Los pensamientos del hombre malo son continuos en hacer lo indebido, en practicar el pecado y en rebelarse contra la voluntad de Dios. Su mente está ocupada en planear maldad, porque ha sido influenciada por aquel ser perverso que desde el principio se opuso a la verdad: el diablo. El pecado no es simplemente una acción aislada, sino una práctica que nace de un corazón apartado de Dios. Por eso, quien vive constantemente en pecado demuestra que su vida está bajo el dominio del maligno, que desde el principio se ha dedicado a destruir todo lo que Dios estableció como bueno.
Pero gracias sean dadas a Dios, que en Cristo Jesús tenemos victoria sobre las tinieblas. El Hijo de Dios vino al mundo precisamente para detener las artimañas del enemigo y romper las cadenas del pecado. Jesús no solo perdona, sino que también transforma al pecador, dándole un nuevo corazón y una nueva mente. Donde antes reinaba la maldad, ahora reina la justicia; donde antes había esclavitud, ahora hay libertad. Todo aquel que se arrepiente genuinamente y cree en el Señor Jesucristo deja de practicar el pecado y comienza a vivir en la luz de la verdad.
La Biblia es clara en 1 Juan 3:8: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” Esta afirmación del apóstol Juan no deja lugar a dudas: el pecado continuo y sin arrepentimiento es una señal de pertenencia al reino de las tinieblas. No se trata de las caídas ocasionales que todo ser humano puede tener, sino de un estilo de vida dominado por el pecado. La persona que peca deliberadamente demuestra que aún no ha permitido que Cristo reine en su corazón.
El propósito de Jesús fue y sigue siendo deshacer las obras del diablo. Cada mentira, cada engaño, cada acto de desobediencia tiene su raíz en el enemigo, pero Cristo vino para liberarnos de esa esclavitud. Él nos dio Su Espíritu para que vivamos conforme a la justicia y no según los deseos carnales. La sangre de Jesús limpia de todo pecado, y el creyente que ha sido lavado por ella ya no puede complacerse en la maldad. Si realmente somos hijos de Dios, no podemos seguir caminando en pecado, porque hemos sido redimidos por un precio muy alto: la cruz.
Es claro, entonces, que nadie puede servir a dos señores. Si no sirves a Dios, inevitablemente estás sirviendo al diablo, porque no hay terreno neutral. Jesús mismo dijo: “El que no es conmigo, contra mí es.” Todo aquel que practica el pecado se convierte en instrumento del enemigo, aquel que pecó desde el principio, que es mentiroso y padre de mentira. Pero el Hijo de Dios nos ofrece un camino diferente: el camino de la verdad, la santidad y la vida eterna.
Querido hermano o amigo que lees estas palabras, si hoy te das cuenta de que has estado viviendo en pecado, hay esperanza para ti. Jesús vino precisamente para librarte de esa esclavitud. Él puede romper las cadenas que te atan y darte un nuevo comienzo. No sigas siendo partícipe de lo que Dios aborrece. Acércate a Cristo con un corazón arrepentido, y Su sangre preciosa te limpiará completamente. Dios desea darte libertad, restaurar tu vida y hacerte partícipe de Su Reino. No sigas practicando el pecado; deja que Cristo reine en tu corazón y experimenta la verdadera libertad que solo Él puede ofrecer.

