En el capítulo 6 del libro de Lucas, verso 46, Jesús se dirige a una multitud compuesta por discípulos, gentiles, judíos y fariseos. Les habla acerca de las malas prácticas que llevaban a cabo, pues no obedecían al Señor en lo que Él les mandaba.
Jesús les dice: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6:46). Con esto, el Señor pone un ejemplo para ilustrar quién es aquel que escucha Su palabra y la obedece. Ese hombre es semejante al que edifica una casa cavando profundamente y colocando el fundamento sobre la roca. Cuando vino una gran tempestad, no pudo derribarla, porque ese hombre no solo escuchó, sino que también obedeció.
En cambio, ¿qué sucede con el segundo hombre que menciona Jesús en este ejemplo? También edificó una casa, pero su fundamento no estaba sobre la roca, que es la Palabra del Señor, nuestro Dios poderoso. Por eso, cuando vino la tempestad, la casa fue destruida.
¿Quién puede valerse por sí mismo? ¿Quién puede permanecer firme ante todas las adversidades? Esto es lo que Jesús enseñaba a todos los que estaban allí.
Es importante que reflexionemos sobre esta gran enseñanza que daba el Maestro. Jesús era cuestionado por hacer milagros en día de reposo, y muchos contendían con Él y con Sus discípulos porque enseñaba acerca de la obediencia, y no solo de decir «Señor, Señor».
En esta enseñanza, Jesús deja muy claro que, aunque el hombre haga una confesión de fe, eso no es suficiente; también se necesita obediencia. Si no hay obediencia, de nada sirven los sacrificios, porque pasará como con aquel hombre cuya casa fue arruinada por no hacer lo que el Señor le ordenó.
La obediencia, según las Escrituras, es el verdadero reflejo de una fe viva. Jesús no buscaba oyentes que simplemente admiraran Sus palabras, sino discípulos que las pusieran en práctica. En la vida cristiana, construir sobre la roca significa tomar decisiones diarias que estén firmemente sostenidas en los principios del Evangelio. Cuando nuestras acciones están cimentadas en la Palabra, ninguna tempestad puede destruirnos, porque el cimiento es Cristo mismo.
Muchos hoy en día, al igual que en tiempos de Jesús, escuchan la Palabra, pero la dejan pasar sin permitir que transforme su corazón. Las pruebas, las presiones del mundo o las distracciones terminan derrumbando su vida espiritual. Sin embargo, aquel que obedece, aunque venga la lluvia, el viento o las dificultades, se mantiene firme porque confía en el poder del Señor.
El mensaje de este pasaje sigue siendo tan relevante hoy como lo fue hace más de dos mil años. En una sociedad donde muchos profesan fe pero pocos viven conforme a ella, Jesús nos recuerda que el verdadero discípulo es aquel que escucha y actúa. No basta con decir que creemos; debemos demostrarlo con una vida que refleje Su voluntad.
Cada decisión, cada palabra y cada acción deben estar ancladas en la roca espiritual que es Cristo. Cuando edificamos sobre Él, nuestra vida adquiere propósito, dirección y estabilidad. Pero cuando lo hacemos sobre arena —es decir, sobre nuestras propias ideas o sobre la sabiduría del mundo— inevitablemente nos enfrentamos a la ruina.
Por eso, esta parábola nos invita a examinar nuestros cimientos. ¿Estamos edificando sobre la roca o sobre la arena? ¿Escuchamos la voz de Dios solo los domingos o también durante la semana? Obedecer implica renunciar a nuestra voluntad para abrazar la Suya, y aunque ese camino a veces parezca difícil, siempre nos conduce a la victoria.
Que este mensaje de Lucas 6:46 sea un llamado a la reflexión y a la acción. No seamos oyentes olvidadizos, sino hacedores de la Palabra, para que cuando lleguen las tempestades de la vida, podamos permanecer firmes, confiados en que nuestra casa está edificada sobre la roca eterna: Cristo Jesús.

