Las personas perezosas viven atrapadas en un ciclo de inactividad y descuido espiritual. Parecen conformes con su estado y no muestran interés por avanzar. Todo les parece difícil, y cualquier esfuerzo les resulta una carga. Este tipo de personas, como dice la Escritura, actúan solo cuando alguien las empuja, dependen de otros para moverse y evitan toda responsabilidad. La pereza no es solo un defecto de carácter, sino una condición del corazón que afecta tanto lo material como lo espiritual. El perezoso no busca mejorar, no se esfuerza por crecer y desperdicia las oportunidades que Dios le pone delante.
El sabio Salomón dedica varios proverbios a advertir contra la pereza. En Proverbios 6:9 pregunta: “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?”. Esta pregunta resuena en cada generación, pues la pereza es una tentación constante. El dormir aquí no solo se refiere al descanso físico, sino también a la indiferencia espiritual. Muchos están dormidos ante los propósitos de Dios, inconscientes del tiempo que pierden. Mientras el diligente aprovecha cada día, el perezoso lo deja pasar sin fruto. Al final, cuando llegan los tiempos difíciles, no tiene preparación, ni recursos, ni dirección, porque nunca se levantó a trabajar.
La persona perezosa vive de excusas. Siempre tiene una razón para no actuar: “hace mucho calor”, “es demasiado temprano”, “aún no es el momento”. Pero la realidad es que quien vive así termina en necesidad. Proverbios 13:4 declara: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada.” La pereza roba la bendición que Dios quiere dar, porque la bendición muchas veces viene a través del esfuerzo constante. El trabajo, cuando se hace con fe, se convierte en una forma de adoración, una manera de reflejar el carácter de Dios, quien nunca deja de obrar.
El perezoso no solo afecta su vida material, sino también su vida espiritual. Quien no ora, no lee la Palabra y no busca al Señor con perseverancia, se adormece en la fe. Jesús mismo advirtió a Sus discípulos: “Velad y orad para que no entréis en tentación.” La pereza espiritual abre la puerta al pecado, porque el alma ociosa es terreno fértil para el enemigo. Así como el campo descuidado se llena de espinos, el corazón descuidado se llena de pensamientos inútiles y deseos que alejan de Dios. El creyente debe mantenerse vigilante, activo y comprometido con las cosas del Reino.
Por eso, querido hermano, no dejes que la pereza gobierne tu vida. Despierta, ponte de pie, busca al Señor y actúa. No esperes a que otros te motiven, ni te conformes con vivir a medias. Dios bendice al que trabaja con diligencia, tanto en lo secular como en lo espiritual. El apóstol Pablo enseñó: “El que no trabaja, que tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10). Esto muestra que el esfuerzo es parte del diseño divino. Dios no se agrada de las personas perezosas, porque la pereza niega la mayordomía que Él nos ha confiado. Trabajemos con gozo, sirviendo al Señor en todo lo que hagamos, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano. ¡Despierta hoy del sueño de la indiferencia y deja que el Señor prospere tus caminos!

