. Beban su porción y sacien su sed con este amor divino. Si tú crees en Jesús, aunque seas pobre, desconocido, analfabeta, y lleno de debilidades que te llevan a despreciarte a ti mismo, sin embargo Quien no puede mentir dice: «Te he amado.» Estas palabras han sido dichas a una Magdalena. Han sido dirigidas a quien estaba poseída por siete demonios. Fueron susurradas en el corazón del ladrón que moría. Dentro de la más negra oscuridad de la propia desesperación han lanzado su nota de alegría. Bendito sea el nombre del Señor, tú y yo podemos oír la voz de su Espíritu, cuando Él da testimonio a nuestro espíritu: «Con amor eterno te he amado.» ¡Qué desigualdad por naturaleza, qué unión por gracia entre estos dos, el «Yo» y el tú (el infinito «Yo» y el insignificante «tú») tan grande la primera persona y tan indigna la segunda persona!

Siempre que intento hablar acerca del amor de Dios, siento que preferiría callar, sentarme a meditar, y pedirle a los creyentes que fueran tan amables de unirse a mí en la meditación, más que darles mi débiles expresiones. Si el amor de Dios sobrepasa enteramente a todo conocimiento humano, ¿cuánto más sobrepasa al discurso de un mortal? ¿Qué es lo que Él otorga? Que Dios sea misericordioso con nosotros es un tema que nos lleva a la alabanza. Que Él tenga piedad de nosotros es causa de nuestra gratitud. Pero que Él nos ame es un tema de asombro constante, así como de alabanza y gratitud. ¡Que Él nos ame! Los mendigos de las calles pueden provocar nuestra compasión; pero la verdad es que no podríamos amar a muchos a quienes sí podríamos ayudar de buen grado. Sin embargo, Dios ama a quienes ha salvado de sus pecados, y a quienes ha rescatado de la ira venidera.

Entre el grandioso Corazón del cielo y este pobre corazón adolorido y tembloroso de la tierra hay un amor establecido; un amor del tipo más querido, verdadero, dulce y fiel. De hecho, el amor de la mujer, el amor de una madre, el amor de una esposa, no son más que agua; pero el amor de Dios es el vino; aquel amor no es sino parte de las cosas de la tierra, pero el amor de Dios es lo celestial. El amor de la madre refleja el amor de Dios, de la misma manera que la gota de rocío refleja al sol; pero así como la gota de rocío no puede contener al sol poderoso, así tampoco ningún amor que palpite en un pecho humano puede contener alguna vez, ni las palabras pueden tampoco expresar la altura, la profundidad, la longitud ni la anchura del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor. «Te he amado.» ¡Oh! Cristiano, entonces acércate más. Tu Padre, que te castigó ayer, te ama. Él, a quien has olvidado con tanta frecuencia, y a quien has ofendido tan constantemente, sin embargo Él te ama. Tú sabes lo que es amar. Traduce el amor que le tienes a tu más querido amigo, y míralo y di: «Dios tiene por mí un amor mucho más grande.» Piensas que hay personas por las que podrías morir con gusto, cuyo dolor asumirías libremente si pudieras liberarlos de ese dolor por un momento. Con gusto intercambiarías su lugar en sus lechos de enfermos si les pudieras evitar una noche de sufrimiento. Pero tu Padre te ama con un amor mayor que todo eso, y Jesús te lo demuestra. Él cargó con tus pecados, con tus dolores, tu muerte, tu tumba para que pudieras ser perdonado, aceptado y recibido en el favor divino, y así pudieras vivir y ser bendecido por toda la eternidad.

Continuando con nuestra meditación, observemos que hay una fuerza incomparable, a la vez que una dulzura sin término en esta aseveración: «Con amor eterno te he amado.» La palabra eterno es la médula del Evangelio. Si se quitara esa palabra, se le robaría al oráculo sagrado su parte más divina. El amor de Dios es «eterno.» La palabra contiene tres significados internos. Nunca ha tenido un principio. Dios no comenzó nunca a amar a su pueblo. O, mejor dicho, antes que Adán cayera; antes que el hombre fuera creado, antes que las montañas fueran hechas, antes que los cielos azules fueran extendidos por todo el horizonte, hubo en Su corazón pensamientos de amor hacia nosotros. Él comenzó a crear, Él comenzó realmente a redimir, pero nunca comenzó a amar. Es amor eterno el que resplandece en el pecho de Dios hacia cada una de las personas de su pueblo elegido. A algunos de nuestros oyentes y de nuestros lectores (es extraño decirlo), no les gusta esta doctrina; pero si sabes que el amor eterno te pertenece, te gozarás al oírla cuando es proclamada una y otra vez. Le darás la bienvenida a ese sonido lleno de gozo. ¡Ah! El amor de Dios no es como el crecimiento de un hongo. No surgió a la superficie ayer, ni perecerá mañana; sino que, como las colinas eternas, permanece firme.

Ustedes fueron amados por su Dios antes de que Él hubiera formado el barro de Adán, o antes que el globo terráqueo fuera enviado desde la palma de la mano de Dios a su poderosa órbita, mucho antes que las estrellas comenzaran a brillar, antes que el tiempo fuera, cuando Dios habitaba completamente solo en la eternidad, los amó entonces y con amor eterno.

La segunda idea es que Él ama a su pueblo y su amor no tiene fin. No sería eterno si en algún momento determinado llegara a un fin; si fuera como los ríos de Australia, que fluyen por un tiempo, luego se secan y más tarde vuelven a fluir. El amor de Dios no es así. Crece y fluye como un poderoso río de Europa o de América, que se va expandiendo siempre, un río poderoso, lleno de gozo; que regresa otra vez al océano eterno de donde procede. No conoce pausas. Cristiano, tu Dios te ama siempre de la misma manera. No te puede amar más; no te va a amar menos. Nunca, cuando se multiplican las aflicciones, cuando los terrores te llenan de miedo, o cuando tus tribulaciones abundan, el amor de Dios te falta o se debilita. Aunque la vara nunca antes hubiera caído con tanta fuerza sobre ti, la mano que la mueve, al igual que el corazón que provoca el golpe, están llenos de amor. No juzgues al Señor con un sentimiento débil, sino confía en Él por su gracia. Ya sea que Él te lleve abajo, a las profundidades de la miseria, o te levante hasta el séptimo cielo del deleite, su amor fiel nunca varía o fluctúa; es eterno en su continuidad.

Y siendo eterno, el tercer pensamiento es, nunca acaba. Tu cabello pronto se pondrá gris, pero el amor de Dios todavía tendrá sus rizos tupidos y negros como un cuervo, con el vigor de la juventud. Tú vas a morir pronto, pero el amor de Dios no va a expirar nunca. Tu espíritu se va a remontar y atravesará espacios desconocidos, pero ese amor te va a alcanzar allí; y en el tribunal del juicio, en medio de los esplendores de la mañana de la resurrección en la gloria del milenio, y en la eternidad que seguirá, el amor de Dios será la porción que no te faltará. Ese amor nunca te va a abandonar. ¡Cuán espléndido destino! ¡Una herencia sin fronteras para tu alma!

Párate esta noche sobre tu monte Pisga, y alza tus ojos hacia el norte, y hacia el sur, al este y al oeste, pues toda esa tierra que se extiende frente a ti es toda tu propia herencia. No hubo un momento en el que Dios comenzó a amarte, y nunca va a dejar de amarte. Tú eres de Él, y serás suyo cuando los mundos pasen y el tiempo deje de ser. Hay infinitamente más consuelo y satisfacción en esto de los que yo puedo extraer. Debo dejar este tema con ustedes, y recomendarles que lo mediten. Estoy seguro que no hay un maná más delicioso para alimento de los peregrinos en el desierto que esta doctrina aplicada al corazón. El amor de Dios hacia nosotros personalmente en Jesucristo es un amor eterno. Ahora llegamos al segundo punto, que es:

II. LA MANIFESTACIÓN INCONFUNDIBLE, la manifestación por medio de la cual este amor es dado a conocer.

Muchas buenas personas a menudo se quedan perplejos ante la doctrina de la elección. En su sencillez a veces preguntan: «¿Cómo podemos saber si somos elegidos del Señor, o cómo podemos tener la seguridad de que nuestros nombres están escritos en el Libro de Vida del Cordero?» Ustedes no pueden examinar ese rollo místico ni curiosear entre esas páginas dobladas. Aunque tuvieran las alas de un ángel o los ojos de un serafín, no podrían leer lo que Dios ha escrito en Su libro. El Señor conoce a los suyos. Ningún hombre lo sabrá por medio de ninguna revelación excepto esa que el Espíritu Santo da de acuerdo a mi texto. Hay una forma de saberlo, y es ésta: «por eso te he atraído con misericordia.» ¿Has sido atraído alguna vez? ¿Has sido atraído con misericordia? Si es así, entonces hay evidencia que el Señor te amó con un amor eterno. Estén listos, por lo tanto, a juzgar por ustedes mismos. Hay un reto presentado a ustedes en esta pregunta directa: ¿Han sido atraídos alguna vez de manera divina? Respondan ahora, queridos hermanos, ¿han experimentado esta atracción sagrada que los hizo querer en el día de Su poder? ¿Han sido atraídos del pecado a la santidad alguna vez? Una vez amaron el pecado; en él encontraron mucho placer; hubo formas y tipos de vicios y de locuras que eran muy queridos para el corazón de ustedes. ¿Han sido cambiados sus gustos y su senda tiene otro destino gracias al encanto soberano de esta misericordia divina? ¿Pueden ustedes decir: «Ahora odio las cosas que una vez amé; y lo que antes me dio placer ahora me causa dolor»? ¿Acaso es así? No les estoy preguntando si son perfectos y rectos. ¡Ay! ¿Quién de nosotros podría contestar esta pregunta sin sonrojarse de vergüenza? Pero yo te pregunto: ¿odias al pecado en cualquiera de sus formas y deseas la santidad en cada una de sus manifestaciones? ¿Quisieras ser perfecto si pudieras? Si pudieras vivir como se te antojara ¿cómo se te antojaría vivir? ¿Acaso tu respuesta es: «Quisiera vivir como si estuviera sirviendo a Dios día y noche en su templo, sin que mis pensamientos se desvíen y sin tener ningún deseo de rebelión»? ¡Ah! entonces, si has sido atraído del pecado a la santidad por medio de la cruz, sin duda Él te amó con amor eterno y no tienes que desacreditarlo. Puedes estar tan seguro de ello como si un ángel hubiera venido y hubiera entregado en tus manos una carta conteniendo estas palabras. Pero ni aun así hubieras tenido tanta certeza; pues el ángel se pudo haber extraviado en el camino; pero la Palabra de Dios no puede fallar. Si eres atraído de esa manera, Él te ha amado y con amor eterno.

Escucha de nuevo. ¿Alguna vez has sido llevado de tu propio yo a Jesús? En algún momento de tu vida te consideraste a ti mismo tan bueno como otros hombres. Si se hubiera explorado el fondo de tu corazón, se habría encontrado allí la siguiente inscripción: «No veo que yo sea tan gran pecador como la mayoría de mis vecinos; yo soy respetable, recto, moral; creo que esto me permitirá no tener ningún problema cuando me muera, y por medio de esfuerzos sinceros unidos a oraciones fervientes y al arrepentimiento, espero prepararme yo mismo para el cielo.» ¡oh! espero que puedas ser alejado de todo ese vano orgullo y que puedas poner toda tu esperanza únicamente en ese Hombre bendito que está sentado a la diestra de Dios, coronado de gloria, aunque una vez estuvo clavado en el madero, despreciado y rechazado por los hombres, que sufrió como chivo expiatorio por nuestros pecados.

Esto, queridos hermanos, sería una señal verdadera de que han renunciado a ustedes mismos y que han sido unidos a Cristo. Deben haber sido amados y con amor eterno. Es imposible que alguno de los elegidos de Dios pueda venir a Cristo y unirse a Él sin haber sido atraído por las cuerdas divinas, de la misma manera que es imposible que los demonios sientan ternura de corazón y arrepentimiento hacia Dios. Si puedes decir desde lo profundo de tu corazón:

«Nada en mis manos traigo,
Simplemente a Tu cruz me aferro.»

Entonces esas cuerdas de amor son suficiente demostración que Él te amó y con amor eterno.

¿Alguna vez has sido atraído de la vista a la fe, llevado de consultar tus facultades humanas a tener confianza en Dios? Antes solías depender de lo que tú llamabas tu sentido común. Caminabas de conformidad al juicio de tu propia mente. ¿Confías ahora en Él quien verdaderamente es, aunque es invisible; que te habla, aunque Su voz es inaudible? ¿Tienes un sentido, día a día, de la presencia del Ser Supremo a quien no puedes oír ni ver? ¿Acaso la presencia invisible de Dios te afecta en tus acciones? ¿Los motivos extraídos del mundo venidero tienen influencia en ti? Dime si tú, cuando te enfrentas a un problema, te apoyas en el brazo de la carne, o clamas, y oras y haces súplicas al Todopoderoso. ¿Has aprendido a caminar dependiendo del Dios viviente, aun cuando Su Providencia parece fallarte, y desmentir sus promesas? Tienes que saber que una vida de fe es un don especial de Dios; es el fruto de la protección divina; así que conforme se te capacita a caminar con Dios, y Él se digna brindarte amistad, tú puedes concluir con humildad pero también con certeza que, en los registros de los elegidos está inscrito tu nombre. Ser traído a una vida de fe es una bendita evidencia del amor de Cristo.

Más aún, ¿estás siendo llevado de la tierra al cielo día a día? ¿Sientes como si hubiera un imán allá arriba atrayendo tu corazón, de tal manera que cuando estás trabajando en tu negocio, o en medio de todos tus cuidados familiares, no puedes evitar lanzar una oración al Altísimo? ¿Sientes alguna vez este impulso de algo que no entiendes, que te obliga a tener comunión con Dios más allá de los cielos? ¡Oh! si es así, puedes tener la seguridad que es Cristo quien te atrae con Sus cuerdas. Hay una cuerda entre ti y el cielo, y Cristo está jalando esa cuerda, y levantando tu alma y atrayéndola hacia Él. Yo amo ese dulce himno, y espero que tú ames su sentir también:

«Mi corazón está con Él en el trono,
Y con dificultad soporta la demora;
Cada momento está pendiente del llamado,
‘¡Apresúrate y ven!'»

Si tu corazón está aquí abajo, entonces tu tesoro está aquí; pero si tu corazón está allá arriba; si tus esperanzas más brillantes, tus deseos más queridos están en los lugares celestiales, tu tesoro está de manera muy clara allí, y el título de propiedad de ese tesoro será encontrado en el propósito eterno de Dios, por medio del cual Él te eligió para que fueras para Él y para su alabanza. Así he intentado mostrarles que los que son atraídos de esta manera pueden estar seguros que fueron amados con un amor eterno. Y ahora van a observar que fueron atraídos con misericordia.

Algunas personas son llevadas a la religión por medio del terror. Tengan mucho cuidado de cualquier religión que depende del apoyo del terror. La religión de algunas personas consiste enteramente en hacer lo que piensan que deben hacer, aunque no les guste. Temen el castigo o ansían una recompensa. Esa no es la religión de Jesucristo. Se dice que los soldados de Persia eran arriados a la batalla, y que el sonido de los látigos de los generales podía ser escuchado en lo más tupido de la batalla, distribuyendo latigazos a los soldados renuentes para que cumplieran su parte en la refriega. Los griegos no iban así a la batalla. Ellos corrían como leones en medio de un rebaño de ovejas para despedazar a su presa. Ellos peleaban por su país, por sus templos, por sus vidas, por todo aquello que les era querido, y era por este impulso interno que alegremente se entregaban a la batalla. La diferencia entre los griegos y los persas es justamente la diferencia que quiero describir entre los seguidores de nuestro Señor que profesan su fe.

El cristiano genuino sirve a Dios porque lo ama; no porque tema al infierno, pues sabe que ha sido liberado de la condenación, habiendo sido lavado en la sangre de Jesús; no porque espere ganar el cielo; él se burla de esa idea. El cielo no se puede ganar con los méritos de nuestra pobres obras despreciables. Y además, el cielo es su herencia, puesto que Cristo se lo ha dado, habiéndole dado un título de propiedad definitivo. El cristiano sirve a Dios porque le ama. El cristiano es guiado, por un sentido del amor que Dios le tiene, a amar a Dios a cambio. ¿Quién es el mejor siervo? Ciertamente no es el hombre que sólo trabaja para ti por el pago que recibe, que te sirve por su salario, y que traicionaría tus intereses para beneficio propio; por el contrario, el verdadero siervo es el que se quedaría a tu lado en las buenas y en las malas, en medio de los éxitos y de los fracasos. Algunos de los siervos de tiempos antiguos estaban tan apegados a sus señores, que eran considerados y tratados como si fuesen miembros de la familia. Los verdaderos siervos de Cristo lo aman y le sirven, no servilmente por el pago que esperan, sino con toda lealtad, porque sus corazones son fieles a Él y verdaderos. Le aman de tal manera que no pueden separarse de Él, y no buscan otro Señor. Respondan ahora, ¿están siendo atraídos por esas cuerdas de misericordia? ¡Cuán buena es esta palabra: «misericordia»! Tiene un componente de benevolencia que parece ser como un ópalo gigantesco o un diamante resplandeciente, como el famoso diamante conocido como «la montaña de luz»; y otro elemento de amor que parece ser como oro fino que lo circunda. Pienso que puedo estarme allí contemplando esa palabra «misericordia» hasta estallar en una canción en medio de un sagrado encantamiento.

Hay tal dulzura encantadora, y sin embargo tal estabilidad inmutable en la gracia de Dios revelada por esa palabra, que nuestro arrebato es reavivado siempre que la repasamos. He probado de esa misericordia aquí en la tierra, y de esa misericordia espero cantar en aquellos cielos con notas más dignas que las que esta débil voz puede emitir ahora. La misericordia del Señor, tal como brilla en sus ojos, tal como es comunicada por su mano siempre lista a ayudar, tal como es expresada por su suave y tierna voz, reanima al alma en el camino del deber, y la sujeta para no pecar. ¿Cómo puedo ser tan perverso, cómo puedo pecar en contra de un Amigo que es todopoderoso, cuya misericordia hacia mí es tan perfectamente gratuita, tan constante, y sumamente generosa?

«Por el incomparable valor de conocer a Cristo,
Lo que era de valor estimo como pérdida;
Mi antiguo orgullo es ahora mi vergüenza,
Y hoy clavo mi gloria en Su cruz.Sí, y es mi deber estimar como pérdida
Todas las cosas por el valor de conocer a Cristo
¡oh, que mi alma sea hallada en Él,
Con la justicia que procede de Dios!

Ustedes pueden juzgar por ustedes mismos, con toda claridad y certeza, si ustedes son elegidos de Dios o no. ¿Son ustedes atraídos, y cómo están siendo atraídos? ¿Están siendo atraídos con cuerdas de misericordia? Estos son los dos puntos que se mezclan y se funden en experiencia. Antes que los ojos de fuego de Dios te escudriñen al revés y al derecho, yo te conjuro que juzgues, y que juzgues con rectitud ahora, lo relativo a tu condición. No estés satisfecho descansando pacíficamente hasta que puedas decir: «Gracias y alabanzas sean dadas al eterno amor de Dios, porque yo soy atraído; por gracia, por la gracia divina, yo soy llevado. A partir de ahora, yo libremente me someto a Cristo para ser su siervo, su discípulo, su amigo, su hermano, para siempre jamás. «Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado.»

¿Acaso escucho un suspiro que alguien eleva en medio de esta asamblea; un suspiro que, al ser interpretado, diría: «Ay de mí, este solaz sagrado nunca fue mío; nunca fui atraído; no siento ningún amor ni esos favores que derriten que me han sido presentados por primera vez en tu descripción de la misericordia; pero, ¡ah! quisiera ser atraído; quisiera ser parte de esa muchedumbre que verá su rostro para siempre. ¡Oh, quisiera poder creer que yo, el peor de todos, voy a encontrar mi nombre escrito en el libro de vida del Cordero!» Pues bien, mi amigo, me da la impresión que la atracción ya comenzó para ti. Ciertamente la misericordia de Dios ha hecho que se te haga agua la boca. Me gozo en grado sumo por aquellos que tienen hambre del pan de vida, porque pronto serán saciados. Sé muy bien que mi Señor se los dará. Si tú deseas a Cristo, puedes estar seguro de ello, Cristo te desea a ti. Ningún pecador buscó a Cristo antes que Cristo lo buscara. Cuando tú quieres tenerlo, Él evidentemente quiere tenerte a ti. No hubieras extendido una mano hacia Él, si Él no hubiera puesto sus dos manos sobre ti. ¡Oh! Si confías en el Cordero sangrante; si crees que Él puede salvarte y confías con confianza inconmovible que te va a salvar, entonces ya estás siendo atraído. Esta es la prueba más clara que Dios te ha amado desde antes del comienzo del mundo. ¡Oh! Cómo quisiera que algunos fueran atraídos hoy; algunos que han sido grandes y terribles pecadores. Puede haber muchos de esos entre los vasos escogidos de misericordia.
Que Dios nos conceda que muchos jóvenes sean atraídos. Y en cuanto a ustedes, que ya no son tan jóvenes, pero que todavía no tienen esa bendición, no puedo soportar el pensamiento que se queden por más tiempo sin el llamamiento de la gracia soberana. ¡Que el Espíritu Santo los atraiga! Que sientan en su corazón el deseo de pertenecer a Cristo; el deseo de ser contados como miembros del grupo cuando Él elabore Sus joyas. Conviertan ese deseo en una oración. Inclinen ahora sus cabezas y oren haciendo esta petición. Dios escuchará sus secretos suspiros. Él no rechaza las oraciones sinceras, no importa cuán imperfectas sean. Si no pueden ir más allá de un suspiro, este tiene un valor en Su estimación. La lágrima que acabas de derramar en tu asiento no se va a perder; pues un ángel le siguió la pista y la ha guardado, y se la ha llevado a lo alto. Dios quiere aceptarte si tú quieres aceptar a Cristo. Si tú confías en Jesús ahora, ¡ya está! Eres salvo. En el instante en que un pecador cree y confía en Cristo, es salvo y salvo para siempre. En ese momento su iniquidad es borrada, y es aceptado en el Amado. A partir de ese momento él puede cantar:

«Listo, la gran transacción está completa;
Yo soy del Señor, y Él es mío;
Él me atrajo, y yo lo seguí,
Contento de obedecer la voz divina.»

Que el Señor se aparezca a ti, te hable, y te bendiga, diciéndote: «Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia.» Amén.

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