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Los fornicarios, idólatras y los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros

En el versículo del Apocalipsis que meditaremos hoy, se nos presenta una advertencia solemne y poderosa. Juan, el apóstol amado, recibió estas revelaciones por medio de un ángel enviado por el mismo Señor, para mostrar a Su pueblo lo que pronto ha de suceder. No se trata de una visión simbólica sin propósito, sino de una declaración divina sobre el destino eterno de quienes rehúsan arrepentirse de sus pecados. Estas palabras están cargadas de justicia, verdad y amor, porque Dios no desea la condenación del ser humano, sino que todos procedan al arrepentimiento. Sin embargo, el día del juicio se acerca, y en ese momento no habrá excusas ni segundas oportunidades. La puerta de la gracia que hoy está abierta, un día se cerrará, y solo permanecerán en pie los que fueron lavados con la sangre del Cordero.

El libro de Apocalipsis nos recuerda que las palabras allí escritas no son de origen humano, sino revelaciones dadas a Juan por medio de un mensajero celestial. A través de este ángel, el Señor quiso que la humanidad entera perciba la realidad espiritual que muchos ignoran. Este pasaje nos llama a reflexionar profundamente sobre la gravedad del pecado y las consecuencias eternas de una vida sin Cristo. El texto que sigue es claro y directo, y no deja espacio a la indiferencia:

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

Apocalipsis 21:8

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Este versículo es una advertencia sobre el destino de quienes eligen vivir en la desobediencia. Aquí se mencionan diversas actitudes y prácticas que representan el rechazo directo a la voluntad de Dios: la cobardía espiritual de los que niegan su fe, la incredulidad que desprecia la verdad divina, la abominación de quienes practican el mal sin remordimiento, la violencia del homicida, la impureza de la fornicación, la hechicería que busca poder fuera de Dios, la idolatría que pone cosas o personas en Su lugar, y la mentira que destruye la verdad del corazón. Todos estos pecados, sin arrepentimiento, conducen a la muerte segunda, es decir, la separación eterna de Dios en el lago de fuego.

Sin embargo, el mensaje de Apocalipsis no es solo una advertencia, sino también una invitación a la esperanza. Dios no desea la muerte del impío, sino que se vuelva a Él y viva. Por eso, mientras la oportunidad de salvación sigue abierta, el llamado del Señor es claro: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Los que se arrepienten de corazón, los que confiesan sus pecados y buscan la limpieza en la sangre de Cristo, serán redimidos y recibirán la vida eterna. La promesa del Cordero es firme y segura: aquellos que perseveran hasta el fin estarán en la presencia del Altísimo y participarán de la gloria eterna.

El contraste es claro: los malvados tendrán su parte en el lago de fuego, pero los limpios de corazón heredarán el reino preparado desde la fundación del mundo. Estos últimos son los que, a pesar de las pruebas y sufrimientos, han guardado la fe, han proclamado el evangelio y han permanecido firmes en la esperanza de Cristo. Su recompensa será grande, porque serán llamados hijos de Dios y participarán en las bodas del Cordero. Allí no habrá más llanto, ni dolor, ni muerte, porque el Señor mismo enjugará toda lágrima de sus ojos.

Por eso, amado lector, examina hoy tu corazón. ¿Estás preparado para recibir la gran promesa de la vida eterna? ¿Vives en rectitud delante de Dios o sigues preso del pecado? El tiempo de la gracia es ahora, y el Señor llama a todos al arrepentimiento. Anda en obediencia, guarda Sus mandamientos y confía plenamente en Su misericordia. Que cuando llegue aquel glorioso día, puedas estar entre los redimidos que celebrarán en las bodas del Cordero, alabando y adorando eternamente al que vive por los siglos de los siglos. Amén.

De día me mandará Dios su misericordia
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
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