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Al codicioso lo consume la envidia

Es cierto que al necio lo mata la ira, Y al codicioso lo consume la envidia.

Este es el destino del hombre necio: una vida dominada por la ira, el orgullo y la falta de entendimiento espiritual. La necedad es más que una simple ignorancia; es la decisión consciente de rechazar la sabiduría que viene de Dios. El necio no escucha consejos, se irrita fácilmente y vive cegado por sus propias pasiones. Su camino, lejos de la luz del Señor, se convierte en un sendero lleno de envidia, frustración y destrucción. La Biblia lo advierte una y otra vez: el hombre necio no prosperará porque su corazón se deleita en lo que es contrario a la verdad.

La necedad no solo afecta al alma, sino que contamina todo lo que toca. El necio no puede disfrutar de la paz ni del contentamiento, pues vive comparándose con los demás y deseando lo que no le pertenece. El codicioso, como dice la Escritura, es consumido lentamente por la envidia, y la envidia lo lleva a la ira. El corazón lleno de celos se vuelve incapaz de ver la bondad de Dios y empieza a creer que la felicidad depende de lo que otros tienen. De esta manera, el necio se convierte en su propio enemigo, preso de pensamientos de ira y enojo que terminan destruyéndolo por dentro.

En el libro de Job, encontramos una profunda enseñanza. Elifaz, en medio de su diálogo con Job, le dijo: “Es cierto que al necio lo mata la ira, y al codicioso lo consume la envidia” (Job 5:2). Estas palabras encierran una verdad universal. La ira y la envidia son dos fuerzas que corroen el alma. La primera destruye al que la posee, y la segunda apaga toda gratitud. Quien vive airado no puede tener comunión con Dios, y quien vive envidiando a los demás no puede disfrutar de sus propias bendiciones. Ambas cosas llevan a una vida vacía, carente de propósito y llena de amargura.

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Elifaz quiso prevenir a Job de caer en ese estado. Aunque su consejo no fue del todo acertado en contexto, sus palabras reflejan una advertencia válida para todos nosotros. El hombre necio se caracteriza por actuar sin pensar, hablar sin discernir y reaccionar sin orar. No mide las consecuencias de sus actos y suele justificar su comportamiento en lugar de arrepentirse. Su necedad lo lleva a perder amistades, oportunidades y, sobre todo, su comunión con el Señor. La necedad es una trampa espiritual que encadena al alma en un ciclo de errores y resentimientos.

El libro de Proverbios también describe al necio como aquel que desprecia la instrucción y se complace en su propia opinión. La sabiduría, en cambio, comienza con el temor de Jehová. Por eso, quien desea apartarse de la necedad debe comenzar buscando a Dios. La oración, la lectura de la Palabra y la humildad son antídotos contra la necedad. Cuando un hombre permite que el Espíritu Santo guíe sus decisiones, su corazón se limpia de la envidia, de la vanidad y de la codicia, y comienza a disfrutar de la verdadera paz interior.

Si al leer esto te preguntas: “¿Acaso soy una persona necia?”, haz un alto en tu camino. Examina tus pensamientos, tus reacciones y tus motivaciones. Si encuentras en ti enojo, comparación o deseo de venganza, acude a Cristo. Él es la sabiduría de Dios manifestada al hombre. Solo Él puede limpiar tu corazón y darte una mente renovada. El Señor transforma al necio en sabio, al airado en pacificador y al envidioso en alguien agradecido. No sigas el camino de la ira ni de la codicia; busca la sabiduría divina y hallarás descanso para tu alma.

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Al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, ES PECADO
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