El pueblo de Israel fue librado de Egipto con la mano poderosa de Dios. Haciendo milagros contra Faraón, Dios abrió el mar Rojo y Su pueblo cruzó en seco; no solo eso, sino que Dios también les dio maná en el desierto, su ropa crecía con ellos, en cada momento del día había columnas que les guiaban en el camino por el desierto. Sin embargo, encontramos en el libro de Números que estos anhelaban regresar a Egipto en vez de ir tras la tierra que Dios les había prometido.
La historia del pueblo de Israel es un ejemplo fascinante de cómo la memoria humana puede ser frágil y selectiva. A pesar de haber sido testigos de los milagros y de la protección divina, a menudo se desviaron y olvidaron las maravillas que habían experimentado. Josué fue una excepción; aquel joven estaba allí, y su parecer no era como el de su pueblo. Él sabía que el mismo Dios que había manifestado proezas podía seguir acompañándoles en el camino que restaba hasta llegar a la tierra prometida y que Dios la entregaría en sus manos.
El contexto de esta historia nos enseña que la ingratitud puede nublar la fe. Israel había visto el poder de Dios con sus propios ojos: el mar dividido, el maná descendiendo del cielo, el agua brotando de la roca, y aún así su corazón se inclinaba a la queja. Este mismo espíritu de incredulidad puede afectarnos hoy si olvidamos los milagros que Dios ya ha hecho en nuestra vida. Muchas veces, cuando enfrentamos nuevas pruebas, actuamos como si nunca hubiésemos visto Su fidelidad antes. Pero Dios, que fue poderoso ayer, sigue siendo el mismo hoy.
Presta mucha atención a las palabras de Josué al pueblo desesperado:
Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis. Entonces toda la multitud habló de apedrearlos.
Números 14:8-10
Resaltamos aquí las palabras de Josué: «Los comeremos como pan», «con nosotros está Jehová». El pueblo de Israel había perdido la motivación, la fe y la esperanza; incluso, habían olvidado las obras poderosas de Dios y todo lo que sufrieron en Egipto, de modo que querían regresar a la esclavitud. Pero Josué les recuerda cosas esenciales sobre la naturaleza del Dios que les acompañaba: que Él era fiel, que Su promesa era real y que Su poder seguía vigente.
Este pasaje es una llamada de atención para todos los que caminan por el desierto de la vida. Hay momentos en que las circunstancias nos hacen dudar, y pensamos que el pasado, aunque difícil, era mejor que la incertidumbre del presente. Sin embargo, como Josué, debemos recordar que el mismo Dios que abrió el mar, que envió el maná y que sostuvo al pueblo, también abrirá caminos donde no los hay. Él no abandona a quienes confían en Su palabra.
Por eso, cuando la fe parezca debilitarse y el cansancio toque a la puerta, debemos mirar hacia atrás y recordar los momentos en los que Dios fue nuestro refugio. Cada victoria pasada es una promesa de fidelidad futura. El Señor no cambia; lo que hizo por Israel, lo hace hoy con todos los que creen en Él. No temas al enemigo ni a las circunstancias, porque como dijo Josué, “con nosotros está Jehová”.
¿Has dejado de creer en las cosas que puede hacer nuestro Dios? ¿Has perdido la fe en Sus promesas? Oh querido lector, fiel es el que ha prometido; sí, aún en tu momento oscuro debes saber que Jesús ha prometido acompañarnos en este viaje y estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Que tu fe se renueve hoy, que tus ojos se abran para ver las maravillas que Dios sigue haciendo, y que como Josué, puedas decir con firmeza: “El Señor está con nosotros, no temamos”.

