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Los malditos que se desvían de los mandamientos son reprendidos

Reprendiste a los soberbios, los malditos, Que se desvían de tus mandamientos.

Los hombres soberbios son reprendidos por el Señor porque han decidido apartarse de Sus mandamientos, caminando según su propio corazón y no conforme a la voluntad divina. La soberbia es una de las actitudes más condenadas en la Biblia, pues es el reflejo de un corazón altivo que ya no depende de Dios. Cuando el hombre se aleja de los mandamientos del Señor, inevitablemente su alma se llena de oscuridad, su mente se contamina con pensamientos perversos y su vida comienza a caer en el pecado. La soberbia no solo aleja al ser humano del Creador, sino que también lo hace esclavo de su propio orgullo, llevándolo a la destrucción.

El Salmo 119 nos enseña una verdad profunda: la obediencia a la Palabra de Dios es la única manera de vivir en bendición. David, al escribir este salmo, reconoce que los hombres malditos son aquellos que voluntariamente han decidido apartarse del camino recto. Dice con claridad: “Reprendiste a los soberbios, los malditos, que se desvían de tus mandamientos”. En esta oración, el salmista no solo describe el juicio divino sobre los desobedientes, sino que también exalta la justicia de Dios, quien no tolera la arrogancia ni la rebeldía. El hombre que desafía a Dios con su corazón endurecido está, en realidad, pronunciando su propia condena.

Reprendiste a los soberbios, los malditos,
Que se desvían de tus mandamientos.

Salmos 119:21

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David comprende que el ser humano por sí mismo es débil y propenso al error. Por eso, eleva una oración pidiendo refugio en el Señor, sabiendo que solo bajo Su amparo se puede resistir al mal. Los soberbios, en cambio, no buscan refugio, porque creen que pueden sostenerse con su propia fuerza. Pero la Escritura es clara: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). El corazón arrogante es incapaz de reconocer su necesidad de Dios, mientras que el corazón humilde encuentra en el Señor su defensa y salvación. Por eso, el salmista se postra en oración, buscando permanecer en comunión con Dios, lejos del orgullo que conduce a la ruina.

El contraste entre el justo y el soberbio es evidente en este pasaje. El justo ama los mandamientos de Dios, los medita día y noche, y encuentra en ellos deleite y dirección. El soberbio, por el contrario, desprecia la instrucción divina y se burla de los preceptos del Señor. Sin embargo, Dios no es indiferente ante la rebelión humana. Él reprende, corrige y, si es necesario, disciplina a quienes se desvían, porque Su propósito es llevarnos nuevamente al camino de la verdad. La reprensión divina es una muestra de Su justicia, pero también de Su misericordia, porque advierte antes de castigar, y corrige antes de destruir.

La confianza del salmista estaba puesta únicamente en el Señor. Mientras los soberbios confiaban en su poder, sus riquezas o su sabiduría humana, David hallaba su fortaleza en la palabra de Dios. Él sabía que, aunque los malvados se levantaran contra él, el Señor sería su escudo. Por eso oraba, no solo para ser librado de sus enemigos, sino también para mantenerse fiel a los mandamientos del Señor. En la oración encontramos ese mismo deseo: “Señor, no permitas que mi corazón se aparte de Ti, ni que mi alma caiga en soberbia”. Este es un recordatorio para todos los creyentes: la humildad nos mantiene bajo la gracia de Dios, mientras que la arrogancia nos aleja de Su presencia.

David también menciona ante el Señor a aquellos que se apartan de Sus mandamientos, llamándolos malditos. No porque el salmista los desprecie, sino porque entiende que han escogido el camino de la maldición, el sendero del pecado que lleva a la muerte espiritual. El corazón soberbio no escucha, no acepta corrección, y termina cayendo en el abismo de su propia desobediencia. En cambio, quien permanece en la Palabra de Dios se mantiene firme, protegido bajo la gracia y la dirección del Altísimo. Este contraste entre el orgulloso y el obediente nos recuerda la importancia de caminar humildemente delante del Señor.

Es importante que cada creyente reflexione en estas palabras. La soberbia espiritual puede aparecer incluso en quienes dicen servir a Dios, cuando creemos que ya no necesitamos Su guía o pensamos que lo sabemos todo. Pero el verdadero sabio reconoce que depende del Señor en cada paso. Si hemos caído en la autosuficiencia o en el orgullo, hoy es el momento de volvernos a Dios y pedir Su perdón. Él reprende al soberbio, pero levanta al humilde. Él destruye el camino del malvado, pero da paz al que obedece Su Palabra.

Querido lector, que esta enseñanza te inspire a permanecer en el camino de la obediencia. No te apartes de los mandamientos del Señor, porque en ellos hay vida, sabiduría y protección. Si el orgullo ha intentado infiltrarse en tu corazón, pídele al Señor que lo arranque de raíz. Ora como David, pidiendo refugio y fortaleza. Porque aunque el mundo admire la autosuficiencia, Dios bendice al que depende completamente de Él. Recuerda que el Señor reprende al soberbio, pero da gracia al humilde, y solo los que caminan en Su palabra hallarán descanso y salvación. Amén.

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