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No te juntes con quien dice ser hermano pero es fornicario, ávaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón

Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.

El apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios, enseña con firmeza un principio que sigue siendo vital para la iglesia de todos los tiempos: la separación del mal. En este contexto, la separación no se refiere al aislamiento del mundo, sino a la pureza espiritual y moral de la iglesia de Cristo. Pablo advierte que los creyentes no deben tener comunión con aquellos que, aunque dicen ser hermanos en la fe, viven de una manera contraria a la santidad que el evangelio exige. El apóstol se refiere especialmente a quienes, bajo apariencia de piedad, practican la injusticia y manchan el testimonio del cuerpo de Cristo.

La iglesia de Corinto, a la que Pablo dirigía estas palabras, era conocida por su riqueza espiritual, pero también por sus conflictos internos y problemas de inmoralidad. Había quienes se decían cristianos, pero persistían en pecados graves como la fornicación, la avaricia, la idolatría o la embriaguez. Ante esta situación, el apóstol interviene con autoridad divina, dejando claro que la comunidad de los santos debe reflejar la santidad del Dios al que sirve. No se trata de juzgar al mundo —porque ese juicio pertenece a Dios—, sino de cuidar la pureza del testimonio dentro de la casa del Señor.

Por eso, Pablo escribe con contundencia:

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Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.

1 Corintios 5:11

Estas palabras reflejan el celo del apóstol por la santidad de la iglesia. La instrucción es clara: no basta con llevar el nombre de cristiano; hay que vivir de acuerdo con los principios del evangelio. La comunión entre los creyentes no puede basarse en una apariencia externa, sino en una fe sincera y un corazón limpio. El Señor demanda pureza de aquellos que le representan en la tierra. Compartir intimidad o comunión con quienes deshonran Su nombre es poner en peligro la integridad espiritual de la congregación.

El apóstol no habla desde una actitud de superioridad, sino desde un amor pastoral que busca proteger al pueblo de Dios. Pablo entiende que las malas compañías corrompen las buenas costumbres (1 Corintios 15:33). Quien camina con el impío, tarde o temprano, se ve afectado por su influencia. Por eso, el mandato de no juntarse con falsos hermanos es una advertencia llena de sabiduría. Es preferible la soledad con Dios que la compañía de quienes caminan en el error y conducen a otros a la ruina espiritual.

Hoy en día, esta exhortación sigue siendo muy necesaria. Vivimos tiempos donde muchos usan el nombre de Cristo sin conocerlo verdaderamente. Algunos buscan beneficios personales, poder o reconocimiento dentro de la iglesia, pero sus frutos delatan que su corazón no ha sido transformado. El Señor Jesús mismo advirtió que vendrían falsos profetas que se vestirían de ovejas, pero por dentro serían lobos rapaces (Mateo 7:15). Por eso, debemos tener discernimiento espiritual para reconocer quiénes son verdaderamente guiados por el Espíritu de Dios.

Ser parte del cuerpo de Cristo implica vivir en santidad, amor y verdad. No podemos decir que amamos a Dios y al mismo tiempo participar de las obras de las tinieblas. La verdadera iglesia está llamada a ser luz en medio del mundo, una comunidad apartada para el servicio de Dios, no una mezcla entre lo santo y lo profano. El llamado del apóstol es a mantenernos firmes, vigilantes y puros, evitando cualquier influencia que pueda desviarnos del propósito divino.

Amados hermanos, seamos sabios y obedientes a esta enseñanza apostólica. No permitamos que las falsas amistades o los falsos maestros corrompan nuestra fe. Recordemos que el Señor viene por una iglesia sin mancha ni arruga, limpia y pura. Que nuestra comunión sea con los fieles de corazón, con aquellos que buscan sinceramente al Señor y guardan Su Palabra. Caminemos con prudencia, discerniendo los tiempos y cuidando nuestras sendas.

Pidamos a Dios discernimiento para reconocer a los verdaderos hermanos en la fe y alejarnos de todo aquello que contamine nuestro espíritu. Que Su paz y Su sabiduría llenen nuestros corazones, y que Su Espíritu Santo nos mantenga firmes y puros hasta el día de Cristo. La paz sea con todos nosotros. Amén.

La más densa oscuridad está reservada para los falsos profetas y falsos maestros
Yo confiaré en Él
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