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Los pecadores serán destruidos por su propia perversidad

La integridad de los rectos los encaminará; Pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos.

Los malos serán consumidos por su propia maldad, porque el pecado que practican día tras día será su propia ruina. Así como el fuego devora la paja seca, de la misma manera la maldad terminará devorando a los impíos. La Biblia enseña que el camino del perverso parece derecho ante sus ojos, pero su final es camino de muerte. Todo aquel que vive maquinando el mal, sembrando discordia y haciendo daño, cosechará lo que ha sembrado, porque Dios no puede ser burlado. Ningún hombre puede esconderse de la mirada del Altísimo, pues Él escudriña los corazones y paga a cada uno conforme a sus obras.

¿Acaso hemos visto prosperar verdaderamente a una persona llena de maldad? Puede parecer que por un tiempo alcanzan éxito y poder, pero su fin siempre es triste y vergonzoso. La maldad nunca trae paz; al contrario, atormenta el alma de quien la practica. Las malas intenciones que guardan en su corazón se vuelven contra ellos mismos, destruyéndolos lentamente. No hay descanso para el impío, dice el Señor, porque el pecado roba la paz, la alegría y la esperanza. La justicia de Dios es perfecta, y aunque parezca tardar, siempre llega. Cada acto perverso tiene su consecuencia, y los que siembran injusticia, injusticia recogerán.

El sabio escritor de los proverbios contrasta el fin del malvado con el destino del justo, enseñándonos una verdad eterna que debe grabarse en el corazón de todos los creyentes:

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La integridad de los rectos los encaminará;
Pero destruirá a los pecadores la perversidad de ellos.

Proverbios 11:3

En este versículo encontramos una poderosa enseñanza: la integridad es el camino seguro para el justo, mientras que la perversidad es la trampa del pecador. La integridad no se trata solo de hacer lo correcto cuando otros nos ven, sino de vivir conforme a la verdad de Dios aun cuando nadie nos observa. El justo camina con un corazón limpio, buscando agradar a su Creador. Pero el pecador, al no tener temor de Dios, se deja guiar por sus deseos y termina cayendo en la trampa que él mismo puso. Así como la luz y las tinieblas no pueden mezclarse, la rectitud y la maldad tampoco pueden coexistir en una misma vida.

El sabio Salomón nos recuerda una vez más que el destino de los impíos es incierto y triste, mientras que el de los justos es seguro y bendito. El hombre recto tiene una brújula espiritual: la Palabra de Dios. Esta lo dirige, lo corrige y lo guarda del mal. En cambio, el pecador camina sin guía, dejándose arrastrar por sus pasiones, y su fin es destrucción. La integridad de los rectos los encaminará porque Dios mismo endereza sus pasos, pero la perversidad es un peso que hunde al pecador cada vez más profundo en su propia ruina.

Cuando el hombre decide caminar sin Dios, su vida se llena de oscuridad. Por más que trate de justificar sus actos o de encontrar placer en su pecado, no puede escapar de la voz de su conciencia ni del juicio divino. El justo, por el contrario, puede descansar en la paz del Señor. Su confianza no está en su fuerza ni en su sabiduría, sino en el Dios todopoderoso que guía su camino. Esa confianza le da estabilidad y esperanza incluso en medio de las pruebas. La integridad es un escudo para el justo, mientras que la maldad es un fuego que consume al pecador.

Por eso, hermanos, es mejor andar en integridad y buscar la justicia del Señor que seguir el camino del pecado y de la corrupción. Dios bendice a los que caminan rectamente y rechaza a los que practican la maldad. Cada día debemos examinar nuestros pensamientos y acciones, procurando agradar al Señor en todo. Si en algo hemos fallado, corramos a Cristo, quien puede limpiarnos y darnos un corazón nuevo. No sigas el camino de los malos, porque su final es destrucción; sigue el camino de los justos, porque su recompensa es la vida eterna. El Señor ama a los rectos y aborrece la maldad; Él será tu guía si caminas en integridad delante de Su presencia.

No deis lugar al diablo
Yo estaré dando gloria al que está sentado en el trono
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