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Maldito el varón que confía en el hombre

Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová

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En el capítulo 17 del libro del profeta Jeremías, el Señor revela la gravedad del pecado del pueblo de Judá y las consecuencias de su obstinación. Este capítulo es un llamado profundo a reflexionar sobre la confianza verdadera y dónde está puesta. Dios, a través del profeta, denuncia la idolatría y la corrupción espiritual de una nación que había olvidado al Dios de sus padres. Su corazón se había endurecido, y sus actos de adoración se habían vuelto vacíos porque habían cambiado al Creador por ídolos mudos. El mensaje no es solo para Israel, sino también para nosotros hoy: el peligro de apartar el corazón de Dios sigue siendo el mismo.

Desde el primer versículo, Dios describe el pecado del pueblo con palabras fuertes: dice que está escrito con cincel de hierro y punta de diamante en la tabla de su corazón (Jeremías 17:1). Esto simboliza una transgresión profundamente arraigada, que no se borra fácilmente. Los israelitas habían permitido que la idolatría dominara su vida y, en consecuencia, su confianza se desvió del Dios verdadero hacia los hombres y las obras de sus propias manos. Al hacerlo, provocaron la ira de Dios y se alejaron de Su protección.

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El profeta, inspirado por el Espíritu, transmite estas palabras que resuenan con autoridad divina:

Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.

Jeremías 17:5

Esta declaración resume una de las advertencias más solemnes de la Escritura. Dios no condena la confianza entre personas, sino aquella dependencia espiritual que sustituye Su poder por el de los hombres. Cuando alguien confía en su propia fuerza, en su intelecto o en las estructuras humanas en lugar de en el Señor, cae bajo maldición. Es el mismo error que cometió el pueblo de Israel al buscar seguridad en alianzas políticas, en reyes paganos y en ídolos de piedra. Esa confianza falsa los llevó al juicio divino y a la ruina nacional.

El Señor no solo advierte sobre la maldición de los que confían en el hombre, sino que también promete bendición para los que confían plenamente en Él. Más adelante en el mismo capítulo dice: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová” (Jeremías 17:7). Este contraste es profundo: mientras el que confía en sí mismo se marchita como el arbusto en el desierto, el que confía en el Señor será como árbol plantado junto a las aguas, que da fruto a su tiempo y no teme cuando llega el calor. Aquí vemos el corazón del mensaje: la fe firme en Dios es nuestra seguridad en medio de toda prueba.

Hoy en día, muchos cometen el mismo error del antiguo Israel. Han reemplazado la adoración al Dios verdadero por ídolos modernos: el dinero, la fama, el poder o incluso personas. Pero Dios sigue diciendo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Adorar imágenes, confiar en figuras humanas o depender del esfuerzo propio es apartarse del Señor. Y todo corazón que se aleja de Él está caminando hacia la perdición.

Por eso, hermanos, debemos mantenernos firmes y puros en nuestra fe, sin ceder ante la idolatría de este mundo. No pongamos nuestra esperanza en políticos, líderes religiosos ni en nuestra propia sabiduría, porque el hombre es limitado y falible. Solo Dios es eterno, fiel y digno de confianza. Él es quien abre caminos en el desierto, quien sostiene al justo en la prueba y quien promete salvación a los que le son fieles.

Que esta palabra de Jeremías sirva como advertencia y como guía. No permitamos que nuestro corazón se aleje del Señor, ni que nuestra fe dependa de lo visible. Confiemos en Dios por encima de todo, porque los hombres fallan, pero Dios permanece fiel para siempre. Si permanecemos bajo Su dirección, Él nos guardará del juicio y nos sostendrá en Su gracia. Pongamos nuestra confianza en Aquel que nunca falla, el Dios vivo y verdadero, y viviremos bajo Su bendición eterna. Amén.

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