¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!

Alabemos a nuestro Dios por Su misericordia tan maravillosa y demos gracias por Su bondad sin límites. Cada mañana despertamos bajo el amparo de Su fidelidad, y eso debe llenarnos de gozo y gratitud. La misericordia de Dios no tiene comparación; es el regalo más constante que recibimos a pesar de nuestras faltas y debilidades. Si Su misericordia no nos sostuviera, ¿qué sería de nosotros? Sin duda estaríamos perdidos, porque es por Su amor y compasión que seguimos de pie, renovados y fortalecidos día tras día.

Por eso, debemos ser agradecidos con el Señor, reconocer que cada respiro, cada nuevo amanecer y cada oportunidad de vida son producto de Su misericordia. Bajo Sus alas estamos seguros, porque Su compasión nos cubre como un manto protector que nunca se levanta de encima de nosotros. Su fidelidad no depende de nuestras obras, sino de Su naturaleza perfecta y amorosa. Él permanece siendo el mismo, aun cuando nosotros fallamos. Esa es la grandeza del Dios que servimos.

No hay un Dios tan grande como el nuestro. Él es compasivo, paciente, justo y poderoso. Su amor es eterno y Su justicia se extiende sobre todos los que obedecen Su Palabra. Él cuida de la creación entera, de los cielos y la tierra, de los animales y de los hombres. Su presencia llena todo el universo, y Su misericordia alcanza a todos los que Le buscan de corazón. Este Dios tan fuerte y fiel nos guarda cada día, nos protege de los peligros visibles e invisibles, y nos guía por sendas de justicia por amor de Su nombre.

El rey David comprendía esta verdad profundamente. En medio de sus pruebas y victorias, su corazón rebosaba de adoración al Señor. En uno de sus salmos más hermosos, expresó su reconocimiento a la misericordia divina con estas palabras:

¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.

Salmos 36:7

Este pasaje revela una imagen de confianza y descanso absoluto en Dios. David veía la misericordia del Señor como un refugio seguro, un lugar donde los hijos de los hombres pueden descansar sin temor. Así como un polluelo encuentra protección bajo las alas de su madre, así también nosotros hallamos abrigo bajo las alas del Altísimo. Su amor cubre nuestras debilidades, Su justicia nos sostiene, y Su presencia nos da esperanza en medio de la tormenta.

El salmista continúa exaltando la grandeza del Señor al afirmar que Su misericordia alcanza hasta los cielos, que Su justicia es como los montes poderosos y que Su juicio es profundo como el mar. Estas comparaciones nos muestran que el amor y la compasión de Dios son inconmensurables. No hay medida ni límite para Su fidelidad. Él no solo gobierna con poder, sino también con ternura; no solo juzga con justicia, sino que salva con gracia. Esa combinación perfecta de fuerza y amor es la esencia de nuestro Dios.

Por eso, hermanos, debemos ser agradecidos delante de nuestro Creador. No hay nada más hermoso que reconocer Su grandeza y rendirle alabanza. Cada día tenemos motivos para exaltarle: por Su protección, por Su provisión, por Su perdón y, sobre todo, por Su misericordia. A veces olvidamos lo mucho que dependemos de Él, pero el simple hecho de estar vivos es prueba de que Su amor sigue actuando a nuestro favor. ¿Cómo no alabar a Aquel que nos sustenta, que nos perdona y que nos renueva constantemente?

Al igual que David, debemos decir con convicción: “Cuán preciosa es tu misericordia, oh Dios.” Esa frase debe salir de nuestros labios y de nuestros corazones con sinceridad. La adoración no debe ser solo un acto, sino una respuesta natural a la bondad divina. Alabar a Dios no depende de las circunstancias, sino del reconocimiento de quién es Él. Cuando entendemos Su fidelidad, las pruebas se vuelven oportunidades para adorarlo aún más, porque sabemos que Su misericordia nos sostendrá hasta el final.

Así que hoy, si sientes en tu corazón el deseo de alabar al Señor, hazlo sin reservas. Levanta tu voz y glorifica Su nombre. Él es merecedor de toda honra, toda gloria y toda adoración. Los cielos proclaman Su grandeza y la tierra muestra Su poder. Nada escapa a Su cuidado, y Su misericordia sigue cubriendo a quienes se amparan bajo la sombra de Sus alas. Canta con gozo al Dios que te ama, porque Su amor es eterno y Su misericordia nunca se acaba. Amén.

Mejor es oír la reprensión del sabio que la canción de los necios
Tú has sido mi socorro Señor, en la sombra de tus alas me regocijaré