El sembrar para el Espíritu es ser una persona dedicada a la obra poderosa del Señor, sacrificarse a sí mismo, soportando todo lo difícil que pueda ser el Camino y al hacer esto cosecharás vida eterna.
Pero es claro que debemos actuar firme, porque si sembramos para la carne, de la carne vamos a recibir corrupción; sabemos bien que el que hace eso y no cosechará la vida eterna.
Veamos las palabras del apóstol Pablo sobre aquellos que enseñan la palabra de verdad, la palabra del Señor:
Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
Gálatas 6:8
Pablo hablaba de hacer el bien, de andar según el Espíritu, de sembrar en la buena obra del Espíritu, pues la recompensa de esto es la vida eterna.
El apóstol habla de aquellos que instruyen a los demás en la buena obra, de manera que manda al que recibe la enseñanza a hacer que el que lo enseña participe de la buena obra poderosa del Señor, y menciona algo muy importante, y es que el Señor no puede ser burlado, porque todo lo que el hombre sembraré, eso cosechará.
Seamos precavidos y actuando conforme al Espíritu de Dios, sembremos en el Espíritu y heredaremos la vida eterna.
Sembrar para el Espíritu es una decisión diaria. No se trata solo de asistir a la iglesia o leer las Escrituras, sino de vivir cada día bajo la dirección de Dios. Es negarse a uno mismo cuando el orgullo, la ira o el deseo de venganza quieren dominar el corazón. Cada vez que elegimos el perdón en lugar del rencor, la humildad en lugar de la soberbia o la obediencia en lugar del pecado, estamos sembrando para el Espíritu.
El apóstol Pablo entendía que el camino espiritual es constante, y que las decisiones pequeñas, tomadas con fe, producen un fruto eterno. La vida cristiana no se trata de resultados inmediatos, sino de mantenernos firmes sabiendo que, aunque el fruto tarde, llegará. Por eso dice en el versículo siguiente: “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”.
Cada acción buena, cada palabra de ánimo, cada oración sincera, cada vez que ayudamos al necesitado o compartimos la palabra de Dios, estamos sembrando en buena tierra. Y aunque quizás no veamos de inmediato los resultados, el Señor promete que esas semillas darán su cosecha en el tiempo perfecto. Él ve el esfuerzo, la fidelidad y el sacrificio de sus hijos.
Por otro lado, sembrar para la carne es vivir para los deseos egoístas, buscar el placer inmediato y olvidar los valores eternos. Es seguir el camino del mundo, donde la apariencia, el dinero o el poder parecen más importantes que la santidad y la obediencia a Dios. Pero todo eso es pasajero; como dice el mismo apóstol, “la carne segará corrupción”. Es decir, todo lo que nace del egoísmo o del pecado termina por destruir al hombre.
Dios desea que sus hijos vivan en una siembra continua de fe, esperanza y amor. Sembrar para el Espíritu también significa invertir nuestro tiempo en aquello que edifica: en la oración, la lectura de la Palabra, en la adoración y en servir a otros. Estas son las semillas que producen gozo y paz en el alma.
Así que no te canses de sembrar para el Señor. Aun cuando parezca que nadie lo nota, recuerda que Dios sí lo ve. Él es justo para recompensar a los que perseveran en Su camino. No importa cuán duro sea el terreno, sigue sembrando con fe, porque de esa siembra brotará la vida eterna, la mayor promesa que el Señor puede darnos.
En conclusión, sembrar para el Espíritu es más que una simple enseñanza bíblica: es una forma de vida. Es el reflejo de un corazón transformado por Dios que decide caminar en obediencia y confianza. Que cada uno de nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos sembrar buenas obras, amor y fe, sabiendo que la cosecha que nos espera es eterna y gloriosa en Cristo Jesús.

