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¿Puedo reprender en público a un falso hermano?

puedo reprender a un falso hermano

Para responder esta pregunta tenemos que tomar en cuenta una parte de la oración, la cual es «falso hermano». No se trata de un hermano que haya cometido cierto error que no afecta en nada a la iglesia de Cristo, de los cuales Pablo nos dice en Gálatas 6:1:

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.

En el verso que hemos citado en el párrafo anterior vemos al apóstol escribir de una forma muy amable, mostrando el corazón pastoral de quien quiere restaurar y no destruir. Sin embargo, en los capítulos uno y dos lo hace de una forma mucho más directa, sin pasar paños tibios. En este caso Pablo no está hablando de un hermano que cometió una falta común, sino de aquellos que distorsionan el evangelio. En el capítulo uno Pablo llega a decir que si alguien predica un evangelio diferente, “sea anatema” (Gálatas 1:8-9). La gravedad es mayor cuando se trata de enseñar falsedad en nombre de Cristo, porque no se afecta solo a una persona, sino a toda la iglesia. Veamos Gálatas 2, donde Pablo relata una confrontación muy seria:

11 Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.

12 Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.

13 Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.

14 Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?

Los versos del 11 al 14 Pablo los usa para reprender a Pedro. Es muy importante aclarar que Pedro no era un falso hermano en el sentido estricto de la palabra. Él era uno de los apóstoles más influyentes de la iglesia primitiva, testigo ocular de la resurrección de Cristo. Sin embargo, en esta ocasión se comportó como un falso hermano al actuar con hipocresía. Pablo no podía callar lo que estaba sucediendo, porque lo que estaba en juego no era una simple diferencia de opinión, sino la verdad del evangelio.

La gran hipocresía de Pedro se ve claramente en los versos 12 y 13: comía con los gentiles cuando estaba solo con ellos, pero se apartaba cuando llegaban los judíos de la circuncisión. Esa actitud de doble cara arrastró incluso a otros líderes, entre ellos Bernabé, a seguir el mismo error. Aquí se revela el poder destructivo de un mal ejemplo, especialmente cuando proviene de alguien con influencia espiritual.

Lo más impactante es que Pedro no era ignorante de estas cosas. En Hechos 10 había recibido una revelación clara de Dios en la visión del lienzo con animales, donde se le mostró que no debía llamar inmundo lo que Dios había limpiado. También había visto con sus propios ojos cómo el Espíritu Santo descendió sobre gentiles en la casa de Cornelio. A pesar de ese conocimiento y experiencia, por temor a los hombres cayó en hipocresía. Esto nos muestra que aun los creyentes maduros, si no son cuidadosos, pueden actuar de manera contraria al evangelio.

Pablo, entonces, al ver la seriedad del asunto, lo enfrentó públicamente. El verso 11 nos dice que “lo que había hecho Pedro era de condenar”. Y el verso 14 nos revela dos verdades esenciales: 1) Pedro no andaba rectamente conforme a la verdad del evangelio, y 2) Pablo lo acusó delante de todos. La reprensión fue pública porque el error también había sido público y estaba afectando a toda la comunidad.

Este pasaje nos enseña que no podemos callar ante situaciones que comprometen la verdad del evangelio. No se trata de corregir caprichos o preferencias personales, sino de confrontar actitudes y enseñanzas que ponen en peligro la fidelidad al mensaje de Cristo. Cuando un líder o hermano influye a otros hacia la falsedad, se requiere valor y amor por la verdad para hablar con claridad, aunque eso implique incomodidad.

Esto no significa que debamos ser rápidos para señalar y condenar, sino que debemos discernir entre una falta común, que requiere restauración con mansedumbre (como enseña Gálatas 6:1), y un error doctrinal o actitud hipócrita que distorsiona el evangelio. En esos casos, la reprensión debe ser firme, porque el evangelio es la base de nuestra fe. Recordemos que un error tolerado en la doctrina puede tener consecuencias desastrosas para la vida espiritual de la iglesia.

Aplicado a nuestro tiempo, este pasaje nos llama a examinar cuidadosamente lo que se predica y practica en nuestras iglesias. ¿Estamos dispuestos a confrontar falsas enseñanzas, aunque provengan de personas respetadas? ¿O preferimos callar por miedo a las críticas o al rechazo? Pablo nos da un ejemplo claro: la verdad del evangelio está por encima de la reputación de cualquier persona. Si él confrontó al mismo Pedro, nosotros también debemos tener el valor de defender la verdad, siempre con humildad y buscando la gloria de Dios.

Conclusión

Pedro no era un falso hermano en esencia, pero en su actitud de hipocresía actuó como uno, y Pablo no dudó en señalarlo. Esto nos recuerda que incluso los más grandes líderes pueden caer en incoherencias, y que nadie está por encima de la corrección. El evangelio de Cristo es demasiado valioso como para permitir que sea distorsionado, aunque sea por miedo o presión social. Como iglesia, no podemos callar cuando la verdad está en juego.

Por tanto, debemos aprender a distinguir entre una falta restaurable y un error doctrinal que amenaza la pureza del evangelio. A los primeros debemos restaurarlos con mansedumbre; a los segundos debemos corregirlos con firmeza. La fidelidad a Cristo exige que defendamos la verdad del evangelio, sin importar quién esté del otro lado. Y siempre recordemos: la meta final no es humillar, sino restaurar, edificar y preservar la gloria de Dios en medio de su iglesia.

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