Por esto debes aclamar a Dios

El salmista David, lleno de gratitud y reverencia, colocó el arca de Dios en un lugar seguro, marcando un momento histórico para el pueblo de Israel. Este acto no fue solo una decisión logística, sino un gesto profundamente espiritual. El arca representaba la presencia de Dios entre Su pueblo, y tenerla nuevamente en un sitio digno significaba que la comunión con el Señor había sido restaurada. En ese contexto, David y todo Israel ofrecieron sacrificios de paz, aclamando con gozo el nombre del Dios Todopoderoso que había estado con ellos en cada batalla.

Fue un día de gran regocijo. La nación entera se unió en alabanza y adoración, entonando cánticos que exaltaban la fidelidad y la bondad de Dios. Las voces se mezclaban con los instrumentos musicales, y el sonido de las trompetas llenaba el aire con júbilo. Aquel evento no era una simple ceremonia, sino una expresión del corazón agradecido del pueblo que había experimentado la misericordia divina. La presencia del arca simbolizaba la restauración de la relación entre Dios e Israel, y todos, desde el rey hasta el más humilde, levantaron su voz en adoración.

En medio de aquella celebración, David, como líder y siervo del Señor, bendijo al pueblo en el nombre de Dios. No solo pronunció palabras, sino que también mostró generosidad, repartiendo a cada hombre y mujer una torta de pan, una porción de carne y una torta de pasas. Este gesto reflejaba el amor pastoral de un rey que entendía que la verdadera adoración no se limita al templo, sino que se expresa también en el compartir y en la comunión fraternal. En este contexto de gratitud y gozo, David pronunció palabras que más tarde inspirarían algunos de los versículos de los Salmos 105, 106 y 96:

David entendía que la alabanza no es opcional para los hijos de Dios, sino una respuesta natural a Su amor. Cuando reconocemos todo lo que Dios ha hecho —Su perdón, Su provisión, Su guía— no podemos permanecer en silencio. El corazón agradecido se expresa en adoración. Así como David danzó y cantó con libertad delante del arca, también nosotros debemos aclamar al Señor con gozo, sin temor ni vergüenza, porque Su misericordia sigue siendo eterna.

Hoy, al igual que en tiempos de David, debemos recordar todo lo que el Señor ha hecho por nosotros. Él nos ha librado del pecado, nos ha dado esperanza, y Su gracia nos sostiene cada día. Por eso, debemos alabar Su nombre constantemente, no solo en los momentos de alegría, sino también en las pruebas, porque Su bondad nunca cambia. Aun cuando no entendamos Sus caminos, podemos estar seguros de que Su misericordia nos acompaña en todo momento.

Querido hermano, que este pasaje te inspire a vivir en gratitud continua. Que en tu hogar, en tu iglesia y en tu corazón siempre haya un cántico de alabanza. Recuerda las palabras de David: “Aclamad a Jehová, porque Él es bueno”. Hazlo con todo tu ser, reconociendo que Su misericordia no tiene fin. El mismo Dios que habitó en medio de Israel hoy habita en nosotros por medio de Su Espíritu. Por tanto, levantemos nuestras voces, demos gloria a Su nombre y vivamos cada día para proclamar Su fidelidad eterna. Amén.

Esto sabemos
Dios es Dios, de cerca y de lejos

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