¿De quién más podría venir nuestro refugio sino del Dios santo, fiel y verdadero? Él es nuestro amparo en la angustia, nuestra roca en tiempos de tribulación, el que extiende Su mano poderosa para sostenernos cuando las fuerzas nos fallan. Los ejércitos celestiales le alaban día y noche, proclamando Su grandeza sin cesar. A Él pertenece toda la gloria, porque Su poder no tiene límites y Su fidelidad permanece para siempre. Por eso, al igual que los santos del pasado, nosotros también debemos levantar nuestra voz en cántico, adorando al Nombre que está sobre todo nombre: nuestro Dios invencible.
Dios es digno de toda exaltación, porque en Él encontramos fortaleza, refugio y esperanza. Cuando todo parece perdido, Su presencia nos rodea como un escudo, nos cubre bajo la sombra de Sus alas y nos recuerda que no estamos solos. Por eso, cada día debemos cantar un cántico nuevo delante de Su trono, un cántico que brote de un corazón agradecido. En la adoración encontramos descanso; en la alabanza, victoria. Y cuando nuestras voces se unen a las del cielo, el poder de Dios se manifiesta y Su gloria llena nuestras vidas.
El libro de Éxodo nos revela un momento glorioso de adoración y gratitud, cuando Moisés y el pueblo de Israel levantaron sus voces al Señor después de ser liberados de Egipto. Luego de cruzar el Mar Rojo y ver cómo Dios derrotaba a sus enemigos, sus corazones se llenaron de gozo y reverencia, y cantaron diciendo:
Nosotros también tenemos razones para cantar. Cada día Dios nos libra de peligros visibles e invisibles, nos sostiene cuando el mundo parece tambalearse y nos concede nuevas oportunidades. Aunque enfrentemos obstáculos y pruebas, sabemos que el mismo Dios que abrió el mar sigue obrando milagros hoy. Su poder no ha menguado, Su misericordia no ha cambiado, y Su amor permanece intacto. Por eso debemos levantar nuestras manos y proclamar: “Jehová es mi fortaleza y mi cántico.”
Cuando cantamos al Señor, algo poderoso sucede. Nuestras cargas se alivian, el alma se renueva y la fe se fortalece. La adoración nos conecta con el cielo y nos recuerda que la victoria pertenece a Dios. No importa cuán grande sea el enemigo o cuán fuerte sea la tormenta; si el Señor está con nosotros, nada podrá vencernos. Cantar al Señor es un acto de fe que proclama que ya tenemos la victoria, aun antes de verla con nuestros ojos.
Hermanos, no dejemos que el desánimo ni el temor silencien nuestra alabanza. Si hoy te sientes cansado o abatido, recuerda que tu fortaleza no proviene de ti, sino de Dios. Levántate, abre tus labios y adora al Señor. Canta al Dios de tu salvación, porque Él pelea tus batallas y te sostiene en medio del fuego. Tu victoria está cerca, no es tiempo de retroceder, sino de avanzar en fe. Así como Moisés y el pueblo de Israel cantaron tras su liberación, tú también canta, porque el mismo Dios que los salvó a ellos es el que hoy te guarda y te dará victoria. ¡Jehová es tu fortaleza y tu cántico, y ha sido tu salvación! Amén.