Nadie te ama como Cristo

El hombre solía tener una estrecha comunión con Dios, pero esa comunión fue destruida al desobedecer el mandato divino dado por Dios en el huerto del Edén. Ese pecado arrastró a toda la humanidad consigo y a partir de ese escenario se creó una muralla entre Dios y el hombre. ¿Se quedaría todo así? ¿La falla de un hombre nos mantendría encadenados en el pecado para siempre? De ninguna manera, pues Cristo descendió y habitó entre nosotros y venció el pecado y la muerte para darnos salvación eterna.

Es bueno que entendamos esto de que «el Verbo se hizo carne». Vamos a leer unos cuantos versos en el libro de Juan:

1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

2 Este era en el principio con Dios.

3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

5 La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.

Juan 1:1-5

Juan nos dice aquí que en el principio era el verbo, o sea, el verbo existe desde el principio de todo, pero, ¿Quién es el verbo? La palabra que en el pasaje anterior fue traducida como «verbo» viene del griego Logos que quiere decir palabra, discurso o razón. Es decir, cuando se usa la palabra griega logos se está refiriendo a Jesucristo, queriendo decir que en el principio Jesucristo siempre ha estado, que en principio Él estaba con Dios y no solamente que estaba con Dios sino que era Dios.

Por Jesucristo todas las cosas han sido creadas, por Él respiramos, nos movemos, nos levantamos y nos tomamos cada vaso de agua en nuestro día a día. Jesucristo es nuestra razón de vivir, y por eso nos vamos a encontrar palabras en la Biblia como: «Puesta la mirada en el autor y consumador de la fe». Jesús es lo único que necesitamos, si Él está con nosotros, estamos completos.

Ese verbo se hizo carne, habitó entre nosotros como hombre siendo Dios, padeció todo tipo de tentaciones, sufrió en vituperio, murió por nosotros y muerte de cruz, fue azotado, aborrecido y abandonado por todos los hombres, y todo esto lo hizo por amor, por amor a usted y a mí, para salvarnos del pecado y del infierno.

Demos gloria al unigénito Hijo de Dios, pues el amor que Él ha derramado sobre nosotros es grandioso. Si nosotros juntáramos el amor de todas las personas que nos aman, de nuestras madres, hijos o pareja, ningunos de esos amores llegarían a la estatura del amor que Cristo ha sentido por nosotros a la hora de morir en la cruz.

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La gloria de Dios y la honra del hombre
Dios no mira como nosotros
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