Dios aborrece a todo aquel que comete engaño y que habla mentira, porque la mentira es una distorsión directa de Su verdad. Desde el principio de los tiempos, el Señor ha establecido que Su naturaleza es verdad absoluta. Todo lo que procede de Él es justo, puro y veraz. Por eso, cuando una persona vive engañando o manipulando a otros con falsedades, se opone a la esencia misma de Dios. El mentiroso se convierte en instrumento del enemigo, pues la mentira no solo destruye relaciones humanas, sino que corrompe el alma y la conciencia.
La mentira es un veneno silencioso. Al principio puede parecer inofensiva o incluso necesaria para “salvar una situación”, pero con el tiempo se convierte en un hábito que esclaviza. Jesús dijo claramente en Juan 8:44 que el diablo es mentiroso y padre de mentira, y que quienes mienten se alinean con su naturaleza. La primera mentira se pronunció en el Edén, cuando la serpiente engañó a Eva diciendo: “No moriréis”. Desde entonces, la humanidad vive las consecuencias de creer en las palabras falsas antes que en la Palabra de Dios. Cada vez que alguien miente, repite aquel antiguo acto de rebelión.
El salmo 5:6 expresa con fuerza esta realidad: “Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová.” David comprendió que Dios no pasa por alto el pecado del engaño. Aquel que persiste en la falsedad se coloca bajo juicio, porque Dios ama la justicia y la verdad. En un mundo donde mentir parece común, el creyente debe distinguirse por su sinceridad. Decir la verdad, aunque duela, es una muestra de integridad y obediencia a Dios. El mentiroso, en cambio, puede tener éxito momentáneo, pero tarde o temprano su mentira lo alcanzará.
La mentira destruye familias, amistades y ministerios. Muchos hogares se han derrumbado no por falta de amor, sino por la falta de verdad. Dios nos llama a hablar con honestidad, porque la verdad libera, pero la mentira encadena. El apóstol Pablo exhorta en Efesios 4:25: “Desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo.” Un corazón que ama a Dios debe reflejar Su carácter en todo momento, incluso en los detalles más pequeños. Cuando mentimos, debilitamos nuestra comunión con Él y cerramos la puerta a Su bendición.
A menudo, el ser humano recurre a la mentira por miedo: miedo a perder una posición, una relación o una oportunidad. Pero ese temor no proviene de Dios. El Espíritu Santo produce en nosotros valor para ser sinceros, aun cuando la verdad nos exponga o incomode. El Señor se agrada del corazón contrito y sincero, no del que disfraza sus faltas con palabras falsas. Por eso, quien confiesa y se aparta alcanza misericordia, pero quien encubre su pecado no prosperará (Proverbios 28:13).
Si te has visto atrapado en la mentira, el camino no es justificarte, sino arrepentirte. Cristo murió para librarnos también del espíritu de engaño. Él es la Verdad personificada, y solo en Él encontramos perdón y restauración. No importa cuántas mentiras hayas dicho, hoy puedes comenzar de nuevo. Pero si persistes en el engaño, recuerda que el Señor destruirá a todos los que cometen este pecado, como declara Su Palabra. Que tu sí sea sí y tu no sea no, porque de lo contrario proviene del mal. Vive en la verdad y hallarás libertad, paz y favor delante de Dios.

