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Si no tomas tu cruz y no sigues a Jesús, no eres digno de Él

y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.

Tal como nos enseña la Santa Palabra del Señor, el llamado de Cristo a todos sus seguidores no es un camino de comodidad, sino un llamado al sacrificio, a la entrega y a la obediencia. Para conocer verdaderamente a Dios y llegar a ser hijos suyos, debemos aprender a llevar nuestras cruces y seguir los pasos de nuestro Salvador, quien también padeció en la cruz por nuestros pecados. No podemos esperar una vida sin dificultades si seguimos a Aquel que fue despreciado y crucificado. El camino del discípulo está marcado por la renuncia, pero también por una esperanza gloriosa que supera cualquier sufrimiento terrenal.

El Señor Jesús no nos oculta la realidad de la vida cristiana. Él mismo nos dice que en el mundo tendremos aflicción, pero que confiemos porque Él ha vencido al mundo. Toma tu cruz significa aceptar con fe los desafíos, las pruebas y las renuncias que acompañan a una vida entregada a Dios. No se trata solo de soportar el dolor, sino de caminar confiando en que cada paso, por difícil que sea, nos acerca más a Su gloria. Debemos recordar que no estamos solos; el mismo Cristo que cargó su cruz nos acompaña en las nuestras, dándonos nuevas fuerzas cuando las nuestras parecen agotarse.

El Señor dejó claro que para ser digno de la gloria de Dios, debemos negarnos a nosotros mismos y seguirle con fidelidad. La cruz no es símbolo de derrota, sino de victoria. Por eso nos exhorta:

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Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
Mateo 10:38

Estas palabras, dirigidas por Jesús a los doce apóstoles, tenían un peso enorme. Él los preparaba para los días difíciles que vendrían, para la persecución y el rechazo que experimentarían por causa del evangelio. Les enseñaba que el amor a Dios debía estar por encima de todo, incluso de la familia, las posesiones o la propia vida. Jesús no prometió una vida fácil, sino una vida significativa, llena de propósito eterno. Y es en esa entrega total donde encontramos la verdadera dignidad: en seguir al Maestro sin condiciones.

Jesús, el Hijo de Dios, se despojó de toda gloria celestial, tomó forma de siervo y aceptó la cruz por amor a nosotros. Él no pidió nada que no estuviera dispuesto a hacer primero. Por eso, cuando nos llama a tomar nuestra cruz, no lo hace desde la distancia, sino desde la experiencia. Él sabe lo que significa sufrir, ser rechazado y obedecer hasta la muerte. Así que, cuando tomamos nuestra cruz y le seguimos, estamos participando de Su obediencia y de Su victoria.

Es tiempo de dejar atrás las excusas y los temores. Seguir a Cristo no significa caminar entre rosas, sino atravesar el valle con la certeza de que al final nos espera la corona de vida. Muchos quieren la bendición, pero no quieren el sacrificio. Sin embargo, la cruz precede a la gloria, y la obediencia precede a la recompensa. Toma tu cruz hoy, renuncia a todo lo que te aparte de Cristo, y sigue adelante confiando en Su promesa.

Querido hermano, no temas si el camino parece estrecho o la carga pesada. Cristo mismo dijo: “Mi yugo es fácil y ligera mi carga”, porque Él lleva la mayor parte del peso por ti. Cada lágrima, cada prueba y cada sacrificio tendrán su recompensa. El Señor ve tu esfuerzo y te fortalecerá día a día. Sigue al Maestro con fe, con amor y con esperanza, y un día oirás de sus labios las palabras más hermosas que alguien puede recibir: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”.

Deseo de estar en la santa ciudad
No te niegues a hacer el bien
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