Por medio de la Santa Palabra de Dios, hemos recibido sabiduría y luz para nuestro entendimiento. Es a través de las Escrituras que el Señor se ha revelado a nosotros, mostrando Su carácter, Su voluntad y Su amor eterno por la humanidad. Gracias damos a nuestro Dios por habernos dejado este tesoro celestial, pues sin Su Palabra estaríamos caminando a ciegas, sin dirección ni propósito. Cada versículo es una muestra del deseo de Dios de guiarnos hacia la verdad, de enseñarnos a vivir conforme a Su justicia y de fortalecernos en los momentos de debilidad. La Biblia no es simplemente un libro, sino la voz viva del Creador que nos habla día tras día para que podamos creer en Él con plena seguridad y descansar en Su fidelidad.
La Palabra de Dios es un faro que alumbra nuestro camino. Ella nos enseña cómo orar, cómo relacionarnos con nuestro prójimo y cómo mantenernos firmes ante las pruebas. En un mundo lleno de confusión, donde la mentira abunda y la verdad es distorsionada, la Escritura se levanta como una roca firme que jamás cambia. Es eterna, pura y perfecta. Por eso debemos amarla, meditarla y guardarla en nuestros corazones, porque a través de ella aprendemos que Dios es nuestro escudo y nuestra defensa. Cuando vienen los ataques del enemigo, la Palabra se convierte en espada y escudo, capaz de derribar toda mentira y fortalecer nuestra fe.
El proverbio que veremos a continuación nos recuerda la pureza y la fuerza que hay en las palabras del Señor:
En los tiempos de aflicción, la Palabra se convierte en bálsamo para el alma. Es como agua fresca en medio del desierto, como lámpara en la oscuridad. Por eso el salmista decía: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Esta no solo guía, sino que limpia y santifica. Jesús mismo oró al Padre diciendo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Cuando abrimos la Biblia con un corazón dispuesto, el Espíritu Santo actúa en nosotros, mostrándonos las áreas que deben cambiar y renovando nuestra mente para que pensemos conforme a la voluntad divina.
Querido hermano, si deseas conocer a Dios verdaderamente, acércate a Su Palabra. En ella hallarás consuelo, sabiduría y dirección para cada paso. No hay problema que no tenga respuesta en las Escrituras, ni alma herida que no pueda hallar alivio en ellas. Pero debemos leer con fe, creyendo que el mismo Dios que habló en el principio sigue hablando hoy. Su Palabra no ha perdido poder, ni ha cambiado con el tiempo; sigue siendo el ancla segura para el creyente fiel.
Guarda estas palabras en tu corazón: Dios es tu escudo. Él protegerá tu mente, tu alma y tu vida si confías plenamente en Él. No permitas que la duda o el desánimo te aparten de la verdad. Cada vez que te sientas débil, recurre a las Escrituras; allí encontrarás la fortaleza que necesitas para continuar. Así como el oro se purifica en el fuego, nuestra fe se fortalece cuando confiamos en la Palabra limpia y pura del Señor. Espera en Él, confía en Su promesa y permanece firme. A su tiempo, verás la gloria de Dios manifestarse en tu vida, porque Su Palabra nunca falla. Amén.